La respuesta del alma a la crisis - Alfa y Omega

La respuesta del alma a la crisis

Santiago Apóstol, Patrono de España. Su renovada actualidad: así titula el cardenal arzobispo de Madrid su exhortación pastoral ante la fiesta del Apóstol Santiago de 2012. Dice:

Antonio María Rouco Varela
‘Santiago a caballo’ (ca. 1326). Archivo de la catedral de Santiago de Compostela.

La Iglesia en España celebra de nuevo la solemnidad de su Patrono, Santiago Apóstol, hermano de Juan e hijo del Zebedeo. Lo reconoce e invoca como su primer evangelizador y el Patrono que veló constantemente, a lo largo de su más que milenaria historia, por el bien espiritual y material de sus hijos: hijos también de un pueblo que hundía sus raíces más profundas -las de su cultura, de su idiosincrasia, de su acervo moral, en una palabra, las de su alma-, en el Sí al Evangelio predicado por él. España se sintió protegida por la intercesión de Santiago ante Dios en todos los momentos más críticos y graves de su pasado histórico -desde aquellos lejanos de su liberación del poder musulmán y de los que la condujeron a la formación de su unidad en el medievo y en los inicios de la modernidad-, hasta el presente. Entre vicisitudes varias, con altos y bajos, supo conservar la fe en Jesucristo Redentor del hombre, con una singular fidelidad y una creatividad espiritual y misionera extraordinariamente fecunda, no dejando nunca de considerarse y de realizarse como una comunidad fraterna de gentes y personas estrechamente vinculadas, por la caridad de Cristo, en su Iglesia. Esta España jacobea ha sido solidaria en las alegrías y en las penas, en el dolor y en la enfermedad, compartiendo arrepentimientos por los pecados comunes y esperanzas alentadoras y gozosas al labrar surcos nuevos para la justicia, el amor fraterno y la paz dentro de sus fronteras y más allá de ellas. Su camino, ¡el camino cristiano de España! trazado siguiendo las huellas de Apóstol Santiago, se ha revelado y desarrollado humana y culturalmente como un camino de la Europa y del mundo que, sabiéndolo o no, buscan afanosamente a Cristo y, en Cristo, al hombre sanado y transformado por el don de su gracia: ¡del amor infinitamente misericordioso de Dios! Actualizar en la fiesta de Santiago el Mayor, nuestro Patrono, esta memoria jacobea tan rica humana, cultural y espiritualmente, se nos presenta como un apremiante imperativo de la hora histórica que estamos viviendo en la Iglesia y en la sociedad: ¡hora de España y hora de Europa! ¡Inseparables ambas!

En primer lugar, nuestra oración -la oración personal y la oración de toda comunidad cristiana-, sentida y convencida interiormente, debería hacer suya la petición de la Iglesia en la Eucaristía de su fiesta, al dirigirse a Dios Todopoderoso pidiéndole que, por el patrocinio de Santiago España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos. España, al igual que toda Europa, atraviesa por una crisis que, en su fondo y en sus causas últimas, es una crisis de fe. Éste es el juicio que le merecía a nuestro Santo Padre Benedicto XVI a finales del año pasado, en vísperas de la fiesta de la Navidad del Señor, la situación crítica europea: «El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas son ineficaces». Sí, ¡urge encontrar la respuesta del alma para la crisis que nos agobia! ¡Que nos ayude la intercesión del Apóstol Santiago a recobrar de nuevo su camino, camino de la verdadera fe! El Año de la fe, al que el Papa nos ha convocado, deberíamos aprovecharlo como una oportunidad excepcional de la gracia para iniciar una nueva andadura de peregrinos y testigos de la fe en España.

Crítica coyuntura histórica

En segundo lugar, unidos en la plegaria compartida por todos los hijos e hijas de la Iglesia en España, deberíamos hacer nuestra la petición de que los gérmenes muy conocidos de nuestras divisiones, pasadas y presentes, desaparezcan de los corazones y de las conciencias de todos los españoles, a fin de poder afrontar, espiritual y humanamente, nuestro futuro común con la esperanza de la victoria. La historia de las desavenencias de los Doce es muy aleccionadora al respecto. Nos la cuenta san Mateo en el Evangelio de la solemnidad de Santiago el Mayor. Los preferidos del Señor no son los que buscan puestos destacados, o los envidiosos, sino aquellos que quieren servir a sus hermanos con total desprendimiento. La Iglesia es familia de los hijos de Dios. En la entraña misma de su acción evangelizadora, se encuentra la vocación de hacer de las sociedades y de los pueblos realidades profunda y auténticamente humanas, capaces de configurarse como grandes familias. ¡Que nos ayude la intercesión del Apóstol Santiago a que, en la actual y crítica coyuntura histórica, la Iglesia en España cumpla con renovado celo su función espiritual de ayudar a que la España de hoy se vaya configurando más y más intensamente como una gran familia de hermanos.

Y, en tercer lugar, debemos pedir al Apóstol que el espíritu de fraternidad, sentida y practicada sinceramente por todos, nos una en la búsqueda de un presente y un futuro mejor, en el que los más débiles y necesitados sean especialmente cuidados y atendidos en todas sus carencias espirituales y materiales. ¡Que nuestra oración al Apóstol de este año, tan crítico y difícil, incluya la súplica de que estemos decididamente dispuestos a procurar y a realizar el bien común, con aquella actitud de desprendida y sacrificada generosidad propia de la caridad cristiana cuando se la vive en su congénita gratuidad!

A la Virgen Santísima del Pilar, que acudió a encontrarse con el Apóstol a punto de desfallecer para reanimarle en su celo y ardor misioneros, confiamos nuestra plegaria con amor y confianza filiales. Invocada también como Nuestra Señora de La Almudena, en Madrid, y contando con su cercanía y protección maternales, no dudamos -escuchando al Apóstol Pablo- de que «estamos apretados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados»; que «nos derriban, pero no nos rematan»; porque «en toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 8-12).

¡Estamos seguros de que la experiencia multisecular de todos los peregrinos del Apóstol de que siempre Dios ayuda y Santiago también se cumple hoy!