No pocos de los problemas de pareja provienen de no conocerse a uno - Alfa y Omega

Entra sonriendo y, cuando me doy cuenta, todo lágrimas. Me viene a la cabeza un poema de Miguel Hernández –preciosa la canción de Serrat–: «Llegó con tres heridas». La del amor, evidente desde el comienzo de nuestra conversación; la de la vida fue apareciendo poco a poco. La de la muerte: desordenada, todo su dolor. ¡Cuántas veces pensamos que las heridas se curan solas!

Le hacen falta más que «tiritas para el corazón partío». No pocos de los problemas de pareja provienen de no conocerse a uno mismo, razón por la que la entrega plena en el matrimonio se complica. Hay que valorar también las diferencias individuales: son fuentes o ladrones de energía en la relación. Una relación que también tiene que madurar, que también tiene que mejorar en la capacidad de amar de verdad.

Ella pensaba que le cambiaría. ¿Cambiar qué?, sobre todo si nunca has investigado cuál es la naturaleza del amor, de qué está hecho, cuál es su sustancia, qué se queda entre los dedos… ¿Para qué anticipar dificultades? Hice una lista: adicciones, relaciones anteriores, opiniones de familiares y amigos, dependencias emocionales, celos, expectativas en relación con la familia y el matrimonio, diferencias en cuestiones espirituales y morales… ¡Me cortó! En seco. «Una cosa es el matrimonio y otra muy diferente invadir su intimidad».

Hace falta valor para abordar esas cuestiones. En ocasiones es difícil, puede ser necesario pedir ayuda. Es más fácil experimentar: «Tener buen sexo», como dicen en la tele; probar a ver si funciona y, si no, ya acertaremos en el siguiente. Mejor no preguntar acerca del para toda la vida e ir viendo cómo avanzan las cosas.

¿El detonante? Él no asistió al funeral de su abuela; ella no se lo pidió, «pero era de cajón que viniera, ¿no?». No habían permitido que Dios estuviera entre ellos dos. «Hombre, la gente se habría partido la caja si él les dice que la movida sacramental y eso es importante para mí». Ah, bueno. Total, una caja más de pañuelos de papel. «Te quiero, reinita», le dije cuando salía. Me dio un abrazo, me pidió una bendición. Me ha llamado esta mañana.