La prensa anticlerical - Alfa y Omega

La prensa anticlerical

Juan Cantavella

En la época en que la prensa anticlerical alcanzó una difusión extraordinaria (décadas finales del siglo XIX y primeras del XX), fue muy amplia la nómina de los periodistas que laboraban en sus páginas y que han pasado a la Historia por su vibrante identificación con este pensamiento. Se puede decir que hay dos estratos en esta propaganda: están los científicos naturalistas y profesores de universidad, que divulgan ideas heterodoxas, pero que tratan de apoyarlas en argumentos razonados. No se presentan ante un público muy numeroso ni comprensivo, pero proporcionan material sólido y abundante que otros desmenuzarán y harán digerible. Por otra parte están los periodistas y divulgadores que toman la delantera en mostrar de forma deslumbrante pretendidos errores y abusos, pero sobre todo buscan la complicidad del receptor, quien ya suele estar previamente convencido de lo que se le presenta. Tal vez lo único que espera es la confirmación de sus creencias o intuiciones, y con esa intención se utilizan las burlas, generalmente muy burdas. Este juego les dio espléndidos resultados, tal vez porque había muchas personas predispuestas a burlarse hasta de lo más sagrado.

Para Caro Baroja, «la gente celebraba los chistes y obscenidades que se hacían a cuenta de clérigos, frailes y monjas, y ponían una especie de gusto tremendista en interpretar la religión católica de una manera antidogmática, más sentimental que racional, de todas formas, presentando a Cristo como a un revolucionario, amigo de los pobres; a los Papas, como a grandes falsarios; y a la Iglesia, en general, como una gigantesca compañía comercial». Una mescolanza engañosa con la que se intentó evitar la acusación de iconoclastia total, pero que le dio buenos resultados.

Lástima que los católicos no tuvieran una posición tan activa en este campo. Durante mucho tiempo, se limitaron a utilizar las armas de la oratoria sagrada y la cercanía de la catequesis para la transmisión de ideas y sentimientos, pero se enquistaron en ellas cuando ya habían degenerado las formas y los tiempos pedían otras vías de transmisión. Fue probablemente a imitación de estos grupos como los creyentes tomaron conciencia de que había que actuar a través de los medios escritos. El movimiento de la Buena Prensa, quizá tarde y débilmente, fue un intento de salir al paso de quienes habían tomado una iniciativa fructífera con la que estaban logrando excelentes resultados. Para entonces, sin embargo, amplios sectores del proletariado y de las clases más pobres ya estaban inficionadas de otros virus, esos que nunca lograron ser erradicados.