Mártires - Alfa y Omega

Mártires

Todo empezó bien. Era polaco y hablaba con un deje cantarín, que acentuaba su alegría y la expresión riente de sus ojos. Su rostro, casi lampiño, lo tensaban desde dentro la ansiedad y la certeza…

Colaborador
José Kowalski
E. Kazmierski

Todo empezó bien. Era polaco y hablaba con un deje cantarín, que acentuaba su alegría y la expresión riente de sus ojos. Su rostro, casi lampiño, lo tensaban desde dentro la ansiedad y la certeza. Me refiero a José Kowalski.

Este joven sacerdote salesiano de Cracovia disfrutaba de su ser y de su obrar cuando el huracán del totalitarismo se lo llevó al campo de concentración de Auschwitz.

José Kowalski, en el campo de concentración de Auschwitz, era sólo el n.º 17.350. Y sólo tendrá que afrontar su muerte.

C. Jozwiak

Su agenda es hoy todo un clamor de santidad: No diré jamás basta.

Y será liberador, cómplice, amigo de todos los condenados durante 14 meses de sufrimientos. Pero la violencia de la humillación y de la muerte volaba sobre él, desde el momento que no quiso pisar la corona del Rosario.

El 3 de julio de 1942 sus verdugos lo ahogaron en la cloaca del campo de exterminio.

Eduardo Klinik

Por su parte, para satisfacer la codicia de brutalidad nazi, cinco jóvenes del Oratorio Salesiano de Poznam fueron condenados a muerte el 1 de agosto de 1942. La ejecución se llevó a cabo el 24 de agosto.

Eduardo Kazmierski y Jaroguiew Wojciechowski, de 20 años, Czeslaw Jozwiak y Francisco Kesy, de 22, y Eduardo Klinik, de 23, aceptaron su destino, a través de un largo calvario, que empezó en 1940.

Todo formaba parte de un plan político de dominación y explotación bajo el que sucumbieron millones de personas.

J. Wojciechowski

El aniquilamiento y el terror progresivo engullía todas sus esperanzas de salir con vida del campo de concentración de Zwikan, en Sajonia.
Para que sólo su flor viviese, pisotearon las nuestras, decían las quejas mayas de otros verdugos, en otras latitudes, en otros tiempos.

Los cinco jóvenes de los salesianos de Poznam aceptaron su compromiso con la fe, tirados dos años y medio por las más diversas cárceles, con el alma arrastrada, pero enganchada al Rosario, mordiéndose la vida por estallar y dando gracias a Dios.

Francisco Kesy

Doy gracias a Dios por la fe: con ella no me asusto de nada. Toda mi vida he honrado a la Virgen; será Ella quien me acoja. Qué felicidad marcharse para encontrarse con Cristo. Dios nos ha dado la cruz y la fuerza para llevarla… Éstos y otros mensajes parecidos, escritos antes de morir, confirman su santidad.

También este camino de dolor lleva a Roma. Y Roma, definitiva, absoluta y rotunda, los ha declarado Beatos.

Juan Pablo II, su paisano, entornó los ojos, bajó la cabeza, recogió la actitud y sin esperar ninguna otra voz que descendiese del cielo, en Varsovia, el 13 de junio de 1999, los declaró a los seis salesianos, Beatos y mártires.

Paulino Montero