¿Eutanasia? - Alfa y Omega

«Me puedes pedir lo que quieras, ¡menos eso!». Entonces marcó el teléfono de la enfermera de asistencia a domicilio. Como reconocieron la llamada, le dijeron que en seguida estarían en su casa, que salían de inmediato. Ella les cortó: no era para su padre. Ella era la que necesitaba ayuda en ese momento. Se derrumbaba. Ella es enfermera especialista en cuidados paliativos, experta en asistencia domiciliaria. Tiene más de veinte años de práctica profesional. Se derrumbaba. Pero sabía que hacía lo correcto. Porque ella había afrontado no pocos casos en los que los hijos del paciente decían cosas como: Es lo que papá (o mamá) habría querido, si lo sabré yo, que he estado con ellos los últimos tiempos, etc. Últimos tiempos es un buen eufemismo: suele utilizarse para decir días, especialmente cuando se tiene mala conciencia.

La historia la estaba compartiendo con nosotros ella en un Congreso organizado por MD Anderson (Houston). Hablábamos de cómo abordar las peticiones de eutanasia por parte de los familiares. En este caso, se trataba del paciente mismo. La cuestión es saber afrontar la dignidad de la persona y mirarla a los ojos con amor. Porque nadie puede decidir entre vivir o morir: el último dueño de esta decisión es Dios. Por cierto, tampoco fue decisión nuestra nacer.

Nuestra cultura del bienestar, casi incapaz de captar el sentido de la vida, del sufrimiento, sobre todo al acercarse a la muerte, cuando se cierra a la trascendencia, lleva a la pérdida de confianza y a un callejón sin salida: la ideología (ellos dicen filosofía) dominante lo deja todo en manos de la autonomía del individuo, aceptando incluso la destrucción del propio yo; el utilitarismo ambulante desciende la ideología a números y se pregunta si merece la pena invertir dinero en una muerte larga. Pero todos se escudan en lo que pide o habría deseado el paciente, no en lo que quiere o necesita la persona. ¿Lo matamos? ¿Le ayudamos a suicidarse? ¿A que suena muy fuerte?

Familias sin cohesión llevan a muertes despersonalizadas. ¿Qué hacemos? En primer lugar, ocuparnos del sufrimiento físico y aliviarlo. Inmediatamente después, abordar el sufrimiento psicológico del enfermo y de su familia (sí, de su familia… y no digamos de los cuidadores, de esos que nunca dicen: últimos tiempos): las relaciones interpersonales son más importantes que nunca, porque el enfermo se enfrenta al último tramo de su camino, y lo tiene que andar solo. Un trayecto hacia lo desconocido no se puede hacer sin confianza en que hay alguien esperándote, y sin pasar de unas manos que te apoyan a otras manos que te quieren.

Ese sufrimiento, que podríamos llamar existencial, no es un concepto: es una experiencia real de dolor en el enfermo, de duelo en la familia y, para ambos, de sentimientos que se desbordan y propósitos que se fijan en el amor. No hay otra. La cuestión no es qué debemos hacer, pues está claro: cuidados paliativos. La cuestión es aceptar que quizá resulte doloroso, difícil, incómodo; quizá nos altere los horarios y nos cambie los compromisos; quizá nos exija hablar y quitarnos el escudo de superhéroe. La cuestión es que, ante la muerte de otro, tenemos que ser humildes y dejar de pensar en nosotros mismos. Más que nunca.