Llegada del Santo Padre al aeropuerto de Barajas - Alfa y Omega

Llegada del Santo Padre al aeropuerto de Barajas

Las imágenes que ha dejado la quinta visita del Santo Padre a España quedarán mucho tiempo en la retina de quienes tuvieron la suerte de verlo en persona, y también de quienes siguieron la visita desde sus casas, por televisión. Éstos son los textos íntegros de los discursos de esta Visita apostólica de Juan Pablo II a España, en Madrid, los días 3 y 4 de mayo de 2003, así como el balance que el propio Santo Padre hizo del viaje en Roma, y la Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española

Redacción
El Papa saluda al Rey de España, en el aeropuerto de Barajas

Palabras de bienvenida del Rey: «Os acoge un país moderno y fiel a sus tradiciones»

Santidad: para la Reina y para mí constituye un gran honor, y también un motivo de particular satisfacción, recibiros al inicio de esta Visita apostólica, que nos brinda la oportunidad de teneros nuevamente entre nosotros. Os damos, pues, Santidad, nuestra más cordial y afectuosa bienvenida.

Al pisar de nuevo tierra española, no podemos dejar de recordar la primera visita de Vuestra Santidad a España en 1982, con motivo del IV centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús, dentro de un largo itinerario por nuestra geografía. Tenemos aún presente vuestra escala en Zaragoza en 1984, en vísperas de la festividad de la Virgen del Pilar, camino de la República Dominicana y Puerto Rico, en el marco de las celebraciones del V centenario de la evangelización de América. Tampoco olvidamos el alcance de vuestra visita como peregrino a Santiago de Compostela en el Año Santo de 1989, coincidiendo con la IV Jornada Mundial de la Juventud. Estamos seguros, Santo Padre, de que, una vez más, miles de jóvenes españoles os expresarán su más cálido afecto en el encuentro que, esta tarde, vais a celebrar con ellos en el aeródromo de Cuatro Vientos. Finalmente, mantenemos vivo el recuerdo de vuestra última visita hace diez años a España, con importantes actos que comenzaron en Sevilla, con la clausura del 45 Congreso Eucarístico Internacional, y que concluyeron en Madrid con la misa de canonización de Enrique de Ossó y Cervelló.

La Visita pastoral que hoy iniciáis constituye el quinto viaje de Vuestra Santidad a España. Una distinción cuyo significado sabemos apreciar y agradecemos vivamente. Vuestra reiterada presencia entre nosotros, Santo Padre, constituye un reconocimiento a la intensidad y dinamismo de los vínculos que ligan a la Iglesia y a España, que se pondrán, una vez más, de relieve a lo largo de esta visita, que culminará con la canonización de cinco españoles por Vuestra Santidad.

La España que hoy os acoge es un país moderno y dinámico, fiel a sus tradiciones, lleno de ilusiones y esperanzas. Un país orgulloso de su diversidad y pluralidad, que ha crecido gracias al clima de tolerancia y convivencia forjado entre todos y basado en el diálogo y el respeto mutuo. Un país que ha asumido la defensa de la libertad, de la dignidad de la persona y de los derechos humanos, como valores que sustentan su vocación de solidaridad.

Los españoles agradecemos el afecto y el aliento que siempre hemos encontrado en Vuestra Santidad. En los momentos más felices, y también en los más duros y difíciles.

En las últimas décadas nuestras relaciones con la Santa Sede han cobrado una nueva dimensión, más acorde con los tiempos y, en particular, con el respeto al principio de libertad religiosa que garantiza nuestra Constitución y con el propio pensamiento contemporáneo de la Iglesia.

El pueblo español recibe en la persona de Vuestra Santidad a un infatigable luchador de las causas más nobles. Reconocemos por ello en Vuestra Santidad a un sembrador ejemplar del mensaje universal de concordia y de paz que habéis sabido predicar en todas las latitudes. Una paz que, como señalara el Papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris, se funda en los cuatro pilares de la verdad, la justicia, el amor y la libertad, como tarea permanente.

Agradecemos asimismo, Santo Padre, vuestras reiteradas condenas del terrorismo, que los españoles padecemos muy en particular, y que es intrínsecamente perverso y nunca justificable. Nos confortan siempre, Santidad, vuestras palabras de repulsa al terrorismo y vuestro aliento y solidaridad hacia las personas que sufren el dolor que genera.

Santidad: el generoso esfuerzo que vais a volcar estos días acercándonos vuestras palabras y enseñanzas servirá, sin duda, para reavivar la profunda huella de afecto, admiración y respeto que vuestras anteriores visitas dejaron en todos nosotros.

