Testimonios - Alfa y Omega

Testimonios

Redacción
Hace años que el presidente norteamericano Clinton acogió al líder israelí Rabin y al líder palestino Arafat, a punto de lograr la paz.

Monición introductoria
La religión no puede ser pretexto de conflictos

Que bellos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz».

Que bello y consolador es que la solemne convocatoria por la paz haya encontrado en todos vosotros aquí presentes una respuesta generosa y disponible; en vosotros, que ya trabajáis cotidianamente por la paz.

Estamos aquí, reunidos respondiendo a una invitación de Su Santidad Juan Pablo II, para dar testimonio ante los hombres y las mujeres de buena voluntad, en el compromiso común y en la oración propia de cada experiencia religiosa, de la voluntad de superar las contraposiciones entre los pueblos en favor de una auténtica promoción de la paz. Con el espíritu de la primera convocatoria de Asís, acogemos la invitación a proclamar delante del mundo que la religión no debe convertirse en pretexto de conflictos, de odios y de violencia, como ha sucedido en la actualidad. En este momento histórico, la humanidad tiene necesidad de ver gestos de paz y de escuchar palabras de esperanza. Aún más bellos serán los pies del mensajero que anuncia la paz cuando, después de haberla proclamado solemnemente en las laderas del monte Subasio, cada uno de nosotros vaya a proclamarla y a vivirla en la pluralidad de su vida cotidiana por otros montes, ciudades y pueblos.

Cardenal François Xavier Nguyên Van Thuân,
Presidente del Consejo Pontifico Justicia y Paz

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La paz auténtica viene de Dios (San Juan Crisóstomo)

El Patriarca Ecuménico Bartolomé I escucha atentamente las palabras del Papa.

La paz de Dios y la paz sobre la tierra tienen entre sí una relación de madre e hija. Nuestro Señor Jesucristo, Príncipe de la paz, según el profeta Isaías (9, 6), aunque distinguió la paz de Dios de la paz del mundo (cf. Jn 14, 27), llamó dichosos a los que trabajasen por la paz prometiendo que «serían llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). La paz de Dios es ofrecida a aquellos que, reconciliados con Dios por medio de Jesucristo, manifiestan realmente la comunión con Él mediante el amor, la virtud, la fe y la plena confianza en Él.

La paz de Dios es la más perfecta de las bendiciones y se presenta como estabilidad en la guía del hombre (Basilio el Grande, P.G. 30, 305). Como tal, supera todo conocimiento (cf. Flp 4, 7) y no tiene fin (cf. Is 9, 7). «Se extiende por todos los siglos, siendo ilimitada e infinita» (Basilio el Grande, P. G. 30, 513). No existe una paz semejante «si antes no se ha conquistado la virtud» (Juan Crisóstomo, P. G. 62, 73), porque es fruto de la gracia, que opera en aquellos que son liberados de los deseos malvados y de la división interna. Las pasiones malvadas crean la perturbación interna y, cuando arrastran a la voluntad a actuar para ser traducidas en acto, provocan la guerra externa (cf. St 4, 1).

Por eso, para que haya paz en el mundo, hay que estar en paz con Dios y, como consecuencia, con nosotros mismos y entre nosotros. La palabra de Cristo dirigida a la ciudad de Jerusalén: «Si también tú conocieras en este día el mensaje de la paz» (Lc 19, 42), se dirige igualmente hoy al mundo entero. Tenemos el deber, sobre todo ahora, después del exterminio de víctimas y horribles holocaustos, de conocer, ante todo, los presupuestos espirituales, pero también económicos y de otro tipo, de la paz sobre la tierra. Y estos presupuestos son la justicia, el respeto del carácter sagrado de la persona humana del prójimo, y de su libertad y dignidad, la reconciliación, la disposición benevolente y altruista hacia el hombre, y en general una vida virtuosa según Dios, que comprende también la justicia, la equilibrada participación de todos en los bienes de la tierra, y en los beneficios de la ciencia y de la tecnología. Para que no se repita en nuestras generaciones, a nivel mundial, la destrucción de la ciudad, anunciada por Cristo y realizada ya entonces, debemos arrepentirnos y volver a Dios y conocer y realizar su santa voluntad. Entonces Dios, que no es un Dios de la guerra y de la batalla, sino el Dios de la paz, oirá nuestras oraciones y nos dará a nosotros y al mundo también la paz en la tierra. Si no, si persistimos en las pasiones pecaminosas y malvadas, y en las aspiraciones personales egoístas, interesadas e individualistas, las voces de la guerra aumentarán y la desgracia caerá sobre la tierra y la Humanidad.

Que el Señor de la paz nos dé su paz. Amén.

