La profecía perenne - Alfa y Omega

El Papa Francisco llega este viernes a Fátima para celebrar el centenario de las apariciones de la Virgen a tres humildes pastores en Cova da Iria. Es significativo que, desde hace 100 años, todos los Papas, fuese cual fuese su sensibilidad, formación y vocación histórica, se hayan sentido ligados a este acontecimiento cuya carga profética no ha perdido fuerza. Todos han presentido que los dramas de la historia reciente, y también las vicisitudes de la Iglesia, encuentran en Fátima un punto de luz. Y no deja de resultar sorprendente para nuestra presunción analítica, para nuestro racionalismo alicorto, incluso para esa imagen de catolicismo adulto que se cultiva en muchos ámbitos.

Primero está el hecho de que María entre con nueva fuerza en el escenario, evidentemente no como protagonista principal, sino como aquella que señala el camino hacia Jesús. Pero además llama la atención que se aparezca a unos pobres niños, unos pastores casi iletrados en un rincón del vértice suroccidental de la ilustrada Europa. Y que lo haga para recordar los rudimentos de la vida cristiana: fe, esperanza y caridad; oración y penitencia, la necesidad de la conversión.

Hay que reconocer que nos resulta un punto escandaloso que frente a la mole del mal, que a lo largo de estos 100 años se ha desplegado con variedad pavorosa, la respuesta que Fátima sugiere sea el cambio del corazón de los hombres y mujeres de cada época a través del encuentro con Jesús. Como han recordado los obispos españoles en su mensaje, el sentido de las apariciones de Fátima es la confirmación de que Dios sigue actuando en la historia para salvar a la humanidad y sostener su esperanza en las diversas circunstancias que atraviesa. Lejos de sentimentalismos y fantasías, María nos invita siempre a mirar y seguir a su Hijo, a llevar su anuncio hasta los confines del mundo, con una especial solicitud por los más pobres y abandonados.

Fátima nos habla del drama insondable de la libertad humana, creada para reconocer y adherirse a Dios, pero capaz de rechazarlo y desencadenar un ciclo de muerte y destrucción. Por eso nos recuerda también el padecimiento que acompañará siempre el camino de la Iglesia, ya sea el de los mártires, ya sea el de la marginación y la hostilidad cultural. Pero el atractivo invencible de Fátima radica en la certeza sencilla de que Dios jamás abandona a la humanidad, y hace levantarse de nuevo a la Iglesia de sus postraciones. Y nos lo recuerda a través de la ternura familiar de la Madre.