El padre ausente - Alfa y Omega

El padre ausente

Javier Alonso Sandoica

Recientemente, el Papa hablaba de los padres ausentes. De quienes se van de casa y vuelven cuando los niños ya duermen, y nunca tienen tiempo y todo eso. No han nacido aún los psicólogos que diagnostiquen el tamaño de las heridas que dejan los padres ausentes. Quienes mejor lo han referido han sido los escritores, porque se han puesto a contarlo detenidamente. Paul Auster recuerda, en La invención de la soledad (Editorial Anagrama), que su padre nunca fue a verlo jugar al beisbol, pero un día lo hizo, y el chaval estaba tan nervioso que hizo lo que pudo, y le salió muy mal. Sin embargo, el padre ausente le dijo que «había jugado un buen partido». Aquel comentario falso y mecánico fue letal para el niño. «Que yo triunfara o fracasara no parecía importarle demasiado. Su valoración de mi persona no dependía de nada de lo que yo hiciera, estábamos condenados a una relación inamovible».

La Carta al padre, de Kafka (Alianza Editorial), es uno de los documentos más estremecedores sobre las emulsiones dañinas de un padre hacia su hijo. En él, todo fue una estructura de ausencias. No le prodigaba un ápice de cariño, y la sensibilidad de Kafka, acusada por una hipertrofia de necesidades afectivas, se inhibía en su presencia como la hoja de la mimosa. «Te dejabas ver sólo una vez al día. Una noche, al mismo tiempo que gimoteaba, pedía agua sin cesar, no tanto por sed, sino probablemente un poco por fastidiar y un poco por entretenerme. Me sacaste de la cama, me llevaste en brazos hasta la terraza y allí me dejaste solo en camisón, de pie ante la puerta cerrada. Años más tarde, aún me perseguía la visión torturadora de ese hombre gigantesco, mi padre, que en última instancia, casi sin causa, podía venir una noche y transportarme de la cama a la terraza: hasta tal punto yo era una nulidad para él». Era un hombre capaz de desilusionar y humillar al niño a cada momento.

También tormentosa fue la relación de Vargas Llosa con un padre ausente y déspota: «Probablemente desde la infancia se me ocurrió pensar que una buena relación con el padre debe dejar en quienes la viven algo positivo en el carácter, tal vez eso que llaman buena entraña». Y no ocurrió. La paternidad responsable es asunto tan serio, que debe considerarse antes, en y después del parto.