Patriarca Ecuménico Bartolomé I

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Perseverar en la esperanza

Saludo con gran alegría a los líderes de las comunidades de fe reunidos en Asís respondiendo a la invitación de Su Santidad Juan Pablo II. Siento mucho no poder estar con vosotros, considerando de modo especial que los líderes religiosos tienen la posibilidad de contribuir verdaderamente a la paz y a la reconciliación de nuestro mundo, cada vez más inestable y peligroso. En los últimos meses hemos aprendido, una vez más, cuánta necesidad tenemos los unos de los otros. Hemos experimentado la violencia, la guerra y el odio, y hemos visto cómo los errores de una generación pueden repetirse en sus hijos y nietos. Tenemos necesidad de que la gracia de Dios nos toque con una generosidad más que humana y nos libere a nosotros y a nuestro prójimo de los errores del pasado. No se trata de un camino rápido o sin dolor. Hace falta mucho para construir amistad y confianza en los lugares donde las personas han aprendido a ser hostiles o sospechosas. Jesucristo, el líder inspirador de todos los cristianos, nos dijo: «Dichosos los afligidos, porque serán consolados. Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia. Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios». Hay que perseverar en la esperanza y no dejarse llevar por el desaliento.

Las entidades religiosas, igual que los líderes religiosos, tienen una tarea muy delicada y difícil que llevar a cabo. A pesar de nuestras imperfecciones, somos testigos de la bondad de Dios. Tratamos de hablar de verdad, de amor y de perdón, permaneciendo firmes en el bien. Reconocemos que nuestras tradiciones pueden ser tergiversadas para dividir a las personas, en vez de unirlas. A veces nos definimos más por lo que nos divide que por lo que nos une. Reconocemos que no nos hemos entendido y que nos hemos herido los unos a los otros; por eso tenemos que construir la paz sobre nuestra necesidad de acoger el perdón y de ofrecerlo.

Sin embargo, nuestras preocupaciones tienen que ser prácticas, además de orantes y proféticas. No podemos proclamar la libertad de los prisioneros sin liberar a los pobres de una deuda opresora. Si queremos vivir en armonía con los vecinos, debemos dar de comer a los hambrientos y curar a los enfermos. Si nos consideramos miembros de la única familia humana, debemos compartir las cosas buenas que poseemos con los indigentes.

Tenemos que hacerlo de manera digna para todos; respetando la dignidad humana de todos y haciéndoles participar de la vida económica y política del mundo.

Hermanos y hermanas, aunque no estoy con vosotros, vuestro encuentro de hoy estará, sin duda, en mis pensamientos y en mis oraciones. Este día marca una etapa nueva en nuestro camino, una señal de nuestro compromiso de los unos por los otros y con Dios, que nos guía hacia adelante juntos.

Arzobispo de Canterbury G. Carey
(leído por el obispo Richard Garrard)

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Portada del libro editado con ocasión del Encuentro de Asís.

¿Dónde está nuestra fidelidad?

En este día nos dirigimos al Señor, nuestra poderosa fuente de vida que invocamos con muchos nombres, con nuestra súplica por el futuro del mundo. Es una oportunidad para reflexionar sobre lo que la fe religiosa significa en un mundo de violencia. La pregunta que tenemos delante es: ¿dónde está nuestra fidelidad suprema? ¿Cómo podemos dar testimonio, ante todo, de un Dios que ama a todo el mundo y no de un Dios vinculado a determinadas lealtades nacionales, culturales o políticas? El diálogo interreligioso y la relación entre personas de diferentes credos son en sí mismos expresión de fe genuina en Dios. Construyen puentes de mutua confianza y respeto y abaten los muros de la hostilidad. La relaciones interreligiosas no pueden quedar aisladas de sus implicaciones sociales y políticas. A través del diálogo, del autoexamen, de la oración y de la reflexión podemos comprender mejor y estamos autorizados a responder a las condiciones desesperadas de muchas partes del mundo, que ayudan a fomentar el odio y la violencia. Pido que, a través de estos medios, podamos encontrar el camino justo para aliviar la pobreza, las diferencias económicas, las violaciones de los derechos humanos, las relaciones de poder abusivas y otras injusticias que las sostienen, todas ellas cosas que intensifican esa desesperación.

En un mundo sacudido por la ferocidad de odios alimentados por fundamentalismos religiosos, el diálogo interreligioso goza de una renovada atención y prioridad. La finalidad última de este diálogo, igual que la oración y la reflexión en las que ahora estamos empeñados, es escuchar lo que Dios nos tiene que decir a través de nuestras diferentes tradiciones. De esta forma podemos descubrir la gracia y la voluntad de Dios y repudiar las actitudes que legitiman los conflictos basados en la religión. La Organización de Naciones Unidas, que con justicia ha recibido el año pasado el Premio Nobel de la Paz, debe seguir trabajando en aquello para lo que fue creada desde el principio, en promover cada vez más la fraternidad entre todos los países que se han comprometido a actuar y que son capaces de impulsar de una forma decidida la justicia internacional, la paz y la integridad de la creación de Dios. El papel de la diplomacia debe ser reforzado para afrontar directamente las causas que subyacen al terrorismo y a la violencia. La finalidad de las relaciones diplomáticas en la situación actual es más que la de construir una alianza para una acción militar. Deben contribuir sustancialmente a rectificar y a sanar injusticias del pasado, así como a edificar visiones comunes para un futuro mejor. Una grave responsabilidad pesa en el presente sobre los políticos del mundo, así como sobre las comunidades religiosas, instituciones financieras, comunidades científicas y educativas, instituciones y agencias de información, y sobre el mundo del espectáculo. El mundo globalizado no puede ser simplemente la arena de una competición brutal, sino un lugar de búsqueda del futuro común de la Humanidad.

