Milán: El Papa sacude el corazón de la urbe - Alfa y Omega

Milán: El Papa sacude el corazón de la urbe

El Papa que visita departamentos de periferia. El Papa que se hace un selfi con una familia musulmana. El Papa que usa un baño público, que almuerza con presos y duerme la siesta en la cárcel. La visita de Francisco a Milán, el sábado 25 de marzo, dejó muchas postales para el recuerdo. Pero más allá de las imágenes de ocasión, el Pontífice logró sacudir el corazón de la urbe italiana. A su manera. Con gestos de pastor, pero también con un mensaje incisivo, dirigido al corazón de la gente

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa, durante la comida que tuvo el sábado con los presos de la cárcel de San Vittore. Foto: AFP Photo/L’Osservatore Romano

No es casual que Francisco haya decidido entrar en la ciudad por la periferia. «Desde la periferia la realidad se comprende mejor», dijo una vez el Papa. Por eso, al recorrer el Quartiere Forlanini, el barrio de las casas blancas, demostró su voluntad de comprender los problemas reales de los milaneses.

Aquello de casas blancas resulta solo un eufemismo. Aquellos enormes edificios cuadrados que albergan a cientos de familias ya son grises, por el paso del tiempo y la falta de manutención. El Papa quiso entrar en una de estas construcciones y llamó a la puerta de tres apartamentos. En uno se hizo una foto con Nadia, una muchacha de 17 años, parte de una familia marroquí. En otro, habló por teléfono con Adele, una abuela de 81 años que no pudo estar presente por culpa de un ingreso hospitalario.

En el patio central del barrio, Francisco confesó su deseo de entrar a la ciudad «encontrando los rostros, las familias, una comunidad». Tras recibir de regalo una foto de la Virgen local, habló de la premura de María cuando fue a visitar a su prima Isabel. «Es la preocupación de la Iglesia, que no se queda en el centro esperando, sino que va a buscar a todos, en las periferias, va al encuentro también de los no cristianos, de los no creyentes… y lleva a Jesús a todos, que da sentido a nuestra vida y la salva del mal».

El Papa siguió su visita con un diálogo en el duomo, la histórica catedral de la ciudad. En el atrio bendijo a una multitud y dentro, improvisando, puso en guardia a sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas, del peligro de una «fe ideológica». Por eso, dijo, «debemos temer una fe sin desafíos, una fe que se considera completa, todo hecho… esta fe no sirve. Los desafíos nos ayudan a que nuestra fe no se vuelva ideológica».

La conversación se estructuró en forma de preguntas y respuestas. Libre, como le gusta a Francisco. En el templo, repleto, estuvieron presentes muchos sacerdotes enfermos e, incluso, algunos representantes de otras confesiones cristianas y una pequeña delegación islámica. En el momento de hablar, insistió en el sentido más profundo de la promoción vocacional. Porque evangelizar, aclaró, «no siempre es sinónimo de agarrar peces». Por eso, advirtió, uno tiene que zarpar, «dar testimonio», y es Dios quien «pesca». «Nosotros somos instrumentos inútiles».

«No debemos temer a los retos, se deben tomar como el toro, ¡por los cuernos! Es bueno que existan, porque nos hacen crecer, son signo de fe viva, de una comunidad viva que busca a su señor, tiene los ojos y el corazón abiertos», apuntó.

«El dolor toca a muchas puertas»

En la cárcel de San Vittore el Papa vivió otro momento significativo. A la entrada, sobre las barras de metal, un cartel le daba la bienvenida: «Ciao Papa». Letras multicolores, manos estampadas con pintura. A cada detenido, el Pontífice lo saludó personalmente. Y en el tercer sector compartió el almuerzo con unos 100 detenidos.

Sus compañeros de mesa no dejaban de aplaudir. El Papa los interrumpió bromeando: «Yo podría decir: muchos aplausos, pero después no nos dan de comer». Las risas distendieron el ambiente. El menú fue normal, similar al de otros días en la prisión: pasta y milanesas. Francisco también reposó algunos minutos en la habitación del capellán penitenciario.

El Obispo de Roma eligió para su Misa multitudinaria un sitio fuera de la ciudad, en otro municipio. No quiso utilizar las instalaciones de la Expo de Milán, manchadas por las investigaciones de corrupción. En el parque de Monza congregó a más de un millón de personas, un verdadero baño de multitud.

En la homilía constató que, mientras el dolor «toca a muchas puertas» y «en muchos jóvenes crece la insatisfacción por la falta de oportunidades reales, la especulación abunda por doquier». De hecho, precisó, «se especula con el trabajo, con la familia, con los pobres, con los migrantes y con los jóvenes».

Francisco lamentó que en estos tiempos todo parezca reducirse a meras cifras, «dejando que la vida de muchas familias se tiña de precariedad». Un mensaje que toca el centro de la preocupación de millones de familias en Italia, sumida en una crisis laboral que se antoja imposible de revertir.

La jornada del Papa culminó con otro diálogo, esta vez ante miles de jóvenes en el estadio de futbol Giuseppe Meazza-San Siro. Contestando las preguntas de varios muchachos, habló con sinceridad. Al final se refirió al bullying, el acoso escolar. Se dijo especialmente preocupado e instó a todos a hacerle una promesa: «Nunca burlarse de un compañero de colegio, del barrio, ¿lo prometen esto hoy? Ahora en silencio: piensen qué cosa fea es esto y piensen si son capaces de prometerlo a Jesús. ¿Le prometen a Jesús no hacer nunca este acoso?».