El Papa dedica a Egipto la audiencia general porque ha visto el país como «un signo de esperanza» - Alfa y Omega

El Papa dedica a Egipto la audiencia general porque ha visto el país como «un signo de esperanza»

«El gran patrimonio histórico y religioso de Egipto y su rol en la región de Oriente Medio le confiere una tarea peculiar en el camino hacia una paz estable y duradera». Este miércoles, el Papa ha hecho sitio en su ciclo de catequesis sobre la esperanza para compartir con los fieles las vivencias de su viaje a este país árabe, y en especial de su participación en la Conferencia Internacional por la Paz

Redacción
Foto: AFP Photo/Tiziana Fabi

«Egipto, para nosotros, ha sido un signo de esperanza» de alcanzar la fraternidad. Con esta justificación, el Papa Francisco ha decidido dedicar su catequesis de este miércoles en la audiencia general a compartir con los fieles sus impresiones sobre la visita apostólica que realizó este fin de semana al país de los faraones.

Tras manifestar su gratitud al pueblo egipcio, a las autoridades, y a los líderes religiosos, el Pontífice realizó un repaso de las citas mantenidas durante su estancia. Se detuvo en particular en su primer día, el dedicado al diálogo interreligioso y ecuménico.

Uno de los momentos clave de esa jornada fue la visita a la Universidad de Al-Azhar, la máxima institución académica del Islam sunita. Al-Azhar y el Vaticano querían dar a esta cita un doble enfoque: el diálogo entre cristianos y musulmanes y la promoción de la paz en el mundo, mediante la participación en la Conferencia Internacional por la Paz.

Civilización y alianzas

Egipto es, ha afirmado Francisco, tierra de civilización. «Esto nos recuerda que la paz se construye mediante la educación, la formación de la sabiduría, de un humanismo que comprende como parte integrante la dimensión religiosa, la relación con Dios».

El país de los faraones es también, ha continuado, tierra de alianzas, como la sellada en el Sinaí entre Dios y el pueblo de Israel. Esta alianza, que se expresa en el Decálogo y está inscrita en el corazón de cada hombre, «se resume en los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo» y es también un elemento clave para construir la paz.

El Pontífice ha aludido también a la defensa de una «sana laicidad», en la que «todos los ciudadanos, de todo origen, cultura y religión» están llamados a construir el orden social y civil. Este concepto de ciudadanía está ocupando gran parte de la reflexión de Al-Azhar sobre convivencia y paz. Por ello, el Papa reconoció que «el gran patrimonio histórico y religioso de Egipto y su rol en la región de Oriente Medio le confiere una tarea peculiar en el camino hacia una paz estable y duradera».

Encuentro con Teodoro

El otro momento fuerte de su primer día en Egipto —ha continuado el Santo Padre— fue el signo de comunión con el patriarca copto Teodoro II, con quien firmó la Declaración conjunta comprometiéndose a no repetir el bautismo administrado en las respectivas iglesias, y también a la oración conjunta por la paz con el Patriarca de Constantinopla.

Por último, del segundo y último día de su viaje apostólico, centrado en la pequeña comunidad católica, el Papa ha destacado la exhortación que hizo a los cristianos de Egipto a «encontrar en Cristo la alegría de la fe»; y la belleza de la Iglesia egipcia, vista en esa comunidad «de hombres y mujeres que han elegido donar la vida a Cristo por el Reino de Dios».

RV / Redacción

Texto completo de la audiencia general

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy deseo hablarles del viaje apostólico que, con la ayuda de Dios, he realizado en los días pasados en Egipto. He ido a este país después de una cuádruple invitación: del presidente de la República, de Su Santidad el patriarca copto ortodoxo, del gran imán de Al-Azhar y del patriarca copto católico. Agradezco a cada uno de ellos por la acogida que me han reservado, verdaderamente calurosa. Y agradezco al entero pueblo egipcio por la participación y por el afecto con el cual han vivido esta visita del Sucesor de San Pedro.

El presidente y las autoridades civiles han puesto un empeño extraordinario para que este evento pudiera desarrollarse en los mejores modos; para que pudiera ser un signo de paz, un signo de paz para Egipto y para toda aquella región, que lamentablemente sufre por los conflictos y el terrorismo. De hecho, el lema del Viaje era: «El Papa de la paz en un Egipto de paz».