En la actual coyuntura crítica, las Iglesias de la Federación Luterana Mundial tratarán de cumplir el papel de socios para cooperar en la fraternidad humana y en la justicia en las diferentes regiones, especialmente a través del diálogo y de la acción común con los miembros de otros credos.

Que todos puedan ser, mediante el culto y la oración, instrumentos a través de los cuales Dios pueda obrar la curación del mundo.

Dr. Ishmael Noko
(Federación Luterana Mundial)

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El Buen Samaritano

«¿Quién es mi prójimo?». Como Iglesias de la Tradición de la Reforma, sólo podemos empezar este momento de testimonio con la palabra de Dios. El relato familiar del Buen Samaritano siempre ha sido narrado poniendo el acento sobre el inesperado socorrista que actuó como prójimo, sin un profundo análisis de las diferencias religiosas y culturales existentes entre el socorrista y el que fue socorrido. Es interesante destacar que nuestro Señor Jesucristo contó esta historia respondiendo a una pregunta sobre las condiciones para la salvación; este relato se presenta con acentos de amor, de respeto, de atención y de comunión hacia cuantos pueden ser de una cultura o religión totalmente diferente, en lugar de pasar de largo, ignorarlos o tratarlos como enemigos. Relatos semejantes nos ofrecen la base para la tarea de crear una cultura de paz en el mundo actual. Desgraciadamente, hoy hemos heredado un mundo en el que personas con otras motivaciones (normalmente políticas o económicas) usan las religiones como instrumentos para sus guerras privadas, conduciendo al mundo a un estado de falta de paz. ¡Si pudiéramos volver a escuchar la historia del Buen Samaritano!

Los participantes en Asís encienden sus lámparas con las que formarán un único foco de luz.

No estamos aquí sólo para lamentarnos. Estamos aquí para celebrar los buenos ejemplos de ser prójimo. Recordamos con agradecimiento la experiencia del Consejo Cristiano Liberiano y del Consejo Supremo Musulmán de Liberia, que se han reunido para formar un comité interconfesional. Esto ha sido el principio de un camino de paz en Liberia. Sí, la paz no es una realidad completa en Liberia, pero la resolución de estas dos comunidades de trabajar juntas ha colocado una importante piedra angular, y esta decisión sigue impulsando en Liberia el camino de la paz. Lo mismo se puede decir de Sierra Leona. En Indonesia se oye hablar de comunidades en las que han vivido cristianos y musulmanes juntos, durante muchos años, en paz hasta los tiempos recientes en que fuerzas, normalmente externas, han empezado a usar a los cristianos y a los musulmanes unos contra otros, en algunas de las islas. Durante los meses pasados, en cambio, nos han informado de que, en ambas comunidades, existen fuerzas que desean reunirse para dialogar y oponerse a cualquier fuerza destructiva. Son signos de esperanza que tenemos que apoyar y por los cuales debemos rezar.

Nuestra tarea es rezar para que estas semillas de paz germinen. Son necesarios más samaritanos que, inspirados en la fe, decidan que las diferencias religiosas no deberían hacer ignorar o incluso odiar a los que son diferentes. Vivimos en las mismas comunidades sobre el mismo planeta. No supone deslealtad hacia nuestras religiones y no es contrario a nuestro espíritu religioso trabajar por construir la paz dentro de nuestras comunidades. Este trabajo es parte de nuestra vocación. Sigamos, por tanto, uniéndonos para rezar por la paz.

Dr. Setri Nyomi
(Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas)

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Servicio a los necesitados

Que yo pueda convertirme en cada momento, ahora y siempre, en protector de los que no tienen protección, en guía de los que han perdido la ruta, en nave de los que deben surcar los océanos, en puente de los que tienen que atravesar ríos, en santuario de los que están en peligro, en lámpara de los que necesitan luz, en lugar de refugio de los que necesitan amparo, en siervo de los que están necesitados.

Mientras dure el espacio, durante todo el tiempo que los seres vivos existan, hasta entonces, pueda yo disminuir las miserias del mundo» (de la Guía de la forma de vivir del Bodhisattva, Shantideva).

Geshe Tashi Tsering
(Budismo)

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La paz es un don de Dios

La iniciativa del Papa Juan Pablo II en favor de la paz ha suscitado siempre en mí mucha alegría y esperanza para nuestro mundo, lacerado con frecuencia por la violencia y las guerras. La invitación que me ha sido dirigida para participar en Asís en la oración por la paz es un honor para mí, y para todos los fieles miembros del Vodun Avélékété, del que soy el gran sacerdote. Al aceptar participar en esta oración asumo el compromiso de promover entre mis fieles un espíritu y una actitud de paz, capaces de producir un impacto favorable en la sociedad de Benín.

