Rasel, el ángel - Alfa y Omega

Rasel va a cumplir 5 años dentro de poco. Pesa 13 kilos y habla por los codos. Todavía no va a la escuela. Está malnutrido y tiene anemia porque de lo que come, la mitad se lo llevan las amebas que tiene dentro, como la mayoría de los niños y mayores que viven y trabajan en las plantaciones de té del nordeste de Bangladés.

A la madre de Rasel la casaron con 15 años. Hace unos meses le dio una embolia y los médicos la desahuciaron. Milagrosamente se ha recuperado y, aunque con movilidad muy reducida, ahora es capaz de hacer las tareas del hogar y cocinar para su marido y sus dos hijos.

La casa de Rasel es la primera que te encuentras cuando sales de nuestro colegio. Allí he metido a muchos visitantes que han venido a vernos y a ver nuestro colegio. Es una casa mágica, porque de ella han salido llorando muchos de ellos. Dentro de la casa no hay nada. Y cuando digo nada, es nada. Además, al salir de la casa, Rasel se les ha abrazado con la mejor de sus sonrisas. Como digo, muchas altas torres han caído al salir de casa de Rasel.

Él es lo primero que me encuentro muchas veces cuando salgo de casa. Levanta su mano derecha hasta tocar su frente, y con una vocecita de cristal me saluda. «Asalam aleikun» («La paz sea contigo»). Con esa misma vocecita me pide, de vez en cuando, que le dé un globo o una pelota. Y quién le puede negar nada a este ángel disfrazado de niño. La sonrisa de Rasel y su cara de inmensa satisfacción cuando le doy el globo son capaces de derretir mis malos humores, mis preocupaciones, mis montajes mentales, mis problemas más o menos reales.

De vez en cuando le damos comida. A su padre le hemos dado trabajo para que no tenga que andar pidiendo nada. Pero qué es esto comparado con el regalo de conocer a Rasel, a su madre, a su padre y a su hermanito mayor.

Que sí, que te lo digo yo, que los ángeles existen, que no tienen alas, unas veces son viejos y otras niños; y siempre sonríen de maravilla. Y siempre son portadores de un mensaje de amor de parte de Dios.