Joaquín Navarro-Valls: «El Estado no puede improvisar» - Alfa y Omega

Joaquín Navarro-Valls: «El Estado no puede improvisar»

Don Joaquín Navarro-Valls ha sido nombrado presidente del Consejo Asesor de la Universidad Campus Biomédico, de Roma. El que fuera director de la Oficina de Información de la Santa Sede, doctor en Medicina en la especialidad de Psiquiatría, analiza en esta entrevista a Alfa y Omega los principales problemas que suscitan en la sociedad actual las polémicas bioéticas

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Don Joaquín Navarro Valls. Foto: CNS

¿Qué supone para usted su nombramiento como Presidente del Consejo Asesor de la Universidad Campus Biomédico, de Roma?
Una responsabilidad académica y cultural bastante seria, en un momento de ambigüedad conceptual muy difusa. Se ha hecho inestable el cuadro de referencias en el que viven los conceptos: no se sabe bien lo que cada palabra significa. La Universidad —también la que se mueve en el campo de las ciencias experimentales— puede y debe contribuir a redefinir la nueva realidad de conceptos clave. Mi labor será la de contribuir a integrar una reflexión antropológica con los datos empíricos de las ciencias positivas. No basta —y ya es mucho— situar al ser humano en el centro de la atención y de la acción clínica y docente, si no se sabe quién es ese ser humano, del que sabemos todo, menos quién es.

Tanto en España como en Italia ha habido casos recientes en los que el suicidio asistido ha pasado al primer plano de la actualidad pública. ¿Qué opinión le merecen?
Creo que la ambigüedad conceptual se aplica también en este caso. Si no se conoce bien —y a veces no es fácil ni siquiera para el médico— el contenido de términos como muerte cerebral, estado vegetativo permanente, cuidados paliativos, etc., será casi imposible discutir adecuadamente sobre estos temas. Por ejemplo, se oye hablar de vida artificial, cuando, en realidad, clínicamente se trata de verdadera vida, aunque en un estado terminal. Por otra parte, si no se tiene una idea fundada de conceptos como el de dignidad humana, existe el riesgo de trivializar nuestra actitud ante otro ser humano: el respeto se sustituye por el sentimentalismo. Y eso no es suficiente.

Se acusa a la Iglesia de ser poco sensible al dolor de los enfermos terminales, de los padres que no pueden tener hijos, de las adolescentes embarazadas… ¿Cómo cambiar esta percepción?
La Iglesia es la primera institución en el mundo por la cantidad y calidad de iniciativas a todos los niveles —desde el universitario, al modesto dispensario en el poblado africano— dedicadas a aliviar el dolor y promover la asistencia social y humanitaria. Cuando hicimos conocer esas cifras en la Conferencia Internacional de Desarrollo Social, promovida por las Naciones Unidas en Copenhague, hace algunos años, la comunidad internacional quedó sorprendida. No hay ninguna de las situaciones humanas citadas por usted en las que la presencia de iniciativas promovidas por cristianos no esté singularmente presente. No hay religión que haya inspirado un esfuerzo sistemático e institucionalizado de caridad como la religión católica.

¿Se puede pensar que detrás de un discutible progreso biomédico hay un fuerte componente tanto de emotivismo como de intereses económicos?
La piedad por el ser humano que sufre no puede tener límites: no concibo un exceso de compasión. La idea cristiana de caridad es, por su propia naturaleza, siempre exagerada: no hay una frontera en la que se dice hasta aquí. El error es tratar de concebir al ser humano exclusivamente desde parámetros sentimentales. Eso es poco. Y, en el fondo, sería hacer una injusticia al ser humano, que merece un respeto más completo que el meramente sentimental.

¿Cuál debe ser el papel del Estado en lo referente a la regulación de los temas de bioética?
El papel del Estado es legislar en justicia y para el bien común. Pero es siempre una improvisación tratar de legislar sobre el ser humano sin preguntarse antes quién es el ser humano para el que se trata de legislar. Esa improvisación está siempre en la base de la injusticia legalizada. Lo expresó muy bien el poeta alemán Hölderlin, cuando escribía: Siempre ha transformado el Estado en un infierno el hecho de que el hombre haya querido hacer de él un paraíso.

¿Cómo se perciben en Italia las diferentes iniciativas del Gobierno Zapatero en estos asuntos?
Creo que en Francia, Alemania, Italia, Estados Unidos, etc. se valoraron con sorpresa, y hasta con escepticismo, algunas resoluciones sobre estos temas que en España fueron adoptadas sin una amplia consulta popular que, al menos, habría dado la apariencia de que la mayoría de los ciudadanos las querían. Si nos referimos a alguna resolución que afecta a la noción de familia, diría que en España se va contra la corriente actual predominante de redescubrir el matrimonio heterosexual. En 39 Estados de Estados Unidos se ha introducido recientemente la consideración del matrimonio como unión legal entre un hombre y una mujer; en 19 de esos Estados, la legislación fue aprobada por referéndum. Análogas legislaciones o enmiendas constitucionales se han introducido en Estados europeos e hispanoamericanos; también se han presentado enmiendas a la actual ley en Canadá, etc.

Usted ha trabajado estrechamente con el Papa Juan Pablo II, ¿cree que su voz a favor de la vida ha calado en la opinión pública?
No tengo duda. Y ha calado, sobre todo, la fundamentación racional de conceptos como el de dignidad humana, que están en la base del respeto a la vida.