Pero yo reconozco, ante todo, que la paz es un don que Dios hace a los hombres. Este don se deja a la responsabilidad del hombre llamado por su Creador a construir la paz en este mundo. Es una responsabilidad universal referid a toda la creación. Para mí, responsable de la religión tradicional Vodun, la paz no es posible mientras existan laceraciones, divisiones y antagonismos entre los hombres. Debemos empezar a dominarnos a nosotros mismos para no ser autores de palabras que generan rivalidad, exclusión y violencia. Debemos ser responsables del espíritu que producen nuestras palabras. Debería ser un espíritu que crea la concordia, la convivencia y la fraternidad. Entonces la paz tendrá un terreno favorable para arraigar en los hombres.

Hay algo de lo que estoy convencido: la paz en el mundo depende de la paz entre los hombres. La responsabilidad del hombre en el mundo influye no sólo en la sociedad, sino en toda la creación. Cuando no existe paz entre los hombres, tampoco existe paz entre el resto de la creación y el hombre. Las estaciones se invierten y la tierra no produce semillas para alimentar al hombre. Pero cuando los hombres trabajan por la paz en una nación, su tierra da frutos y el ganado se multiplica para el mayor bienestar del hombre. Ésta es una ley de la naturaleza que proviene del Creador, que ha unido el destino de la creación a la responsabilidad del hombre.

Por eso es bueno invitar cada año a los hombres a cambiar el corazón, renunciando al odio, a la violencia y a la injusticia. Los responsables de las religiones en el mundo no deberían olvidar ni descuidar esta costumbre. Se trata de reparar el mal que ha sido producido contra la creación por culpa del hombre, pedir perdón a los espíritus tutelares de las zonas que han sido tocadas por la violencia, y por el mal cometido por el hombre, y pedir perdón, celebrar sacrificios reparadores y purificadores, con el fin de restaurar la paz. Estoy convencido de que esta purificación de la naturaleza es de capital importancia para recuperar la paz entre los hombres y con el resto de la creación. En los tiempos antiguos, en los tiempos de los reyes, en Benín se respetaba escrupulosamente esta praxis, y el país gozaba de la paz y de los beneficios de la naturaleza. Los jefes de nuestros días deben preocuparse. Todo esto les queremos decir cuando volvamos de Asís, para realizar en Benín lo que vivamos juntos, a nivel mundial, en Italia.

Quiero también subrayar algo esencial: el respeto de las almas de los antepasados. Debemos recordar que los antepasados que nos han precedido en este mundo vivieron una relación de respeto hacia Dios y la naturaleza, para dejarnos un mundo habitable y acogedor para el hombre. La organización del mundo en su época no era perfecta en todos sus aspectos, pero tenía la ventaja de mantener una gran cohesión entre los hombres y la naturaleza. Algunas prohibiciones preservaban los manantiales, los bosques y las zonas de renovación de la fauna y de la flora. Otras prohibiciones determinaban las relaciones humanas dentro de la familia y de la sociedad. El mantenimiento del ecosistema y un gran equilibrio dentro de la sociedad contribuían eficazmente a mantener esta cohesión entre la naturaleza y los hombres. Hoy no se puede hablar de paz sin el respeto por este mundo, que nos han dejado como herencia nuestros antepasados, en un esfuerzo constante por mejorarlo para el bien de los hombres de nuestro tiempo. Entre las costumbres sociales que nos han dejado como herencia nuestros antepasados, en la tierra africana de Benín, existe el arte de la palabre para resolver los conflictos personales y sociales. En ella se aprende el arte del respeto al adversario, así como saber tolerar su diferencia y comprender las convicciones de los demás. Este método debe inspirar a los diferentes responsables de la paz en el mundo para que sepan atraer a los adversarios al diálogo, el único que puede restaurar la paz en los corazones y en las naciones. No hay nada que valga más que el diálogo que permite la comprensión recíproca. Se pasa entonces del odio a la estima recíproca. Este papel importante de la palabre (coloquio con los jefes de las tribus) debe ser salvaguardado en las instancias internacionales que deciden sobre la paz entre las naciones y, en las naciones, entre las personas. La palabre debe traernos hoy su aportación para permitirnos gestionar el mundo de nuestro tiempo con todas sus dificultades, que dependen siempre de la responsabilidad del hombre.

Acabo de proclamar, en lo que habéis oído, mis convicciones religiosas sobre mi compromiso en favor de la paz en mi país y en el mundo. No sabría terminar sin afirmar con fuerza que la justicia y el amor fraternal constituyen los dos pilares fundamentales de la verdadera paz entre los hombres. Esta tierra de Italia, donde me hallo para el encuentro espiritual de Asís, es una tierra de grandes tradiciones religiosas. Nosotros, los responsables religiosos, debemos insistir en nuestros países en el respeto hacia las otras naciones y en la solidaridad entre los pueblos. El problema del desarrollo de los países pobres, entre los que se encuentra el mío, constituye sin duda la mayor amenaza contra la paz del mundo. La solidaridad entre los pueblos debe conducir a una distribución más equitativa de las riquezas del mundo. Los países más desarrollados deben ayudar a los países menos avanzados en sus esfuerzos hacia el desarrollo. El comercio internacional no debe favorecer solamente a los que tienen una economía fuerte, sino respetar el esfuerzo real de trabajo y de producción de cada pueblo. El siglo XXI, en el que acabamos de entrar, debe ser un siglo de construcción de un mundo más justo y más fraternal. Los valores que queremos promover como jefes religiosos son los del amor y la convivencia en un mundo donde en realidad todos somos hermanos. Si obramos así, construiremos la paz en el mundo.

