El cumpleaños - Alfa y Omega

En nuestra tierra y en nuestra familia no solemos celebrar la onomástica o santo del día, a no ser que éste sea de «reconocido prestigio», aunque el caso es que muchos de nosotros llevamos el nombre del santo del día en el que nacimos. Sea como fuere, este año se empeñó la abuela en que había que celebrar un cumpleaños especial.

La alegría del encuentro

Encontrarse es siempre un motivo para la alegría. De acuerdo que hay encuentros no deseados, casualidades fortuitas que detestamos y que nunca quisimos que se produjeran, pero no es ése el tipo de encuentros a los que nos referimos. Hablamos de encuentros que buscamos, que anhelamos, que perseguimos, que provocamos, precisamente porque pretendemos que ellos sean como espejos que reflejen todo el amor que llevamos dentro y que queremos manifestar. El encuentro es alegría, la alegría que encierra el saber que amas y que eres amado. Quiso la abuela que celebráramos el cumpleaños el mismísimo día de la cena de Navidad, es decir, el 24 de diciembre.

La tarde era fría, como es el mes de diciembre, y con poca luz, como corresponde al día más corto del año. Por el cielo se asomaban unas nubes en forma de hilachas que iban taponando a medias a un sol desvaído que se ocultaba pausadamente en el poniente. Estamos en el campo, en una casita a las afueras de la ciudad, donde únicamente se escucha el rumor del aire que ya no tiene hojas en las que cobijarse por los árboles. Allí esperábamos los abuelos a todos los familiares, pues todos (apenas una excepción justificada) acudieron a este cumpleaños tan excepcional ya que ninguno de nosotros cumplíamos años precisamente en ese día.

Todos fueron llegando en sus coches respectivos y los besos y los abrazos y las palabras se fueron tiñendo de un calor que contrastaba con el frío del ambiente y que alumbraban aunque la noche sobrevenía ya con su apagón de luces.

La vida es esperanza

Frente a la puerta de la casa una morera enhiesta se muestra con toda su esbeltez desnuda como si fuera un esqueleto, todas sus hojas acaban de volar recientemente en el otoño amarillo que hace poco ha terminado y sus frutos cayeron por la primavera. Piensa la abuela que su vida ha sido -y es- igual que ese árbol, que parece muerto pero que no lo está, pues cada año resucitará después del invierno. Piensa que sus ramas están cargadas de esperanza. Que apuntan al cielo desde donde la luz las iluminará sin pedir nada a cambio, como ilumina el amor, y que por abajo, por las raíces, arrancarán la savia que recorre todo su cuerpo para hacerlo vivo, esa savia que no se ve pero que existe, como existe la fe aunque no se perciba ni se note. Así piensa la abuela mientras responde con los besos de sus labios llenos de sonrisas a todos sus hijos, nietos, hermanos, sobrinos … que van llegando a la cita.

La cena es sencilla, casera y con productos de la tierra. Más de una semana hace que la abuela misma la ha estado preparando. Sentados a la mesa todos, la abuela se levanta y dice: Hoy no voy a llorar. Se escuchan risas y voces de los más jóvenes que irónicamente responden: Que llore, que llore. Y continúa: Pues no, hoy no voy a llorar. Aunque hoy no cumplo años, os he querido invitar a todos a mi cumpleaños. No sé cuántos años me quedarán de vida, sé que no pueden ser muchos, por eso quiero que en donde sea que estéis el día de Navidad os acordéis de celebrar mi cumpleaños. Es más, todos debíamos celebrar nuestros cumpleaños en la cena de Nochebuena, porque en este día no sólo nacemos a la vida prestada que se nos regala (aunque no sea el día exacto en el que cada cual haya nacido) sino que también nace la esperanza, y ésta es la ilusión amorosa y cargada de fe que impulsa nuestras vidas. Y hoy, día del nacimiento de Jesús, es el día de la esperanza. Escuchad esto: «El Evangelio no es sólo la historia de las mayores finezas y generosidades divinas, sino la de los mayores abandonos humanos. Si aquélla se abre con y la Palabra se hizo carne de la Encarnación, y se cierra con el todo está cumplido de la Redención. Ésta se abre con el no había sitio para ellos del Nacimiento y se cierra con el y abandonándole, huyeron todos» (Manuel González, Obras Completas 1, pág. 158). Encontrar siempre al otro, no lo abandonéis nunca. Nunca abandonéis a la esperanza, será señal de que estáis vivos.

Siempre nos queda la Eucaristía

Y en esa cena la abuela no lloró, pero lloró después. Lloró al día siguiente cuando se quedó sola y ya todos habían emprendido el camino de regreso a sus casas respectivas. Se acordó la abuela de las otras muchas palabras que había dicho en su discurso de bienvenida a todos los que acudieron a su cumpleaños, o tal vez no las dijo pero sin duda las pensó. Dijo que tenía muchos motivos para darle gracias a Dios. Y se acordó del terremoto de Filipinas, de las familias que ella conoce que pasan por muchas dificultades, y del paro sangrante, y de esas estadísticas que cada día inundan más de miseria al mundo, y de las colas en Cáritas …Y se dijo a sí misma que no tenía ninguna razón para llorar.

Así que se pasó para adentro, se lavó, se acicaló, se pintó, se puso el vestido más nuevo, se embutió en el abrigo, se caló la bufanda y con palabras amorosas le dijo a su marido, al abuelo: Hoy es Navidad, nos vamos a Misa, vamos a celebrarlo, vamos a celebrar la Eucaristía. Por cierto, ¿tú no me has dicho que Eucaristía significa en griego acción de gracias?

Teresa y Lucrecio, matrimonio UNER