«Soy consciente de la esperanza que represento» - Alfa y Omega

«Soy consciente de la esperanza que represento»

Jesús Colina. Roma
El cardenal Lustiger, entre sus compañeros de la Academia de Francia

El arzobispo de París, cardenal Jean-Marie Lustiger, ha pasado a formar parte de los «inmortales» de la Academia de Francia.

¿Quién podría imaginar que aquel pobre inmigrante judío, hijo de padres polacos, se convertiría en arzobispo de París y quince años después en miembro de la Academia de Francia? Este último reconocimiento pocos se lo esperaban. Su extraordinaria biografía ha empañado en cierto sentido la seductora faceta intelectual y literaria de este antiguo estudiante y capellán de la Sorbona.

El cardenal Lustiger reconoce que él tampoco se lo esperaba. Sin embargo, explica así las razones que le han llevado a aceptar este reconocimiento: Al elegirme a mí, los académicos honran a la Iglesia que represento. ¿Y qué hará usted en la Academia?

No soy un hombre de letras, sino un sacerdote -responde el cardenal-. Nunca me olvido de la misión de «anunciar la Buena Nueva a los pobres; a los prisioneros, la liberación». Conozco el sufrimiento y soy consciente de la esperanza que represento. Es lo que esperan de mí en la Academia, centro simbólico de la lengua y de la cultura de nuestro país».

Un periódico italiano ha pedido al cardenal Lustiger un balance de sus quince años de ministerio en París.

Foto: CNS

«No fui el primero ni el único, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que vio deshacerse con rapidez el humus de la vida cristiana en la Francia campesina y que predijo lo que estaba a punto de suceder. He vivido muy de cerca las consecuencias morales y humanas de las perturbaciones de la sociedad francesa. Visité al presidente Mitterrand al inicio de su mandato, poco después de haber sido nombrado arzobispo de París. Le expuse lo que yo llamaba la «desmoralización» de la población: el desmoronamiento de la moral, las costumbres de los franceses. Las motivaciones que les llevaban a trabajar y a convivir estaban profundamente enfermas, especialmente entre los jóvenes. Se trataba de un problema político que afectaba a largo plazo a la fuente de energía más profunda de la sociedad francesa. La Iglesia no era indiferente, tanto en sentido positivo como en sentido negativo, a esta evolución. He hablado también con los jefes de Gobierno que se han sucedido: he repetido el mismo leit-motiv a los líderes, a quien quería escucharme. Ahora tengo la satisfacción amarga de ver confirmado este diagnóstico.

Pájaros recubiertos de petróleo

Los eslóganes de entonces han sido desmentidos por los hechos. Los daños están ahí. Los jóvenes me recuerdan a los pájaros recubiertos de petróleo: se hace lo imposible por limpiarlos, pero sólo se logra salvar a unos pocos. Una vez que se han hundido en la droga, heridos por una educación fracasada, en la falta de amor de sus padres, en el analfabetismo que vuelve a hacer acto de presencia, en la brutalidad, quedan sumergidos en el petróleo. La sociedad está sacrificando una parte de sí misma. Esto no es pesimismo: se trata de conocer un hecho, una catástrofe que tendremos que pagar durante décadas.

Las sociedades occidentales desarrolladas manifiestan su fragilidad cuando se hacen incapaces de distribuir, de manera adecuada, la esperanza y los medios para vivir. Al igual que el cuerpo humano, el cuerpo social no podrá sobrevivir durante mucho tiempo con miembros sanos y miembros enfermos. Una sociedad a dos velocidades es una condición patológica de la democracia. Y éste es un problema mundial».

La degradación de la salud lleva a la muerte. ¿Vivimos una lógica suicida?

En este colosal sobresalto de nuestra civilización, que la mayoría de las veces es percibido como una fatalidad, surgen síntomas de vitalidad que muchos ya no se esperaban. Por ejemplo, el nuevo espíritu humanitario… En una sociedad que favorece el individualismo, el egoísmo, el «cada cual por su lado», el sentido humanitario es la prueba de que el altruismo, el amor al prójimo, no han muerto y son capaces de renovación. No me refiero al espectáculo humanitario que nos ofrece la televisión…

Toda la problemática de la sociedad francesa, en las pancartas de una reciente manifestación por las calles de París

Muchos siguen viviendo el amor al prójimo como un mandamiento de Dios. Otro ejemplo: las prácticas religiosas se cancelaron de la memoria, dejaron de transmitirse. Ahora los ritos de la Iglesia descubren una potencia y una vitalidad como nunca en el pasado. En París, las iglesias se están llenando. Ciertamente la afluencia no es comparable a la que había hace cincuenta años; pero, a diferencia de lo que a veces se escucha, no están desiertas. De repente la Iglesia se ha convertido en una fuente de sentido espiritual que despierta en tantos participantes ocasionales el deseo de volver.

Tierra de conversión

Francia está viviendo en los últimos años un fenómeno sin precedentes: cada año aumenta de manera consistente el número de adultos que llaman a las puertas de la Iglesia para pedir el bautismo.

En 1976, las estadísticas de la Iglesia francesa indicaban que apenas 890 adultos en el país habían solicitado el bautismo. En 1987, comenzó a esbozarse una tendencia alcista: 2.824 adultos pidieron el bautismo, desde 1993, las conversiones crecen al ritmo del 30 % anual. A inicios de marzo, 11.127 personas se encontraban preparándose para recibir el bautismo.

Contrariamente a lo que podría imaginarse, no se trata de personas de edad avanzada, inquietas por la proximidad de la muerte: el 80 % de los catecúmenos son gente joven cuyas edades oscilan entre los 20 y 40 años.

¿Por qué se da esta tendencia? Una de las explicaciones que se esbozan apunta a un cambio de mentalidad que se estaría produciendo en Francia: el mito de la liberación de la religión, dominante hace tan sólo unos años, está perdiendo terreno para dejar paso a una sentida demanda de espiritualidad.