¡Que Dios bendiga el encuentro de Asís y done a nuestro mundo la paz!

Chef Amadou Gasseto
(Religión Tradicional Africana)

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Hindúes, junto a la Estatua de la Libertad en Nueva York.

Religión, fuerza propulsora

Dejadme que empiece agradeciendo al Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso por haberme invitado a expresar mi pensamiento sobre la paz en el mundo. Me siento verdaderamente honrada y bendecida en presencia de Su Santidad, el Papa. El hinduismo es para mí una profunda fuente de inspiración, pero no puedo pretender ser nada más que una estudiante de una tradición plurimilenaria. Apelo, por tanto, a la comprensión de Su Santidad y de los demás venerados hermanos y hermanas aquí reunidos.

Son varios los significados que se asocian a la noción de paz. Para los pensadores laicos, la paz es la ausencia de violencia y la solución de los conflictos sin violencia. Sin embargo, parece que ésta es una comprensión demasiado limitada de la paz. Es verdad que es deseable que no exista la violencia. Varias instituciones y estructuras de diferentes niveles políticos, muchos grupos de la sociedad civil y religiosa, etc., han desarrollado y siguen desarrollando una loable tarea de pacífica solución de los conflictos dentro de las comunidades y entre ellas. Sin embargo, una vez más, este tipo de paz ha alcanzado un punto muerto. Nos falta hasta ahora una sólida base para la paz. Para mí, la paz consiste en mantener el equilibrio y la armonía dentro y fuera. Hasta que no consigamos alcanzar esta forma de comprensión, seguiremos siendo testigos de intolerancias, miseria, abusos, conflictos e injusticias.

La religión, si se comprende rectamente, es esa fuerza propulsora que puede restaurar la armonía y la unidad entre el mundo interno y externo. Si las religiones pretenden ser, y de ellas se espera, que sean una fuerza unificadora, la Historia muestra, repetidas veces, casos en los que algunos que se autoproclaman salvadores de la religión han puesto la religión al servicio del poder y de fuerzas disgregadoras.

Hemos visto que la orientación religiosa de la gente muchas veces está corrompida. El verdadero mensaje de la religión no es ni puede ser el mero cumplimiento de la letra.

Yo provengo de una cultura en la cual el significado más cercano a religión es lo que nosotros llamamos dharma. Se trata de una tradición universal que tiene que ver con un orden moral que define la relación del yo con el otro y con la energía divina. Esta interrelación implica un orden que permite extender la conciencia personal de una existencia cerrada en sí misma a una relación con la divinidad.

Esta divinización de los seres humanos nos da el sentido del valor de la vida. No sólo yo soy esencialmente divina, sino que cualquier otro es igualmente divino por esencia, y esto nos une los unos a los otros bajo la paternidad de Dios (vasudhaiva kutumbhakam). Con esta comprensión, las diferentes pertenencias dejan de ser fuentes de conflicto. Lo que el Consejo Pontificio propone hoy, constituye un modelo de relaciones interreligiosas. Es un compromiso que puede abrir el diálogo entre las diferentes tradiciones religiosas al desarrollo de la comprensión del humanismo espiritual.

Para mí, que pertenezco a la Swadhyaya parivar (familia), inspirada por el reverendo Pandurang Shastri Athawale, esta fraternidad universal surge de forma natural porque él nos ha inculcado la idea de la aceptación de todas las tradiciones religiosas (sarva dharma sweekaar). Éstas no se excluyen las unas a las otras. En la base de la Swadhyaya está la idea de un Dios que habita en todos nosotros, y todos somos hijos del mismo Dios. Profundizando en la herencia clásica de la India, él ha tratado de abatir las barreras entre los hombres y liberar la idea de la religión del dogmatismo, del aislamiento y de las constricciones. Para nosotros el compromiso en medio de las realidades sociales, la regeneración y la curación de las comunidades no son actos de reforma social, sino actos de manifestación de agradecimiento al Ser Supremo. Esto lo definimos como bhakti, es decir, devoción a Dios. Lo llamamos fuerza social porque permite al individuo superar la mezquindad, el odio y la avaricia (kshudrata, krodh y lobha). Esta transformación ayuda al hombre a orientar los acontecimientos cotidianos en energía de liberación de los vínculos de todo tipo, y a superar las dificultades, los complejos, el sentido de aislamiento, la inseguridad y la inutilidad. Nos permite pasar de la simple defensa de los derechos humanos al nivel superior de la defensa de la dignidad humana y del deber del hombre.

