En el día del enfermo - Alfa y Omega

En el día del enfermo

Cada año la Iglesia celebra, coincidiendo con el día de la Virgen de Lourdes, la Jornada dedicada al enfermo, al dolor, al que sufre. En medio de una naturaleza salvaje, en el corazón de los Pirineos se encuentra el Santuario de Lourdes, a orillas del río Gave…

Soledad Porras Castro

A Lourdes acuden miles de peregrinos deseosos de que mejoren sus dolencias, disminuya el sufrimiento o se produzca el milagro de la aceptación de la personal circunstancia. Paralíticos, enfermos terminales, niños con grave dolencias, hombres y mujeres de cualquier edad y origen. En la Gruta de Lourdes se recupera la serenidad perdida, ya que en la sociedad actual hay una carencia tremenda de afecto, no hay tiempo para dedicarse a los demás y descubrir el vocablo otro o dar voz a los que no la tienen. Es preciso crear un mundo donde exista la sensibilidad y la dignidad, conscientes de que con estos supuestos la convivencia con el dolor se atenúa y el enfermo mantiene la esperanza.

Desde la cama de un hospital o de una casa el enfermo piensa, tal vez, que Dios se ha escondido, le ha abandonado, el mundo parece naufragar a sus pies. Aún sin voz empieza a llamar a sus seres queridos sin obtener respuesta. El día del enfermo representa la victoria del amor sobre el desfallecimiento y da sentido al dolor.

Afortunadamente son muchos los que no hacen otra cosa que dar, que ofrecer sus manos abiertas ante la cama de un hospital, como testigos fieles del Evangelio procuran disminuir el dolor que es el cincel con el que Dios modela nuestra existencia. Teresa de Calcuta afirmaba «cuando aparece el dolor o la enfermedad, encontramos una viga, que de no ser aceptada nos aplasta».

El día del enfermo nos induce a compartir congojas, alegrías, confidencias y apoyo. El enfermo necesita ser querido, sentirse próximo a alguien que le comprende porque el dolor constituye una gangrena que corroe al ser más íntimo del hombre. Si alguien en nuestro tiempo nos ha dejado testimonio del sufrimiento ha sido Juan Pablo II, esa figura extraordinaria que pasó por todos los grados del dolor: sufrió un atentado, fue intervenido quirúrgicamente en varias ocasiones y recorrió el mundo como un buen samaritano saliendo al encuentro del que más lo necesitaba sonriendo y amando siempre. Como él muchos hombres y mujeres, religiosos y laicos cual cristos vivientes se aproximan al dolor. Cesare Pavese, el gran escritor italiano en medio de su enfermedad clamó: «No hay cosa más amarga que la lentitud de un día para quien no espera nada, sino el sufrimiento».

Si no podemos curar podemos aliviar, y si no podemos aliviar podemos amar. El enfermo espera siempre un gesto, tal vez que le coloquemos mejor la almohada mientras le regalamos una sonrisa. En el día del enfermo abramos nuestro propio corazón y ofrezcamos nuestras manos abiertas para acoger, curar heridas y trasmitir serenidad.

Son muchos los santuarios del mundo dedicados a mitigar el dolor: Lourdes, Fátima, Loreto o Pietralcina en Italia. La luz que emana de todos ellos ofrece un oasis de paz porque allí se produce el milagro de aceptar la enfermedad. En todos ellos el paisaje es toda una fiesta para los ojos. Paisajes trascendentales que ejercen una gran influencia sobre el espíritu de quien habita o acude allí.

A veces Dios se manifiesta de forma dolorosa, cuando esto ocurre significa que quiere estar muy cerca de nosotros. En la Iglesia de San Giacomo en la romana Plaza del Popolo, en el dintel de la misma podemos leer: «Si no puedes curar acompaña, si no puedes acompañar, ama».

La pastoral de Lourdes nos invita a meditar sobre la Cruz. La Iglesia con esta conmemoración nos hace reflexionar e intenta dar sentido positivo a cualquier tipo de dolencia. Enfermos de cualquier continente se detienen un momento convencidos de que su vida cambiará en algún modo. En esta fecha Benedicto XVI quiere también comenzar el año dedicado al Padre Nuestro como antes lo que al Rosario y a la Cruz.