Javier Peño, seminarista de Pamplona: «Mi vida alejada de Dios no tenía sentido» - Alfa y Omega

Javier Peño, seminarista de Pamplona: «Mi vida alejada de Dios no tenía sentido»

La vida de Javier dio muchas vueltas antes de descubrir su vocación al sacerdocio. Este seminarista de Pamplona salió con una chica de otra religión, entrenó a niños benjamines en el Rayo Vallecano y fue un asiduo de las noches de fiesta. Comenzaba a abrirse camino en el periodismo deportivo, pero la entrada de su hermana en las Clarisas de Lerma (ahora Iesu Communio) hizo que comenzara a replantearse toda su vida

José Calderero de Aldecoa

«Soy un joven valenciano de 25 años y licenciado en periodismo. Lo cierto es que mi vida dio muchas vueltas antes de descubrir mi vocación al sacerdocio: desde salir con una chica de otra religión, a entrenar a niños benjamines en el Rayo Vallecano durante tres años, pasando por noches y noches de fiesta. Y en medio, Dios, el Camino de Santiago, el Apóstol y una hermana en Iesu Communio. En La Aguilera, redescubrí a Jesucristo, tras unos años de más idas que venidas, y en el Camino, Él me dijo que mi vocación era el sacerdocio, cuando tenía trabajo e ilusionantes proyectos de futuro. La decisión no fue fácil, pero no me arrepiento. Ahora sé que hago lo que Dios quiere. Como decía Alexia González-Barros, ¡Señor, que yo haga siempre lo que tú quieras! A luchar por hacer efectivo el contenido de esa frase dedico mi vida. ¡Qué suerte poder hacerlo en la Iglesia!».

¿Cómo descubriste tu vocación al Sacerdocio?
Algún día volveré a Dios, pero todavía no; no estoy preparado. Así se puede resumir mi relación con Dios cuando comencé mi último año de Periodismo. Fue entonces cuando el director del periódico Marca en Internet me invitó a hacer prácticas, algo que era mi sueño desde niño. Sin embargo, y a pesar de la teórica emoción que debía haber sentido, descubrí un gran vacío en mi vida que no conseguía explicar. Acabé la carrera y sucedió algo inesperado: ¡Mi hermana entró en las Clarisas de Lerma (ahora Iesu Communio). Aquel día, en el convento, estuve llorando delante de todo el mundo durante hora y media, y salí muy tocado, y con una pregunta: ¿Qué sentido tenía mi vida alejada de Dios?

Así, y con la ayuda de un sacerdote, fui respondiendo a esa pregunta, aunque más bien fue Él, a través del Apóstol Santiago en O’ Cebreiro y en medio de una ventisca de nieve, quien lo hizo. ¿Sacerdote? ¿Yo? Me resistí unos meses hasta que la angustia por mi rechazo a la voluntad de Dios se hizo tal que una noche, llorando otra vez, dije que sí.

¿Qué le dirías a un joven que se está pensando ser sacerdote?
Lo primero, que se vaya de Retiro, que sea fiel a las indicaciones de su director espiritual y que sea valiente y humilde ante el Señor. Voy más lejos: un cristiano íntegro ha de poner a Dios sobre todas las cosas, y eso, si notas que Cristo te llama a la vida entregada, se traduce en un . A Dios no lo vemos todos los días, no lo sentimos si quiera todos los días, pero sabemos que existe, que nos quiere y que a su lado nada malo puede sucedernos. Así que le diría: Joven, ten presente siempre una cosa: quien no arriesga, se arriesga mucho más. Dí que sí.

¿Cómo se puede saber que uno tiene vocación?
Rezando y consultándolo con sinceridad con los directores espirituales, que son quienes tienen experiencia de discernimiento. No creo que haya mejor receta. Si la inquietud vocacional no se cuida, no se desarrolla, no se lucha con humildad por ella, no se pone en oración, entonces lo normal es que uno acabe olvidándose del asunto.

¿Cómo es el día a día de un seminarista? ¿Es una vida apasionante, como dice el vídeo de la Conferencia Episcopal sobre el sacerdocio?
La vida preparatoria al sacerdocio es importante, y es la que ha de sentar las bases del futuro ministerio. El día a día es acudir a la celebración de la Eucaristía, rezar mucho y bien, estudiar para el día de mañana poder ayudar a la Iglesia lo mejor posible y, por supuesto, tener ratos libres para cultivar las aficiones de cada uno. Es un proceso de modelación, de puesta de la voluntad personal en Dios, cosa que no es nada fácil, pero todo con un horizonte de felicidad, de vida apasionada, de entregar tu vida por Aquel que la entregó por ti siendo Dios. No hay nada mejor en el mundo que servir a quien se ama. Ésa es la suerte de los sacerdotes: dar la vida por quien ama y les ama.