Mis venerados hermanos y hermanas, desde mucho más alto que mi condición de vida, desde este augusto encuentro, en la bendita presencia de Su Santidad el Papa, oso apelar a la Humanidad para que vaya más allá del aislamiento, se desarrolle un amor absoluto, desinteresado e incondicional hacia Dios y su creación, para superar situaciones de crisis endémicas. No se trata de una simple construcción teórica. En nuestro pequeño camino hemos mostrado que es posible alcanzar un orden social. No dejamos de recurrir a todos nuestros recursos interiores por la causa de la paz. Nuestro diálogo, que celebra la unidad de las diferentes tradiciones religiosas, no es nuevo, tiene una tradición. Desde aquí podemos caminar hacia una unidad de las religiones del mundo, para que se salvaguarde un futuro compartido y bendecido por Dios.

Didi Talwalkar
(Hinduismo)

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La adhesión del Islam al compromiso por la paz
En el nombre de Dios, el Todo Misericordioso, el Muy Misericordioso.

Ante todo, quiero expresar mi sincero agradecimiento a Su Santidad el Papa Juan Pablo II, que reúne hoy a todos los representantes de las diferentes tradiciones religiosas, animados por el mismo fervor de construir un mundo mejor. Para iluminarnos en este camino hacia la paz, la fe musulmana nos ofrece algunos reclamos que os voy a presentar brevemente.

—Dios ha creado a todos los seres humanos a partir de un solo padre y de una sola madre. Dios ha declarado en el libro Sagrado: «¡Oh hombres! Temed al Señor que os ha creado de un solo ser, por tanto, de éste, ha creado a su esposa y ha hecho nacer de esta pareja un gran número de hombres y mujeres. ¡Temed a Dios! Vosotros os preguntáis sobre esto y respetáis el seno que os ha llevado. Dios os observa» (Sura Las mujeres, 1).

—Todas las religiones monoteístas reveladas por Dios a sus venerables profetas concuerdan en dos puntos esenciales:

—La devoción al culto del Solo y Único, como Dios ha dicho: «Él ha establecido para vosotros, respecto a la obligación religiosa, lo que había prescrito a Noé, lo que nosotros te revelamos (Mahoma) y lo que habíamos prescrito a Abraham, a Moisés y a Jesús: realizar el culto. ¡No os dividáis en sectas! ¡Qué duro les parece a los politeístas aquello a lo que tú les llamas! Dios elige y llama a quien quiere a esta religión y dirige hacia ella a quien se vuelve a Él arrepentido» (Sura La deliberación, 13).

—El respeto de los valores: Alá ha revelado la religión monoteísta para la felicidad de la Humanidad. Las religiones predican todos los valores de la ética como la humildad, la justicia, la paz y la prosperidad, así como el intercambio de todas las acciones benéficas autorizadas por Alá, la cooperación entre todos los pueblos en favor de la benevolencia y de la piedad, y no para la ofensa y la agresión.

—Dios nos ha creado en esta vida para que nos conozcamos los unos a los otros como Él dijo: «¡Oh hombres! Nosotros os hemos creado de un hombre y de una mujer. Os hemos constituido en pueblos y en tribus para que os conozcáis entre vosotros. El más noble entre vosotros, para Dios, es el que más le teme. Dios es aquel que sabe y que está bien informado» (Sura Los alojamientos privados, 13).

—Todas las religiones monoteístas recomiendan que el ser humano promueva el derecho y la justicia, restaurando a los legítimos propietarios sus derechos. En esta ocasión, Al-Azhar Al Sharif tiene el placer de rendir homenaje al Estado Vaticano por su loable apoyo al pueblo palestino.

—En Egipto, musulmanes y cristianos han vivido como hermanos durante catorce siglos, bajo el mismo cielo, sobre la misma tierra, con los mismo derechos y las mismas responsabilidades. Cada uno practica su fe como dice el Santo Corán: «¡Nada de constricción en la religión! El camino recto se distingue del error. El que no cree en los ídolos y cree en Dios ha empuñado el mango más sólido y sin fisura. Dios es el que comprende y sabe todo» (Sura La vaca, 256).

Al-Azhar y sus ulemas (doctores de la ley musulmana), en esta jornada de oración común, se adhieren con convicción a esta llamada a la paz con un vínculo inmediato e inseparable de la justicia.

Jeque Al-Azhar Mohammed Tantawi

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Un momento de la plegaria de los representantes de la Iglesia católica en la basílica inferior de Asís.

Senda de peregrinos en busca de la paz
«Grande es la paz, ya que el nombre de Dios se llama Paz».

La historia nos ha demostrado que mientras los líderes de las religiones mundiales han hablado siempre de paz y los predicadores han pronunciado innumerables discursos sobre el hecho de que la paz es la finalidad última de las religiones, en realidad, en la práctica, las religiones han servido para fomentar miles de guerras horribles y sanguinarias. Los numerosos conflictos desatados en Europa y en Asia entre las principales religiones, las batallas realizadas a través de la Historia entre sectas diferentes de una misma religión, son bien conocidos para todos los estudiantes de Historia y de Religión. También hoy, los hombres siguen combatiendo en Irlanda del Norte, peleándose en Cachemira y en Pakistán y matándose en Medio Oriente.

