Una pequeña misión en Tanzania - Alfa y Omega

Una pequeña misión en Tanzania

Este verano, cinco jóvenes de la Juventud de Schoenstatt en España organizaron por su cuenta una experiencia misionera en Tanzania, colaborando con los Misioneros de San Francisco de Sales. Han sido maestros, obreros, compañeros de juegos… pero, sobre todo, han aprendido mucho de los africanos que, concluyen, tienen una felicidad «mucho más profunda y distinta». Lo cuenta uno de ellos:

Colaborador

Todo empezó cuando Sole nos propuso ir a Tanzania hace nueve meses. Tenía contacto con los sacerdotes que nos iban a acoger (Misioneros de San Francisco de Sales). Para mí era un viaje impensable. Un continente nuevo en el que nunca había estado. Parecía un sueño que se me presentara tal oportunidad. Somos cuatro jóvenes del movimiento de Schoenstatt, muy ilusionados con la idea de conocer otra realidad y de ayudar en lo que pudiésemos. El plan lo organizamos entre los cinco.

El poblado al que vamos se llama Mkuza (en Kibaha), a casi dos horas de Daar es Salam. Por fin llegamos. Estamos Macarena, Maria, Gonzalo, Sole y yo. La gente nos mira al llegar. Somos los extraños allí, pero nos sonríen. Son muy pobres, pero parece que lo que tienen, lo comparten, y es como si no necesitaran más. Por la calle son todo caminos de arena y polvo, con muchos árboles y plantas, y pequeñas casas a los lados, todas reconstruidas y con apaños. Pero son felices, si bien es verdad que cada persona tiene su propia realidad, en alguno casos complicada. Hace mucho calor a pesar de ser invierno.

Todos somos iguales, todos podemos amar

A veces pienso, ¿qué hago yo aquí, cuando esta gente, con 11 años sabe más de la vida que yo con 27? ¿Acaso vengo a enseñarles algo? Y también pienso, ¿acaso valgo más por el hecho de tener una carrera y un buen trabajo? ¿Por qué a un niño de 11 años le toca vivir una realidad que en ningún caso ha elegido ni merecido?

La verdad es que son preguntas con respuestas difíciles, por no decir imposibles. Pero lo más increíble y lo que más me ha hecho pensar es que, para Dios, ¡todos somos iguales! (tengamos MBA o no, tengamos carrera o no, tengamos familia o no, seamos ricos o pobres… ¡todos somos iguales!) Hablando con Gonzalo, en la cena de celebración de aniversario de una monja misionera en Mkuza, llegábamos a la conclusión de que, en definitiva, Dios nos da siempre la oportunidad de amar. Es el gran objetivo y regalo, tengamos lo que tengamos o seamos quienes seamos, ya sea en casa, en el trabajo, con la familia, con nuestra novia, etc. Y en esta gente yo he percibido que ese amar lo hacen constantemente, aun teniendo poco y procediendo de muy diversas realidades.

Momentos que son regalos de Dios

La verdad es que, en este viaje, he intentado verlo todo con los ojos de Dios. Muchas veces pensaba: Dios me ha dado unos talentos que tengo que aprovechar; no hay que quedarse a medio gas; hay que dar gracias todos los días hasta por los detalles más pequeños. Es increíble. Dios ha querido mostrarme la realidad que Él ha creado, y para mí esta realidad se encarna en cada una de las personas con las que hemos estado. He tenido la sensación de que Dios me estaba queriendo en este viaje mediante la interacción con la gente de Mkuza. Sacando una simple sonrisa, o haciendo el ganso con la clase, o poniéndoles firmes a todos con la seriedad que a veces me caracteriza… Son ejemplos de los momentos que Dios me ha regalado. Ha sido brutal lo que me ha cuidado en este viaje.

Jugando al fútbol con una piedra

Una vez instalados, la planificación es la siguiente: por las mañanas vamos al colegio (Fransalian Mission School), que está cerca de donde dormimos. Allí ayudamos en las clases con niños de todas las edades. A mí me asignan una clase de niños de 10 años. Me miran. Me sonríen. Me cantan una canción de bienvenida con tu nombre incluido. Me sonríen de nuevo. Son felices. Me siento muy acogido. Son más listos que el hambre, aunque es cierto que tengo que ponerles firmes a la primera. Me siento apreciado. Me quedo perplejo.

Me doy cuenta de que es una suerte estar aquí y en este momento, haciendo sonreír y jugando con unos niños, a los cuales no conocía de nada. Pienso que sólo por eso ha merecido la pena venir: haciendo el ganso con ellos, jugando al fútbol, haciendo carreras, comportándome como uno más. Las realidades que hay detrás de cada uno de los niños son muy variadas (algunos son huérfanos que viven con su abuela; otros están becados porque en su familia no hay ingresos, etc.) Pero los niños son felices. En el descanso juegan al fútbol con una piedra. Es increíble cómo juegan al fútbol con una piedra. El caso es jugar, da igual con qué.

Por las tardes vamos a trabajar a una obra. El proyecto consiste en la construcción de una cocina que está pegada al colegio. Trabajamos en la base de los cimientos. Es una gran experiencia, una prueba de esfuerzo. Somos cinco obreros construyendo los cimientos de la cocina. ¡Qué duro es trabajar bajo el sol africano! ¡Es otro regalo! Ahora valoro más la chaqueta y la corbata…

Como los primeros cristianos

Durante la estancia en Mkuza tenemos la oportunidad de asistir a varias misas en swahili. Se celebraban en las casas de las familias; cada semana se rota, y todos los vecinos asisten a las casas en donde se celebraba. Al terminar la misa, empiezan a sacar comida, y los dueños de la casa nos invitan a comer. Es increíble la hospitalidad y la humildad de esta gente, con lo poco que tienen. Estas misas en las casas son un regalazo. Son iguales que las misas de los primeros cristianos: en las casas y en la intimidad. Es increíble cómo viven la fe y la misa (bailes, cantos…), ¡con qué devoción, qué entusiasmo, qué alegría! Es su momento de la semana.

De África me llevo fundamentalmente dos cosas. La primera, la devoción que tienen. La segunda es la enorme hospitalidad y lo acogido que me sentí desde el primer momento. La verdad es que fue impresionante.

«Soy feliz con lo que tengo»

Una tarde, al volver a casa después de misa, hablando con un lugareño, le pregunto, entre otras cosas, si es feliz. Acabamos hablando del concepto de felicidad, a lo que me responde de forma aproximada: «Vengo de una realidad muy complicada. Me he tenido que buscar siempre la vida, pero soy feliz con lo que tengo. Aunque es poco, me basta. En África siempre intentamos ser felices. Sabemos que no tenemos mucho, pero con lo que tenemos, nos tenemos que conformar. Por eso intentamos ser felices. Dios nos quiere y también quiere que compartamos lo que tenemos». Me deja atónito, no doy crédito a tal testimonio. Está claro que su felicidad es mucho más profunda y distinta. Tenemos tanto que aprender de ellos; Europa tiene tanto que aprender de África…

Fede García Vivancos