Un mundo sin Dios - Alfa y Omega

Un mundo sin Dios

Maica Rivera

Daniella es una detective de homicidios encargada de investigar un caso de desaparición múltiple, el de los menores Dave, Jon y Latrena. Los tres pertenecen a la barriada estadounidense de Hamelin, guiño al flautista del cuento cuya sombra sobrevuela esta fábula de terror contemporáneo. También es triple –y sin red– el salto mortal de necesidad que da la investigación policial desde el entorno cercano, bien definido en lo familiar, hasta el corazón del mal, abstracto por momentos, en medio de la masa anónima de la ciudad. Es en esta indefinición de contornos, físicos y morales, cada vez más borrosos, donde comenzamos a perder pie, y será más adelante cuando corroboraremos literalmente lo que pronto intuimos, que es de corte espiritual la razón de que los personajes deambulen trágicamente desnortados. Eso es lo que más miedo nos da. Junto al hecho de que el brazo maestro del autor, ejecutor y artístico, traza el perímetro de la metrópolis con tiza forense para circunscribir el relato, no en el territorio del fin de la vida, sino en un reinado eterno de la muerte. Ahí reside el secreto del horror que estremece en lo íntimo: Lorenzo Luengo borra explícitamente, de un plumazo, del firmamento a Dios. Y deja la urbe, y los corazones de los hombres, completamente a oscuras. Y a merced de sucedáneos corruptos y adoraciones en altares enajenantes, que es aún peor.

La estructura metafísica es sencilla frente al complejísimo argumento. Lo primero, ante la maniobra de deicidio, solo cabe la desolación –luego vendrá el pavor cósmico y, en irresistible acercamiento al escritor Lovecraft, la locura asociada líricamente al paganismo–. Y las víctimas inmoladas resultan, como no podría ser de otra manera, los niños, la infancia, en una sociedad depredadora donde la inocencia protagoniza el primer sacrificio cruento. A partir de aquí solo cabe un siniestro ejercicio de estilo sobre las tinieblas que no es apto, ni mucho menos, para todas las sensibilidades, especialmente en todo lo relativo al abuso de menores. Es terrible lo que Luengo coloca, y cómo lo descubre, en el doble fondo en los cajones del dormitorio de los vecinos. Desde un retablo barroco que trasciende la periferia para incendiar nuestras zonas de confort, desecha escrúpulos y deja cadáveres en los arcenes con tal de dar metáfora tajante a la abolición definitiva de la humanidad tras el 11S. Podría haber escatimado en bestialidad para acuñar sus metáforas apocalípticas. Pero, ¿acaso no es tal y cómo lo transmite el mundo sin Dios? Habla de un inframundo sórdido con un universo que monologa y la única concesión es una dialéctica del ateísmo con el agnosticismo. Del teísmo solo se intuye el anhelo a cada paso de la joven protagonista, embarazada. Ella, escritora frustrada, da testimonio de cómo la cima de lo diabólico es disfrazarse con los ropajes de lo sagrado, y hay algo ahí que recuerda a William Peter Blatty en El exorcista, como también vemos concomitancia en esa necesidad plasmada de nombrar el mal para poder vencerlo, lo que nos permite jugar al alza con esta lectura.

El dios de nuestro siglo
Autor:

Lorenzo Luengo

Editorial:

Seix Barral