Somos todos bien conscientes de la forma en la que, el 11 de septiembre del año pasado, unos locos que pretendían actuar en nombre de la religión lanzaron tres aviones contra las dos torres del World Trade Center y del Pentágono, asesinando a miles de personas en pocos minutos, causando así el primer conflicto militar internacional del siglo XXI.

Nosotros, los judíos, subrayamos que nuestras tradiciones religiosas no otorgan un papel central al concepto de guerra religiosa. Pero no queremos ser insensatos, dado que algunas veces durante nuestro trágico y sanguinario pasado, nos hemos defendido y hemos combatido contra los enemigos cuando era necesario. Y cuando combatimos, escrutamos en nuestras Escrituras, no para buscar una justificación a la guerra, sino una base religiosa para nuestras acciones. La Biblia está llena de órdenes de Dios a los judíos para combatir contra los enemigos cuando es necesario. En nuestra tradición existe el concepto de lo’ tehayyun kol neshamah, es decir, de guerras contra grupos específicos, batallas que deben ser combatidas despiadadamente y sin misericordia. Este tema es tratado de manera muy fuerte en el continuo imperativo religioso mah eni meheh et zakar ‘amalek, el mandato de combatir una guerra final contra el mal último, representado por Amalek, una guerra en la que no se toman prisioneros, todos deben ser asesinados.

Y sin embargo, el combate militar no es el corazón del judaísmo. La Biblia judía, la Ley oral, el Talmud, nuestros midrasim (glosas a la Escritura) y los escritos rabínicos subrayan la importancia de la paz, tanto entre nosotros, como con nuestros vecinos. Nosotros, judíos, estamos comprometidos en una ideología, en una religión y en una filosofía centradas en conceptos de paz, de bondad y de fraternidad, comunes a otras religiones del mundo, especialmente el cristianismo, que ha adoptado y adaptado muchísimas ideas judías. Nuestras Escrituras hebreas, igual que el Nuevo Testamento cristiano, nos enseñan a no guardar rencor contra los que nos han hecho daño y a buscar siempre la vía de la conciliación y del amor fraterno. Incluso cuando somos enviados a hacer la guerra contra nuestros enemigos, Dios nos manda ofrecer en primer lugar la oportunidad de rendirse pacíficamente, y sólo cuando este ofrecimiento es rechazado nos permite usar las armas contra ellos. Además, los Profetas han puesto repetidas veces ante nuestros ojos una visión del fin del mundo en la cual las espadas se transformarán en arados y todas las naciones vivirán en paz.

Por eso, la guerra no es nuestra cultura, ni tarea, ni misión, ni objetivo de los judíos. Como tampoco es la tarea de otras religiones del mundo. El discurso de la paz hecho en nombre de la religión no debe ser abandonado, ya que se basa sobre la realidad de todos nuestros ideales religiosos y es el fin último al que todos aspiramos. Debemos rechazar las distorsiones de las enseñanzas religiosas, surgidas en el pasado, y no podemos proponer la idea de que la violencia contra los miembros de otras religiones o de otras sectas religiosas sean de origen religioso.

Debemos recordar que ninguna religión nos manda matar de forma indiscriminada, y los que enseñan esto lo hacen desviando y distorsionando las religiones en nombre de las cuales hablan. El Papa Juan Pablo II ha corregido los abusos usados históricamente para justificar la violencia cometida contra los no cristianos.

Sólo a través de un serio diálogo y mediante el compromiso con una dedicación física por la paz por parte de los líderes de las principales religiones, con sacrificios por la paz, y no sólo con simples pronunciamientos, podemos empezar a cambiar la condición humana actual. El Papa Juan Pablo II ha jugado un papel personal en esto mediante sus esfuerzos de reconciliación con el judaísmo y ha cambiado la historia entre cristianos y hebreos. Éste puede ser, sin duda, para cada uno de nosotros un modelo a seguir, el sendero de los peregrinos que buscan la paz.

«El midrás dice sobre la oración: Las bendiciones no están completas hasta que no contienen la palabra PAZ» (Bamidbar Raba).

Rabino Israel Singer

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Chiara Lubich, católica comprometida por la paz.

La regla de oro de la paz

Jesús para nosotros, los cristianos, es el Dios de la paz. Por eso la Iglesia católica hace de la paz uno de los objetivos más sentidos. «Nada se pierde con la paz. Todo con la guerra», exclamaba Pío XII. Pacem in terris se titulaba una encíclica de Juan XXIII. «Nunca más la guerra», repetía Pablo VI en la ONU. Y Juan Pablo II, después de los terribles acontecimientos del 11 de septiembre, indica el camino para alcanzarla: «No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón».

La Iglesia católica entera trabaja por la paz. Muchos son los caminos que persigue. Son muy eficaces los diálogos en el camino trazado por el Concilio Vaticano II. Al generar fraternidad, garantizan la paz. Se realizan a nivel universal y en las Iglesias particulares, así como a través de grupos y asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades.

