La misión de Cristo es abrirnos a Dios y a los demás - Alfa y Omega

La misión de Cristo es abrirnos a Dios y a los demás

«La curación del sordomudo en el evangelio dominical evoca el itinerario de conversión por el cual se llega a la confesión de la fe auténtica, proclamada con los labios y profesada en el corazón», dijo el Papa, al explicar el evangelio del día, durante el rezo dominical del Ángelus. Durante los saludos a los peregrinos, Benedicto XVI aludió brevemente además a su próximo viaje al Líbano, y a la guerra en la vecina Siria: «No podemos resignarnos a la violencia, dijo. También se refirió a la situación en Colombia: «Ha sido anunciado un importante diálogo entre el Gobierno Colombiano y representantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, con la participación de delegados de Venezuela y Chile, para intentar poner fin al conflicto que, por décadas, aflige a ese amado País», comentó. «Espero que cuantos tomen parte en esa iniciativa se dejen guiar por la voluntad de perdón y reconciliación, en la sincera búsqueda del bien común»

RV

En el centro del Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37), hay una pequeña palabra, muy importante. Una palabra que -en su sentido profundo- resume todo el mensaje y toda la obra de Cristo. El evangelista Marcos la menciona en la misma lengua en la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos más viva aun. Esta palabra es «efatá», que significa: «ábrete».

Vemos el contexto en el que es colocada. Jesús estaba atravesando la región llamada «Decápolis», entre el litoral de Tiro y Sidón y Galilea; una zona por tanto no judaica. Le trajeron un hombre sordo, para que le impusiera las manos -evidentemente, su fama se había difundido hasta ahí-. Jesús, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y le tocó la lengua, y después, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. (cfr. Mc 7, 35).

He aquí el significado histórico, literal de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, se abrió. Antes estaba cerrado, aislado, para él era muy difícil comunicar; la sanación fue para él una «apertura» hacia los otros y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: finalmente podía comunicar y por tanto relacionarse de manera nueva.

Pero todos sabemos que el cerrarse del hombre, su aislamiento, no depende solo de los órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne el núcleo profundo de la persona, aquel que la Biblia llama el «corazón». Es esto lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud las relaciones con Dios y con los demás. He aquí por qué decía que esta pequeña palabra, «efatá – ábrete», resume en sí toda la misión de Cristo. Él se ha hecho hombre para que el hombre, vuelto por el pecado interiormente sordo y mudo, se vuelva capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los otros. Por este motivo la palabra y el gesto del «efatá» han sido insertados en el Rito del Bautismo, como uno de los signos que nos explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y las orejas del neo-bautizado dice: «Efatá», orando para que este pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Mediante el Bautismo, la persona humana inicia, por decirlo así, a «respirar» el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con aquel suspiro, para curar al sordomudo.

Nos dirigimos ahora en oración a María Santísima, de quien ayer hemos celebrado la Natividad. Por motivo de su singular relación con el Verbo encarnado, María está plenamente «abierta» al amor del Señor, su corazón está constantemente en escucha de su Palabra. Que su maternal intercesión nos obtenga experimentar cada día, en la fe, el milagro del «efatá», para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.