«Cada vez que me violaban los terroristas del ISIS me hacían más fuerte» - Alfa y Omega

«Cada vez que me violaban los terroristas del ISIS me hacían más fuerte»

En agosto de 2014 el Daesh mató a más de 10.000 yazidíes en el monte Sinyar, en el Kurdistán iraquí. Los ayudaron los vecinos musulmanes, que aprovecharon la aparición del Estado Islámico para acabar con los fieles de esta religión minoritaria, considerados adoradores del ángel caído. «Antes convivíamos en paz, pero nuestros amigos nos engañaron», explica Lamiya Haji Bachar, una joven yazidí a la que los yihadistas utilizaron durante 20 meses como esclava sexual. Estos días ha pasado por España para denunciar el genocidio de su pueblo

Cristina Sánchez Aguilar
Lamiya Haji Bachar. Foto: Ángeles Conde

En agosto de 2014 el Daesh asedió el monte Sinyar, en el Kurdistán iraquí, matando y secuestrando alrededor de 10.000 yazidíes, fieles de una religión de raíz zoroastrista y 5.000 años de antigüedad, perseguidos desde tiempos otomanos por ser considerados adoradores del ángel caído. En total, en el mundo hay cerca de 800.000 seguidores de esta religión monoteísta.

Lamiya Haji Bachar tenía 16 años cuando los terroristas invadieron su aldea, Kocho. Mataron a todos los varones de su familia y a ella y a sus hermanas se las llevaron para ser utilizadas como esclavas sexuales.

—Mi pueblo era un lugar apacible. Vivíamos unas 1.800 personas en paz. Mi familia tenía una granja grande y una huerta, donde plantábamos frutas y verduras. Yo iba a noveno en la escuela –equivalente a 3º de la ESO– y cuando volvía a casa echaba una mano en la granja. Tenía tres hermanos y tres hermanas. Me gustaba mi vida, era una buena vida.

Un día árido del mes de agosto el Daesh atacó su hogar. Algunos vecinos pudieron escapar a las montañas cercanas, pero cuando alguien de Kocho lograba llegar a los pueblos árabes de alrededor, los suníes les decían que volvieran a sus casas, que pusieran una bandera blanca en la puerta y así no pasaría nada.

—Mis vecinos musulmanes vinieron a casa y le dijeron a mi padre que nos quedáramos allí, que nadie nos haría daño. Nos engañaron. Se aliaron con el ISIS y nos señalaron. En 15 días el Daesh mató a todos los hombres yazidíes en la plaza pública. También a las mujeres mayores. A las jóvenes nos metieron en un autobús y nos llevaron hasta Mosul.

—¿Cómo se puede alcanzar la paz en el Kurdistán si vuestros vecinos os delataron?

Yazidíes de Irak caminan junto a la frontera siria en su huida del Daesh en el verano de 2014. Foto: REUTERS/Rodi Said

—No puedo explicar el dolor que siento, no puedo perdonar, pero no quiero que más mujeres y niños vivan lo que yo viví. Quiero la paz.

A Lamiya la violaban a diario. «Ella besaba las piernas de los hombres para que no la vejaran más», explica Laila, su traductora, también kurda. La vendieron cinco veces a varios hombres iraquíes y a un médico egipcio que la tuvo como ayudante en su quirófano.

—Nadie se puede imaginar lo que me hicieron. [«La primera vez que la escuché, lloré como una niña, no pude evitarlo», reconoce Laila, la traductora. «Si yo no podía apenas escucharlo, ¿cómo vive ella, la pobrecita?»].

—No me imagino cómo se puede sobrevivir.

—En realidad me intenté cortar las venas dos veces, pero me vieron y me castigaron.

Cuenta Lamiya, la niña con la cara más triste del mundo, que uno de los momentos más dolorosos fue cuando tuvo que fabricar chalecos-bomba.

—Esas armas iban a matar gente inocente. Pero, a pesar de todo, nunca he perdido la fe en la humanidad.

—¿Por qué?

—Hubo un momento que llegué al límite. Ya no podía pasar nada peor, así que cada vez que me violaban me hacían más fuerte. Mi esperanza empezó a ser salir de allí para denunciar lo que hacen con las mujeres y con los niños, a los que obligan a combatir.

—¿Te obligaron a convertirte al islam?

—Sí, pero yo les decía que mi corazón estaba con mi religión.

Trató de escapar cuatro veces. Iba de casa en casa pidiendo ayuda y los dueños volvían a llevarla con sus captores. A la quinta por fin lo consiguió junto a dos amigas.

—Una de ellas pisó una mina y explotó. Las dos murieron. Yo perdí el ojo derecho.

Lamiya tiene ahora 18 años. Vive en Alemania con sus hermanos supervivientes y recibe tratamiento para sus heridas, no solo las físicas. En octubre recibió –junto a Nadia Murad, otra joven yazidí– el Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia de manos del Parlamento Europeo por su denuncia del genocidio del pueblo yazidí. Vino a España a pedir que los países europeos apoyen la denuncia del genocidio en el Tribunal Penal Internacional.

—No tendré paz hasta que el Estado Islámico sea castigado. Irak no tendrá futuro hasta que no haya justicia.

—¿Cuáles son tus sueños?

—Quiero ser la voz en todo el mundo de la gente que sufre las atrocidades del Daesh.

También quiere ser profesora de Primaria.