Mi visita a la Universidad de Al-Azhar, la más antigua universidad islámica y máxima institución académica del Islam sunita, ha tenido un doble horizonte: aquel del diálogo entre cristianos y musulmanes y, al mismo tiempo, aquel de la promoción de la paz en el mundo. En Al-Azhar se realizó el encuentro con el gran imán, encuentro que después se amplió en la Conferencia Internacional por la Paz. En este contexto he ofrecido una reflexión que ha valorado la historia de Egipto como tierra de civilización y tierra de alianzas. Para toda la humanidad Egipto es sinónimo de antigua civilización, de tesoros de arte y de conocimiento; y esto nos recuerda que la paz se construye mediante la educación, la formación de la sabiduría, de un humanismo que comprende como parte integrante la dimensión religiosa, la relación con Dios, como ha recordado el gran imán en su discurso. La paz se construye también partiendo de la alianza entre Dios y el hombre, fundamento de la alianza entre todos los hombres, basado en el Decálogo escrito en las tablas de piedra del Sinaí, pero más profundamente en el corazón de todo hombre de todo tiempo y lugar, ley que se resume en los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo.

Este mismo fundamento está también en la base de la construcción del orden social y civil, al cual están llamados a colaborar todos los ciudadanos, de todo origen, cultura y religión. Esta visión de sana laicidad ha aparecido en el intercambio de discursos con el presidente de la República de Egipto, con la presencia de las autoridades del país y del cuerpo diplomático. El gran patrimonio histórico y religioso de Egipto y su rol en la región de Oriente Medio le confiere una tarea peculiar en el camino hacia una paz estable y duradera, que se basa no en el derecho de la fuerza, sino en la fuerza del derecho.

Los cristianos, en Egipto como en toda nación de la tierra, están llamados a ser levadura de fraternidad. Y esto es posible si viven en sí mismos la comunión con Cristo. Un fuerte signo de comunión, gracias a Dios, hemos podido darlo junto con mi querido hermano el Papa Teodoro II, patriarca de los coptos ortodoxos. Hemos renovado el compromiso, también firmando una declaración conjunta, de caminar juntos y de comprometernos a no repetir el bautismo administrado en las respectivas Iglesias. Juntos hemos orado por los mártires de los recientes atentados que han golpeado trágicamente aquella venerable Iglesia; y su sangre ha fecundado este encuentro ecuménico, en el cual ha participado también el patriarca de Constantinopla Bartolomé. El Patriarca ecuménico, mi querido hermano.

El segundo día del viaje ha sido dedicado a los fieles católicos. La Santa Misa celebrada en el estadio puesto a disposición por las Autoridades egipcias ha sido una fiesta de fe y de fraternidad, en la cual hemos sentido la presencia viva del Señor Resucitado. Comentando el Evangelio, he exhortado a la pequeña comunidad católica en Egipto a revivir la experiencia de los discípulos de Emaús: a encontrar siempre en Cristo, Palabra y Pan de vida, la alegría de la fe, el ardor de la esperanza y la fuerza de testimoniar en el amor que «hemos encontrado al Señor».

Y el último momento lo he vivido junto con los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y los seminaristas, en el Seminario Mayor. Hay tantos seminaristas… Y esta es un consuelo. Ha sido una liturgia de la Palabra, en la cual se han renovado las promesas de la vida consagrada. En esta comunidad de hombres y mujeres que han elegido donar la vida a Cristo por el Reino de Dios, he visto la belleza de la Iglesia en Egipto, y he orado por todos los cristianos de Oriente Medio; para que, guiados por sus pastores y acompañados por los consagrados, sean sal y luz en estas tierras, en medio a estos pueblos.

Egipto, para nosotros, ha sido un signo de esperanza, de refugio, de ayuda. Cuando aquella parte del mundo estaba hambrienta, Jacob, con sus hijos, se fue allá; luego cuando Jesús fue perseguido, se fue allá. Por esto, narrarles este viaje, entra en el camino de hablar de la esperanza: para nosotros Egipto tiene este signo de esperanza sea para la historia, sea para hoy, para esta fraternidad que acabo de contarles.

Agradezco nuevamente a quienes han hecho posible este viaje y a cuantos de diversos modos han dado su aportación, especialmente a tantas personas que han ofrecido sus oraciones y sus sufrimientos. La Santa Familia de Nazaret, que emigró a las orillas del Nilo para huir de la violencia de Herodes, bendiga y proteja siempre al pueblo egipcio y lo guie en la vía de la prosperidad, de la fraternidad y de la paz. Gracias.