El Papa, los empresarios y los especuladores: El trabajo está en peligro - Alfa y Omega

Los empresarios y directivos de empresa que pertenecemos a ASE (Acción Social Empresarial) hemos leído con mucho interés las declaraciones que acaba de realizar el Papa Francisco desde la factoría siderúrgica italiana de Ilva en Génova, al tiempo que nos han apesadumbrado algunas referencias tergiversadas a su mensaje.

El sector siderúrgico así como la industria en general en Europa, tiene que afrontar el reto de mantener y conquistar nuevas cuotas de mercado haciendo que la producción sea compatible con el medio ambiente mientras compite con industrias ubicadas en otros lugares del planeta con menores costes sociales, energéticos y medioambientales.

Para poder superar este desafío, la industria necesita innovar, ser flexible y adaptarse a un mundo en pleno cambio tecnológico acelerado; el mundo de la digitalización, de la robotización, del big data, de la inteligencia artificial, de los modelos disruptivos y colaborativos, y en este contexto, el Papa nos advierte que el trabajo está en peligro.

No estamos siendo suficientemente sensibles para apreciar la dignidad que el trabajo tiene y que el trabajo aporta. El Papa nos recuerda que el trabajo es una prioridad humana y por tanto, una prioridad cristiana, y donde hay un trabajador, ahí está el interés de Dios y de su Iglesia.

Nos anima a desarrollar las virtudes del buen empresario: la creatividad, el amor por la propia empresa, la pasión y el orgullo por cumplir con la misión de la empresa yendo de la mano de los trabajadores. El buen empresario conoce a sus trabajadores porque trabaja a su lado. Él es ante todo un trabajador más, que comparte las fatigas y las alegrías que proporciona resolver juntos los problemas y crear algo juntos. Cuando tiene que despedir, le resulta siempre una decisión dolorosa y la evitaría si pudiera.

Sin embargo, si nos dejamos arrastrar por un espíritu mercantilista, y anteponemos los beneficios empresariales a las personas, entonces nos envilecemos y dejamos de ser empresarios para convertirnos en especuladores. Hoy vendemos a nuestra gente y mañana venderemos nuestra propia dignidad. Es entonces cuando nos pervertimos, cuando nos corrompemos, cuando no amamos a la empresa, sino que nos servimos de ella. La codicia nos hace capaces de instrumentalizar y devorar a las personas con tal de obtener ganancias.

Una grave enfermedad de la economía es la progresiva transformación de los empresarios en especuladores.

El empresario es una figura fundamental de una buena economía. No hay buena economía sin buenos empresarios. Cuando la economía está habitada por buenos empresarios las empresas son amigas de la gente y también de los pobres. Hace escasas fechas, organizado por la Cátedra de Gobierno Corporativo y Dirección por Misiones de la Universidad Internacional de Cataluña se celebró en el hotel de la Reconquista en Oviedo el V Simposio de Empresas con rostro humano. Acudieron numerosos empresarios y directivos de distintos lugares de España y Portugal interesados en profundizar sobre la manera de humanizar sus empresas y la sociedad. Reconforta que el Papa Francisco utilice la misma metáfora: «Cuando la economía pasa a manos de los especuladores todo se arruina, se pierde el rostro, es una economía sin rostro y despiadada».

También los trabajadores deben dar la talla. No trabajar sólo por que se les paga, no convertirse en mercenarios. El buen trabajador se identifica con su empresa, se compromete, se implica, y se siente orgulloso del trabajo bien hecho y del esfuerzo conjunto realizado.

El Papa advierte del daño que causan las políticas que presuponen la hipótesis errónea de que los creadores de la economía son especuladores. Sus leyes y reglamentos van destinadas a los deshonestos y crean una burocracia y una regulación que terminan penalizando a los honestos. Hay que temer a los especuladores, pero no a los empresarios, que hay muchos y buenos.

Afortunadamente los empresarios buenos y virtuosos suelen salir adelante a pesar de todo.

Miles, millones de personas se levantan temprano todas las mañanas y salen a trabajar, a esforzarse y a ahorrar a pesar de todo lo que inventan algunos para molestarlos, obstaculizarlos y desanimarlos. Es la vocación natural que los impulsa; no sólo la necesidad de dinero.

El Papa nos recuerda la importancia del diálogo. El diálogo en los lugares de trabajo no es menos importante que el que se realiza en las parroquias o en las solemnes salas de congresos. Y nos recuerda que los lugares donde debe estar la Iglesia son los lugares de la vida.

Insiste el Papa Francisco en profundizar en el concepto de trabajo. El trabajo nos humaniza, nos hace más personas. Hay pocas alegrías más grandes que las que podemos experimentar trabajando y pocos dolores más grandes que cuando el trabajo aplasta, humilla y mata. El trabajo es amigo del hombre y el hombre es amigo del trabajo. Con el trabajo los hombres y las mujeres son ungidos de dignidad.

El trabajo es la piedra angular del pacto social. Cuando no se trabaja, o se trabaja poco o mal la democracia entra en crisis, todo el pacto social entra en crisis. Deberemos analizar con cuidado las transformaciones tecnológicas y no resignarnos a que una parte sustancial de la población se quede sin trabajo aunque sea mantenida por un pago social. Debe quedar claro que el objetivo social no es el salario universal sino el trabajo universal.

Para ello es imprescindible contar con los empresarios, con los buenos empresarios. Ellos son los que generan empleo y resultan condición «sine qua non» para lograr progreso sostenido y justicia social.

La revolución tecnológica hará que el trabajo de hoy sea diferente del de mañana, tal vez muy diferente, pensemos en la revolución industrial, pero tendrá que ser trabajo, no pensión.

Además el Papa Francisco nos advierte de los peligros que suponen los malos trabajos y los abusos del trabajo. Cita la pornografía, el tráfico de armas, los juegos de azar o los que proporcionan las empresas que no respetan a los trabajadores ni el medio ambiente como ejemplo de trabajos equivocados. También nos alerta de la paradoja que se da en nuestra sociedad en la que muchas personas quieren trabajar pero no pueden, y otras quieren trabajar menos y tampoco pueden porque o han sido comprados por las empresas o son explotados por las mismas. El descanso y el trabajo se complementan. Ni se puede disfrutar del descanso si no hay trabajo a continuación, ni se puede disfrutar del trabajo si no hay descanso a continuación.

Finalmente nos dice que los ídolos de nuestro tiempo son el consumo y el placer. Una sociedad hedonista no aprecia la cultura del esfuerzo, el valor de la fatiga y del sudor, no comprende el trabajo.

El trabajo es el centro del pacto social y del desarrollo humano integral y no un mero medio para poder consumir.
Gracias le damos al Papa Francisco por sus valiosas palabras y por compartir con nosotros su visión. Nos ayuda a fijar el rumbo y nos aporta ánimo y esperanza.

Rufino Orejas Rodriguez-Arango
Miembro del Consejo de Dirección de ASE-Acción Social Empresarial