«Doy gracias a Dios por las cosas asquerosas cuando me siento más devoto» - Alfa y Omega

«Doy gracias a Dios por las cosas asquerosas cuando me siento más devoto»

El líder de una de las bandas punkis más rotundas afirma que reemplazar «preceptos por un montón de distracciones» no trae más fieles a la Iglesia

Enrique Chuvieco

Abroncaban y guitarreaban con contundencia, no en vano los Screeching Weasel seguían en 1986 la estela en Estados Unidos que habían iniciado unos años antes los Sex Pistols para entronizar el punk en el Reino Unido. Lo que no sabemos es si Sid Vicious consiguió alcanzar la paz anhelada antes de morir de la sobredosis proporcionada por su madre, como le ha ocurrido al líder de la banda norteamericana, Ben Weasel, que declara: «Intento dar gracias a Dios por las cosas bellas de mi vida y, cuando me siento un poco más devoto, también por las asquerosas».

El mundo punk se sobresaltó hace unos meses cuando Ben Weasel, nombre artístico de Benjamin Foster, se marcaba una rotunda declaración de fe católica en la publicación italiana Tempi (traducida al castellano por Helena Faccia). Aquellos punkis que solo atendieron al titular, pudieron pensar que era una más de las locuras del histriónico Weasel, cuya carrera estaba jalonada de borracheras, peleas y algunas agresiones, hecho que ocurrió cuando golpeó a una chica en uno de sus conciertos. Aquellos que leyeron más de aquel escrito, comprendieron que el que había formado la banda en 1986 junto a John Jughead y que habían sido referentes para Blink 182 y los Green Day, hacía una cosa inaudita: dar «gracias a Dios por la gracia de la permanencia en la esperanza».

Ansiedad, depresión y… esperanza

Con quince discos de estudio –el último en 2011 y uno dedicado a los Ramones–, Screeching Weasel son proa y baluarte del punk y del punk-pop en los que se fueron forjando tras crearse en el industrial Chicago. Es posible que Weasel recordara la dureza interior de muchos momentos de esos más de cinco lustros cuando escribió en la publicación italiana: «En un cierto sentido, mi vida ha sido a veces difícil a causa, sobre todo, de la ansiedad y la depresión. Pero desde que tengo memoria, por mucho que me haya quejado, por muy difícil que haya sido para mí reconocer el bien en mí mismo y en los otros, por mucho que haya rechazado a menudo lo que era razonable y sensato para elegir lo que me arrastraba hacia abajo, no ha habido un momento en el que haya perdido del todo la esperanza. También cuando he tocado fondo, siempre he tenido la sensación de que había algo mejor en mi camino, una especie de desmesurado optimismo que me obligaba a mirar a cosas más importantes que mis propios problemas. Recibir esta gracia es un don de potencia que no consigo describir con palabras, especialmente tras haber conocido a tantas personas que se han rendido ante la desesperación».

Criado en una familia católica, Weasel, no le bastó en aquel tiempo esa fe para cubrir sus necesidades espirituales en lo políticos-social y lo personal, y siguió el budismo durante muchos años, hasta que se reencontró con el catolicismo. Para él, su vuelta a la casa del Padre, semeja a la del hijo pródigo, pues «me ha llegado de modo completamente inmerecido y que contagia cada cosa. Es posible tener una esposa bellísima y premurosa, tres hijos maravillosos, una casa en la que crezcan y un trabajo para mantenerlos sólo porque Dios me ha dado esperanza en los momentos de angustia y miseria».

«El único pecado, rendirse»

Por muchas tropelías que se cometan, como le ocurrió al hijo del Evangelio, lo vital, moral, es continuar, y, por tanto, el meollo es la perpetua conversión que nos lleva también a la apertura al prójimo. Por eso en otro momento, Weasel entiende la única condición que debe darse en el camino del cristiano, porque «si lo que Dios quiere de nosotros es el amor, lo que quiere que hagamos, sobre todo, es perseverar. Al final el único pecado es rendirse. Pienso en Catalina de Siena, que tuvo que soportar las presiones de su familia. Querían que hiciera como las otras muchachas, que se casara. Creían que era como las otras y que habría abandonado esa religiosidad y esa devoción que, a primera vista, parecían graciosas y simpáticas, pero que se convirtieron en bastante irritantes cuando empezaron a interferir en los proyectos que la familia tenía para ella. Como Cristo ella obedeció a sus padres pero, también como Cristo, perseveró con terca determinación, tan rara entonces como ahora».

De estilo musical cercano en sus inicios al hardcore punk, Weasel imprimió a sus canciones mensajes anticonformistas y antisistema (en este sentido los británicos The Clash son los abanderados). A partir de su testimonio de fe, desconocemos con que nos regalará en sus próximos trabajos, tal vez los llenen su mirada más luminosa sobre la Iglesia, como testimonió en Tempi. En este sentido, Waesel «entra a saco» en los tópicos sobre su necesaria modernización que reclaman muchos: «Pienso también en los católicos que se quejan de que la Iglesia no evoluciona con los tiempos, y que la instan a cambiar. Estas peticiones siempre contienen dos afirmaciones: primera, que el cambio (en realidad, el deseo de inclinarse ante las tendencias culturales del tiempo) traerá nuevos fieles y atraerá de nuevo a los católicos no practicantes; segunda, que la ausencia de cambio tendrá como resultado la muerte de la Iglesia. La primera idea es claramente falsa. No consigo pensar en ninguna institución religiosa que haya conseguido ampliar sus filas reemplazando los preceptos con un montón de distracciones. En lo que respecta a la segunda, dado que ha sobrevivido dos mil años oponiéndose a los modos del mundo, parece improbable que su rechazo a la ordenación de mujeres como sacerdotes o al matrimonio homosexual signifique el fin de la Iglesia católica.

En realidad, es precisamente gracias a que la Iglesia persiste a pesar de la fuerte oposición por lo que nosotros, patéticos y humildes pecadores, podemos sentir que lo que ella nos ofrece es real y verdadero; que nos podemos arrodillar delante del tabernáculo y, llorando lágrimas de contrición y alegría, mendigar y recibir la piedad del Señor.

El incesante compromiso de la Iglesia por hacer la voluntad de Dios habla a los pobres, a los que están solos y a los desesperados con más fuerza y claridad de lo que nunca lo harán quienes se quejan de su negativa de abrazar las instancias culturales de la modernidad. Que la perseverancia de la Iglesia en proclamar la verdad atrae al que busca. Ciertamente, así fue para mí.

Y doy gracias por la Iglesia de Cristo, luz que ilumina el camino a través de la oscuridad, y que sigue guiando a todos nosotros pecadores en busca de perdón y que, como David, tiene cuerpos que anhelan y almas que tienen sed del Señor».