El Papa, a los padres: estad presentes en vuestra familia - Alfa y Omega

El Papa, a los padres: estad presentes en vuestra familia

El Papa Francisco ha seguido ahondando en la importancia de la figura del padre en la familia. La semana, en la Audiencia General, pidió a los padres que no fueran «padres ausentes», y hoy ha desvelado cómo ha de ser un buen padre: cercano, dulce y firme

Redacción

«La primera necesidad es precisamente ésta: que el padre esté presente en la familia, cerca de la esposa, cerca de los hijos», ha afirmado el Papa Francisco en la Audiencia general de hoy miércoles. Después de hablar, la semana pasada, del peligro de los padres «ausentes», el Papa ha profundizado en los aspectos positivos de la figura paterna.

Para el Papa, un buen padre está «cerca de la esposa, para compartir todo, alegrías y dolores, fatigas y esperanzas»; y también está «cerca de los hijos, cuando juegan y cuando trabajan», y también «cuando dan un paso equivocado». Ha pedido que «el padre esté presente, siempre», lo que no quiere decir que sea «un controlador, porque los padres demasiados controladores anulan a los hijos y no los dejan crecer».

Un buen padre también «sabe corregir con firmeza: no es un padre débil, complaciente, sentimental»; y también «ha de ser paciente, porque muchas veces no queda más que esperar, rezar y esperar con paciencia, dulzura, magnanimidad, misericordia», porque «los hijos tienen necesidad de encontrar un padre que los espera cuando vuelven de sus fracasos».

¿Cómo se hace un padre así? El mismo Papa Francisco lo explica: «Sin la gracia que viene del Padre que está en los cielos, los padres pierden coraje y abandonan el campo». De este modo, «cuando los hijos rinden honores a esta herencia, es una alegría que rescata toda fatiga»; y un padre podrá decir a su hijo algún día: «Soy feliz de ser tu padre».

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera desarrollar la segunda parte de la reflexión acerca de la figura del padre en la familia. La última vez hablé del peligro de los padres «ausentes», hoy quiero mirar más bien el aspecto positivo. También San José estuvo tentado de dejar a María, cuando descubrió que estaba embarazada; pero intervino el ángel del Señor que le reveló el designio de Dios y su misión de padre putativo. Y José, hombre justo, «llevó a María a su casa» (Mt 1, 24) y se transformó en el padre de la familia de Nazaret.

Toda familia tiene necesidad del padre. Hoy nos detenemos en el valor de su rol y quisiera comenzar por algunas expresiones que se encuentran en el Libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige al propio hijo, y dice así: «Hijo mío, si tu corazón es sabio, también se alegrará mi corazón. Mis entrañas se regocijarán, cuando tus labios hablen con rectitud» (Pr 23, 15-16). No se podría expresar mejor el orgullo y la conmoción de un padre que reconoce de haber transmitido al hijo lo que de verdad cuenta en la vida, es decir, un corazón sabio. Este padre no dice: «Estoy orgulloso de ti porque eres igual a mí, porque repites las cosas que digo y que hago yo». No, no le dice esto. Le dice algo mucho más importante, que podríamos interpretar así: «Seré feliz cada vez que te sentiré actuar con rectitud. Esto es lo que he querido dejarte, para que se transforme en una cosa tuya: la actitud de escuchar y actuar, de hablar y juzgar con sabiduría y rectitud. Y para que tu pudieras ser así te he enseñado cosas que no sabías, te he corregido errores que no veías. Te he hecho sentir un afecto profundo y a la vez discreto, que quizás no has reconocido plenamente cuando eras joven e incierto. Te he dado un testimonio de rigor y de firmeza que a lo mejor no entendías, cuando hubieras querido solamente complicidad y protección. Yo mismo he debido, en primer lugar, ponerme a la prueba de la sabiduría del corazón y vigilar sobre los excesos del sentimiento y del resentimiento, para llevar el peso de las inevitables incomprensiones y encontrar las palabras justas para hacerme entender. Ahora –continúa el padre– cuando veo que tratas de ser así con tus hijos y con todos, me conmuevo. Soy feliz de ser tu padre». Es esto lo que dice un padre sabio, un padre maduro.

Un padre sabe bien cuánto cuesta transmitir esta herencia: cuánta cercanía, cuánta dulzura y cuánta firmeza. ¡Pero cuánta consolación y cuánta recompensa se recibe cuando los hijos rinden honores a esta herencia! Es una alegría que rescata toda fatiga, que supera toda incomprensión y cura toda herida.

La primera necesidad, entonces, es precisamente ésta: que el padre esté presente en la familia. Que esté cerca de la esposa, para compartir todo, alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Y que esté cerca de los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando trabajan, cuando están despreocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando están taciturnos, cuando osan y cuando tienen miedo, cuando dan un paso equivocado y cuando encuentran el camino. Padre presente, siempre. Decir presente no quiere decir «controlador» ¡eh! Porque los padres demasiado controladores anulan a los hijos, no los dejan crecer.

El Evangelio habla de la ejemplaridad del Padre que está en los cielos –el único, dice Jesús, que puede ser llamado realmente «Padre bueno» (cfr. Mc 10, 18). Todos conocen aquella extraordinaria parábola llamada del «hijo pródigo», o mejor dicho del «padre misericordioso», que se encuentra en el Evangelio de Lucas en el capítulo 15 (cfr. 15, 11-32). ¡Cuánta dignidad y cuánta ternura en la espera de aquel padre que está en la puerta de casa esperando que el hijo regrese! Los padres tienen que ser pacientes. Muchas veces no queda más que esperar, rezar y esperar con paciencia, dulzura, magnanimidad, misericordia.

Un buen padre sabe esperar y sabe perdonar, desde el profundo del corazón. Cierto, sabe también corregir con firmeza: no es un padre débil, complaciente, sentimental. El padre que sabe corregir sin humillar es el mismo que sabe proteger sin limitarse. Una vez escuché decir a un padre en una reunión de matrimonios: «Yo algunas veces debo pegarles un poco a los chicos, pero jamás en la cara, para no humillarlos». ¡Qué bello! Tiene sentido de dignidad. Debe castigarlos, lo hace justamente y sigue adelante.

Entonces si hay alguien que puede explicar a fondo la oración del Padre Nuestro enseñada por Jesús, este es quien vive en primera persona la paternidad. Sin la gracia que viene del Padre que está en los cielos, los padres pierden coraje y abandonan el campo. Pero los hijos tienen necesidad de encontrar un padre que los espera cuando vuelven de sus fracasos. Harán de todo para no admitirlo, para no hacerlo ver, pero lo necesitan; y el no encontrarlo abre en ellos heridas difíciles de cicatrizar.

La Iglesia, nuestra madre, está comprometida en apoyar con todas sus fuerzas la presencia buena y generosa de los padres en las familias, porque ellos son para las nuevas generaciones custodios y mediadores insustituibles de la fe en la bondad, de la fe en la justicia y de la protección de Dios, como San José.

Traducción del italiano: María Cecilia Mutual / RV