Hemos vivido en medio de un santo - Alfa y Omega

Hemos vivido en medio de un santo

Colaborador

El pasado 17 de diciembre, en pleno tiempo de preparación para el nacimiento de Cristo, vivimos el verdadero día del nacimiento para el cielo de nuestro hermano José Ignacio Carrión, miembro de la primera comunidad neocatecumenal de la parroquia de San Benito Abad de Sevilla.

Su muerte no ha sido el final, sino el comienzo de una nueva y definitiva etapa. Durante la grave enfermedad que ha padecido en los últimos años, nunca se quejó, no quiso estar ingresado en el hospital puesto que su enfermedad era incurable, y no ha querido que lo sedaran para estar consciente en todo momento, permitiendo solamente los mínimos cuidados paliativos. Murió rezando laudes con su esposa, tranquilizándola y dándole ánimos, como había hecho anteriormente durante la enfermedad.

Creía firmemente en la resurrección y en la vida eterna, cuando lo visitábamos salíamos de su casa con gran paz porque Dios estaba con él allí. Los hermanos nos enteramos de su muerte en la parroquia, mientras rezábamos y caímos de rodillas ante el santísimo, nos abrazábamos llorando, sabiendo que acabado su sufrimiento ya estaba en la casa del Padre, acordándonos de las palabras de Juan Pablo II antes de su muerte, ya teníamos allí un poderoso intercesor.

Transmitía esperanza frente a las dificultades, fue grande su servicio hacia las viudas. Buen padre, mejor esposo e inigualable hermano en Cristo. Su casa siempre abierta para la hospitalidad. ¡Cuánto amor repartió a los que le conocimos!

San Pío de Pietrelcina se extrañaba de que todos le pedían que les quitase la cruz de la enfermedad y nadie le pedía que le enseñase a llevarla. ¿Dónde aprendió Jose Ignacio a afrontar el sufrimiento en la enfermedad y a esperar contra toda esperanza? Hijo de unos padres que le dieron un buen ejemplo de vida cristiana, Jose Ignacio fue un buen trabajador, técnico de Alcatel, padre de 10 hijos; una buena persona, amable, cordial, optimista, alegre, acogedor, servicial, siempre contento. Inició una nueva etapa den su andadura cristiana cuando escuchó el anuncio del amor de Dios: «Cristo muerto y resucitado», en unas catequesis en la parroquia hace 40 años. Creyó firmemente aquella buena noticia del evangelio y arrojó su vida en manos de Dios queriendo siempre hacer la voluntad de aquel que tanto le amaba.

Todos estos dones que Dios derramó sobre nuestro hermano Jose Ignacio, fueron a través de una comunidad donde él vivió su fe, acompañado por unos hermanos, formando todos un cuerpo, cuya cabeza es Jesucristo nuestro Señor. Hizo el catecumenado, recorriendo este itinerario bautismal que el Espíritu Santo ha suscitado en su Iglesia, a raíz del Concilio Vaticano II, para ayudar a las parroquias, en el anuncio del evangelio a los alejados y descubrió la riqueza de su bautismo en la parroquia de San Benito.

Fue catequista de adultos y, durante 25 años, de bautismo, ayudando a los padres y padrinos a descubrir el sacramento tan importante que iban a recibir sus hijos. Alivió el sufrimiento de los pobres, porque como dice el Papa Francisco, la mayor pobreza es no conocer a Jesucristo. Anunció el evangelio, casa por casa en el barrio, por las calles y plazas comunicando a todos el amor de Dios a los hombres.

Toda la Archidiócesis debe conocer –para gloria de Dios- cómo vivió Jose Ignacio, pero también cómo murió, porque no se puede decir que un hombre es santo hasta que no lo veas en la hora de la prueba definitiva. Ha sido asociado nuestro hermano al sufrimiento del Señor en la cruz. Ha padecido durante 3 años una enfermedad pulmonar incurable, sabía muy bien que el Padre lo estaba llamando a su presencia, tenía tanto amor hacia su esposa, que se disculpaba porque no quería dejarla sola. Cada día que amanecía para él era un regalo de Dios. Ha vivido unas virtudes heroicas luchando por una bocanada de aire, como Jesucristo en la cruz, unido a una careta de oxígeno que se le clavaba en la cara apretándole, como los clavos a nuestro Señor.

Su entierro fue todo un testimonio de fe en la resurrección, un anticipo de la vida eterna, para vecinos y conocidos a los que había evangelizando con su testimonio y el de toda su gran familia.

«Jose Ignacio, cuando llegues al cielo, el Señor te acariciará la cara porque fuiste un siervo fiel y servidor, pasarás al banquete de tu Señor, a la Eucaristía eterna, al lugar donde no hay llanto ni dolor, tú que tanto sufriste. Posiblemente nunca te veamos en los altares, no te canonizarán, pero sabemos que santos fueron quienes llevaron consigo el Espíritu Santo y se parecieron muchísimo al único santo, Jesucristo, y tú te pareciste. ¡Buen siervo de Dios!».

Cuando estés en la presencia de Dios, intercede por tu comunidad, tu parroquia y tu familia.

1ª Comunidad de San Benito Abad (Sevilla)

Juan Manuel Nieva García. Sevilla