La lógica de la fe y la mirada - Alfa y Omega

La lógica de la fe y la mirada

José Francisco Serrano Oceja

Parece que la encíclica Lumen fidei, un texto escrito a cuatro manos, cuya autoría de Benedicto XVI la firma y afirma el Papa Francisco, ha pasado al olvido. Pero, como todo escrito del Magisterio, hace progresar la naturaleza de la doctrina y convierte esas verdades en relatos de vida. Como señala el profesor Olegario González de Cardedal, en un profuso y profundo prólogo a este libro, comprender la fe como luz no es un recurso fácil para escapar de la obligación del rigor conceptual, es una fórmula conceptualmente bien perfilada, «pues no contiene más verdad un silogismo que un símbolo (léanse Platón y san Juan de la Cruz) o una parábola (léanse las de Jesús en los evangelios)».

Sin lugar a dudas, la Iglesia tiene hoy grandes retos por delante; uno no menor es redescubrir y transmitir la dimensión teológica de la fe como don de Dios y como riqueza del hombre, que acepta ser superior a sus propias posibilidades y consiente a un amor que le saca de sus límites. La modernidad había hecho prevalecer un lenguaje, y un método, referido a Dios y a la fe, con términos como demostración y conocimiento más propios de ideas o de cosas. A estos términos se han unido ahora los de encuentro, contacto, experiencia, más propios de la relación entre personas y de la determinación histórica narrativa, y eclesial, de la fe. Esta encíclica, y aquí se nota la mano de Benedicto XVI y de la lucidez que le venía de sus estudios patrísticos y medievales, integra las categorías personalistas y las simbólicas en esta explicación de la naturaleza de la fe.

«El que cree, ve» (LF, 1). Chesterton, con su genialidad característica, había dicho que el místico cristiano, al contrario que el místico budista, tiene siempre los ojos abiertos de par en par. Santo Tomás de Aquino habla de la fe de los apóstoles cuando encuentran al Resucitado, y la llama ocula fides, fe que tiene ojos. Si hay un aspecto interesante en este libro, es la respuesta, implícita y explícita, a los tópicos sobre la fe, los que afirman que la fe es interior, que es oscura, que es privada… Josef Pieper decía que lo contrario de la fe, en nuestra cultura, no es tanto la apostasía, el rechazo explícito y formal de lo cristiano, como la distracción, la falta de atención ante aquello que pasa ante nuestros ojos, la superficialidad que no descubre la hondura de la vida. Todo amor es una cuestión de verdad, porque introduce la lógica de la visión común. De ahí que, para saber mirar, hay que dejarse mirar, para aceptar el don de Dios, hay que saberse mirado por Dios. Dejarse mirar es señal de confianza. Sobre esta gramática, pivotan las corales aportaciones de este grupo de profesores, miembros del Instituto de Vida religiosa de los Discípulos de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Así, J. Granados se refiere a la lógica de la fe como lógica de los sentidos; J. Noriega, a la fe que genera realidad; C. Granados, a la fe que camina; L. Granados habla del que cree, que nunca está solo; L. Sánchez describe la fe, a la luz de las vidrieras; J. de D. Larrú se introduce en la fe que genera vida; L. Vives glosa que, el que cree, dice para siempre»; e I. de Ribera estudia las relaciones entre fe y bien común.

El que cree ve. En torno a la encíclica ‘Lumen fidei del Papa Francisco
Autor:

J. Granados y J. de D. Larrú (coed.)

Editorial:

Monte Carmelo