La Iglesia promueve el diálogo, en primer lugar, entre sus propios hijos e hijas, suscitando esa comunión, requerida a cualquier nivel, que asegura la paz. En segundo lugar realiza un diálogo irreversible con las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, diálogo que acrecienta la paz en la familia cristiana. Realiza otro con las grandes religiones del mundo, apoyándose también en la llamada regla de oro, presente en los diferentes Libros Sagrados, que se expresa en el evangelio de la siguiente forma: «Todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos» (Mt 7, 12). Esta regla de oro, al subrayar el deber de amar a los propios hermanos y hermanas, realiza porciones de fraternidad universal en las que reina la paz. Y, por fin, el diálogo y la colaboración en otros campos con todos aquellos que, sin una referencia religiosa, son hombres y mujeres de buena voluntad, por lo que se puede construir también con ellos la paz.

Varias expresiones, por tanto, de un gran diálogo, generador de esa fraternidad que puede convertirse, en este dificilísimo momento histórico, en el alma de la vasta comunidad mundial que, paradójicamente, hoy la gente del pueblo y los gobernantes empiezan a desear.

Chiara Lubich
(Iglesia católica)

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Andrea Riccardi.

La paz es posible

Ese acontecimiento (en Asís) no podía permanecer aislado. Tenía, en efecto, una fuerza espiritual explosiva: era como una fuente…»: esto escribió Juan Pablo II a los líderes religiosos presentes en uno de los quince encuentros internacionales que siguieron a aquella memorable jornada. En 1986 el mundo estaba bloqueado por la guerra fría. ¡Pero no rezamos en vano en Asís y en el espíritu de Asís!

Hemos visto que la oración libera nuevas energías de paz. Se han dado cambios de época: las transiciones pacíficas del comunismo en el Este europeo, las pacificaciones en América Central y del Sur y en Asia. He visto de cerca recuperar la justicia en Sudáfrica, la paz en Mozambique. Nuevas energías de amor preparan la paz.

Con su oración insistente, la Iglesia noacepta que la guerra sea inevitable. Han aumentado los que trabajan por la paz. En el siglo pasado muchos de ellos cayeron: ¡por su sangre derramada ha germinado la paz! Su sangre ha alcanzado la de los misioneros, caídos por la caridad y la justicia. Los nuevos mártires del siglo XX testimonian la fuerza, humilde y débil, de los cristianos, más fuerte que el mal. También gracias a su testimonio no nos resignamos a la pobreza del mundo y a la guerra, madre de todas las pobrezas. Todavía quedan muchos conflictos abiertos. La Iglesia ni se desespera ni se resigna. Recuerda la dimensión interior de la paz. Los que trabajen por la paz serán llamados hijos de Dios, y los humildes heredarán la tierra.

Al principio del año, los mensajes de la Jornada mundial por la paz nos sacan de la resignación a la guerra o de la irresponsabilidad hacia el mal. Donde se proclama y se vive el Evangelio, se aprende a no desperdiciar el gran don de la paz, como decía el Beato Papa Juan XXIII. Todas las Iglesias locales, todas las comunidades cristianas, todas las familias se convierten en el santuario de la paz.

La lección histórica de los últimos decenios y de todo el siglo XX nos dice: la paz es posible, y la guerra es una aventura sin retorno. En efecto, nosotros católicos, con todos los cristianos, con todos los creyentes de las grandes religiones, hemos comprendido mejor que sólo la paz es santa, ¡nunca la guerra! Por eso hoy, frente a la dureza de estos tiempos, acogemos con esperanza y entusiasmo la invitación del Papa a abrir «el corazón y la inteligencia a los desafíos que nos esperan».

Andrea Riccardi
(Iglesia católica)

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Alzar juntos la voz por la paz

Las Iglesias cristianas, las otras religiones, tienen el deber de alzar juntos la voz para señalar el ultraje que sufren los principios morales espirituales que todas las religiones afirman y que todos los creyentes viven en la vida cotidiana. Entre estos valores espirituales, la paz ocupa un lugar primordial, porque la manifestación de la fe se realiza sólo en un clima de paz. Para los cristianos, la encarnación de Dios en la persona de Cristo, que es al mismo tiempo hombre y Dios, es un momento de paz y de reconciliación universal, marcado por la voz de los ángeles que anuncian este nacimiento desde lo alto: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que Él ama» (Lc 2, 14).

Con esta esperanza salvífica de la paz de lo alto, saludamos a la organización de la Jornada de oración por la paz, una iniciativa de Su Santidad Juan Pablo II, en este período de agitación y de preocupaciones a nivel mundial, cuando las religiones deben comprender los fenómenos complejos y participar, con sus formas específicas, en la conservación de la creación de Dios y elevar al hombre a la dignidad que Dios le ha otorgado.

Patriarca S. B. Teoctist
(Iglesia ortodoxa de Rumanía, leído por S. E. Ioan Selejan, obispo de Harghita y Covasna)