Terremoto Macron: oportunidades y riesgos - Alfa y Omega

En Francia asistimos a un fenómeno que analizarán politólogos e historiadores. El nuevo presidente de la República pisa el acelerador para rediseñar el sistema político de su país con una audacia análoga a la que demostraba Napoleón en el campo de batalla. Desde luego, Macron es él y sus circunstancias. Es difícil saber cuánto de lo que está sucediendo responde a un plan, y cuánto a la habilidad del jinete para cabalgar un tigre. Sus primeros pasos demuestran la voluntad de aniquilar a los partidos tradicionales en las próximas legislativas de junio, conformando una «mayoría presidencial» que algunos han calificado con acierto como el «centro líquido».

Nada más pisar el Elíseo, Emmanuel Macron ha tomado una decisión deslumbrante: nombrar primer ministro a una figura de la derecha, Edouard Philippe, vinculado a uno de los grandes barones republicanos, Alain Juppé. Si la demolición del viejo socialismo (en el que había militado Macron) comenzó con su capacidad de arrastrar a todo el centro izquierda fuera de su oxidado recinto, ahora correspondía una estocada maestra a una derecha herida por el affaire Fillon y amenazada por la desubicación general. La ecuación es clara: muchos electores tradicionales de los republicanos se preguntarán si merece la pena seguir apostando por el partido heredero del gaullismo cuando uno de sus alfiles ostenta nada menos que la Jefatura del Gobierno. Más aún cuando Macron se ha atrevido a presentarse como continuador del estilo del héroe de la liberación francesa.

La composición del gobierno, conocida ayer, ha completado la jugada: lo integran personalidades señeras del socialismo junto a centristas de renombre y republicanos de no poca relevancia. Todos ellos han sido atraídos por el imán del flamante presidente, que les ofrece no sólo una parcela sustanciosa de poder, sino un lugar seguro al sol. Porque, ¿quién les asegura un futuro, de seguir encuadrados en las viejas formaciones de izquierda y derecha? La audacia de Macron tiene que ver con su genio personal pero también con una necesidad casi desesperada que tiene la habilidad de convertir en virtud: y es que en pocos días podría convertirse en un presidente maniatado si su plataforma En Marcha no consigue un sustancioso número de escaños en la Asamblea.

El corrimiento de tierras en el escenario político francés es fascinante, pero también ofrece sombras y motivos de preocupación. Por un lado demuestra que existe un amplio espacio para la colaboración desde la izquierda a la derecha, en el marco del proyecto europeo. En un momento en que el nacionalismo exacerbado, los populismos y el rechazo a la Unión nos devuelven la figura de antiguos fantasmas de la historia europea, disponer de un instrumento político capaz de sumar apoyos y de forjar un programa moderado y regenerador es una buena noticia. En el fondo esto es lo que viene funcionando en Alemania con la gran coalición, pero allí democristianos (CDU) y socialdemócratas (SPD) han mantenido sus perfiles propios, mientras que en Francia se delinea una fuerza transversal que pretende disolver todas las diferencias.

Es verdad que la victoria de Macron ha supuesto conjurar el riesgo de que Francia cayese en manos de los antisistema e hiciese descarrilar definitivamente la Unión. Y también es cierto que el éxito de su audacia (por ahora) demuestra un buen diagnóstico: que la mayoría social desea un gobierno moderado que proteja el esquema de libertades constitucionales y que se mueva dentro de los parámetros europeos. Algo que, por ejemplo, no parecen entender los socialistas españoles, a los que sería interesante preguntar lo que opinan sobre el fenómeno Macron. Pero discrepo de cierto entusiasmo post-ideológico que aplaude sin más la desaparición de las diferencias de cultura política dentro de la centrifugadora del «centro líquido». Parece que Macron realizará una política económica sensata, aunque necesitará valor y tenacidad para llevar a cabo unas reformas imprescindibles que suscitarán dura oposición en la calle. Conocemos su disposición a coordinar importantes políticas con los socios europeos, especialmente con Alemania, en temas como la seguridad y la inmigración. Todo ello es positivo.

Pero la crisis europea de fondo tiene que ver con otras cuestiones de calado cultural que no deberían resultar aplanadas, marginadas o silenciadas. O directamente eliminadas en el altar del centro perfecto. Francia tiene pendiente una revisión a fondo del concepto de «laicidad», y en eso parece que Macron es un fiel discípulo de su antiguo mentor, François Hollande. ¿Se atreverá cualquiera de los miembros de la nueva mayoría presidencial a abrir semejante dossier? Otro tanto podría decirse de la libertad de educación, y del papel atribuido al Estado en la configuración de la fisonomía moral y cultural de la sociedad. Una gran plataforma indistinta, que abarque desde las lindes de la extrema derecha a los de la extrema izquierda, puede tener la tentación de imponer un estatismo blando, una nueva invasión de los espacios de las familias, las comunidades religiosas y la sociedad civil en general. Esto ya sucede, pero puede verse incluso reforzado. Y también queda el capítulo referente a la consideración política de la familia, que ha suscitado una gran movilización civil en Francia. No sabemos lo que el malogrado Fillon habría podido hacer en este campo, pero intuyo que la hipotética desaparición de las viejas formaciones políticas tampoco será una buena noticia al respecto.

Seguramente puede argumentarse, con razón, que los viejos partidos tienen lo que se merecen (¡cuántas analogías con nuestra España!) y que cosechan ahora sus numerosos errores. En buena medida es así, y sin embargo sería preferible una Asamblea en la que Macron encuentre una estabilidad condicionada por los partidos constitucionales (ni el Frente Nacional ni la izquierda de Melenchon lo son) que le obligue a negociar y permita un saludable debate cultural y político. Ese esquema daría más oportunidades a la libertad de los grupos sociales y a la propuesta de alternativas culturales. Macron ha evitado el caos, pero no perdamos de vista el horizonte.

José Luis Restán / Páginas Digital