Con nuestro sincero deseo de que Vuestra Santidad se encuentre en España como en su propia casa, os reitero nuestra más calurosa bienvenida, en nombre propio y de mi Familia, del Gobierno y demás instituciones del Estado, así como del pueblo español.

Santidad, muchas gracias por visitarnos de nuevo y muy feliz estancia entre nosotros.

Casi un millón de jóvenes españoles aclamaron al Papa

Respuesta del Santo Padre: «¡La paz esté contigo, España!»

Majestades, señores cardenales, señor Presidente y distinguidas autoridades, señores obispos, queridos hermanos y hermanas:

Con intensa emoción llego de nuevo a España en mi quinto Viaje apostólico, a esta noble y querida nación. Saludo muy cordialmente a todos, a los que están aquí presentes y a cuantos siguen este acto a través de la radio o de la televisión, dirigiéndoles con mucho cariño las palabras del Señor resucitado: La paz sea con vosotros.

Deseo para cada uno la paz que sólo Dios, por medio de Jesucristo, nos puede dar; la paz que es obra de la justicia, de la verdad, del amor, de la solidaridad; la paz que los pueblos sólo gozan cuando siguen los dictados de la ley de Dios; la paz que hace sentirse a los hombres y a los pueblos hermanos unos con otros. ¡La paz esté contigo, España!

Agradezco a Su Majestad el Rey don Juan Carlos I su presencia aquí, junto con la Reina, y muy particularmente las palabras que me ha dirigido para darme la bienvenida en nombre del pueblo español. Agradezco también la presencia del Presidente del Gobierno y demás autoridades civiles y militares, manifestándoles mi aprecio por la colaboración prestada para la realización de los distintos actos de esta visita.

Saludo con afecto al señor cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, a los señores cardenales, a los arzobispos y obispos, a los sacerdotes, personas consagradas y demás fieles que forman la comunidad católica, casi dos veces milenaria, de este país: ¡sois el pueblo de Dios que peregrina en España! Un pueblo que, a lo largo de su historia, ha dado tantas muestras de amor a Dios y al prójimo, de fidelidad a la Iglesia y al Papa, de nobleza de sentimientos, de dinamismo apostólico. Gracias a todos, pues, por esta cordial acogida.

Mañana tendré la dicha de canonizar a cinco hijos de esta tierra. Ellos supieron acoger la invitación de Jesucristo: Seréis mis testigos, proclamándolo con su vida y con su muerte. En este momento histórico, ellos son luz en nuestro camino para vivir con valentía la fe, para alentar el amor al prójimo y para proseguir con esperanza la construcción de una sociedad basada en la serena convivencia y en la elevación moral y humana de cada ciudadano. Con vivo interés sigo siempre las vicisitudes de España. Constato con satisfacción su progreso para el bienestar de todos. El proceso de desarrollo de una nación debe fundamentarse en valores auténticos y permanentes, que buscan el bien de cada persona, sujeto de derechos y deberes, desde el primer instante de su existencia y acogida en la familia, y en las sucesivas etapas de su inserción y participación en la vida social.

Esta tarde, me reuniré con los jóvenes, y espero con ilusión ese momento que me permitirá entrar en contacto con aquellos que están llamados a ser los protagonistas de los nuevos tiempos. Tengo plena confianza en ellos y estoy seguro de que tienen la voluntad de no defraudar ni a Dios, ni a la Iglesia, ni a la sociedad de la que provienen.

En estos momentos trascendentales para la consolidación de una Europa unida, deseo evocar las palabras con las que, en Santiago de Compostela, me despedía al finalizar mi primer Viaje apostólico por tierras españolas en noviembre de 1982. Desde allí exhortaba a Europa con un grito lleno de amor, recordándole sus ricas y fecundas raíces cristianas: «¡Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Aviva tus raíces!» Estoy seguro de que España aportará el rico legado cultural e histórico de sus raíces católicas y los propios valores para la integración de una Europa que, desde la pluralidad de sus culturas y respetando la identidad de sus Estados miembros, busca una unidad basada en unos criterios y principios en los que prevalezca el bien integral de sus ciudadanos.

[En respuesta a las aclamaciones: «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo] Puede ser. Es verdad para España.

Imploro del Señor para España y para el mundo entero una paz que sea fecunda, estable y duradera, así como una convivencia en la unidad, dentro de la maravillosa y variada diversidad de sus pueblos y ciudades. ¡Que por la intercesión de la Virgen Inmaculada y del Apóstol Santiago Dios bendiga a España!