Una arquitectura para el misterio (I) - Alfa y Omega

Una arquitectura para el misterio (I)

Ofrecemos en estas páginas la segunda parte que completa la explicación de esta auténtica maravilla de la arquitectura cristiana

Colaborador

Juan Bautista de Toledo y Herrera fueron capaces de construir la idea de Felipe II con una concepción unitaria de una esencialidad y rotundidad sin precedentes en la historia de la arquitectura europea, piedra angular de la arquitectura moderna. El conjunto se ordenó sobre un rectángulo de 735 por 850 pies, a partir de un eje central, en el sentido Oeste-Este, que nace bajo la Biblioteca, recorre sucesivamente el Patio de los Reyes, la Basílica, el Patio de Mascarones y el Palacio Real, y separa las zonas del Monasterio propiamente dicho, del Palacio de la Corte y el Colegio. Este eje, entendido como una Vía Sacra, representa una de las mayores expresiones de la sacralidad católica «tradicional». Los primitivos y grandes presbiterios del mundo cristiano, (San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros, etc.) consistían en unos espacios centrales a los que el creyente descendía por una escalera orientada hacia el Poniente, simbolizando que provenía del ocaso o de las tinieblas, y una vez bautizado por el obispo, ascendía por una escalera orientada al Naciente, incorporándose a la Luz o la Vida Eterna. Las dos escaleras estaban enfrentadas.

La Vía Sacra del conjunto escurialense participa plenamente de esta concepción. Es un eje horizontal de luz que simboliza el camino del hombre convergiendo hacia Dios.

Está concebida como un eje de Vida, al que se accede desde la puerta de la fachada Poniente, situada bajo la escultura de san Lorenzo y la Biblioteca. Esta fachada, con una composición de portada eclesial, presenta por primera vez una de las características más enriquecedoras de la arquitectura escurialense, de influencia oriental: el contraste radical entre los paramentos exteriores y los espacios interiores.

El camino del hombre hacia la Vida eterna se inició en el Antiguo Testamento, como un largo período en el que los Salmos anuncian la venida del Mesías. El Patio de los Reyes es el espacio de los Salmos y, como si de una larga travesía desértica en busca de la Tierra Prometida se tratara, se recorre silenciosamente hacia la Basílica. Las seis gigantescas estatuas que forman parte de la fachada principal de la iglesia son obra de Juan Bautista de Monegro, y representan a los reyes que intervinieron en la edificación del templo de Jerusalén: David, Salomón, Ezequías, Josías, Josaphat y Manassés. Anuncian el ingreso en el nuevo templo a través de tres huecos de entrada, que simbolizan el Dios trinitario y Encarnado del Nuevo Testamento.

El encuentro con el Misterio debe realizarse desde una actitud de permanente alabanza: por ello se accede al templo bajo el coro. El límite entre los dos espacios lo establece la extraordinaria reja creada por Villalpando que, a su vez, marcaba la zona hasta la que podía asistir el pueblo a la Liturgia. En este lugar, y en contraposición con la concepción del espacio sacro moderno, el templo se contempla como un espacio de escala no humana, sino más bien divina.

El recorrido de la Vía Sacra es sobrecogedor, y se produce instintivamente un detenimiento silencioso en el centro de la Basílica para dirigir la mirada hacia la cúpula. La iluminación natural de la iglesia a través de ella constituye uno de los ejemplos más innovadores y vanguardistas de la historia de la arquitectura. Si se permanece el tiempo suficiente en el interior del templo para observar un cambio en la orientación del sol, se comprobará que el nivel de iluminación no varía. Esto sucede porque el tambor que sostiene la cúpula, separado únicamente por las pilastras pareadas de su estructura, crea un anillo perimetral de luz natural entre dichas pilastras que separa casi por completo los dos cuerpos y consigue el efecto de luz deseado. La Vía Sacra, elevada doce escalones con respecto al plano de los fieles para que los monjes, y el rey como uno más, pudieran participar de la Liturgia desde el coro, contiene en su punto culminante el Tabernáculo. Una luz natural sorprendente, mágica, lo envuelve y comunica con el Patio de los Mascarones, fuente de iluminación natural del Panteón Real. Mediante un tragaluz que abarca la totalidad de la fábrica pétrea, se recuerda que para el cristianismo la muerte se convierte en el tránsito hacia la Vida Eterna, simbolizada por la Luz natural que se recibe de forma gratuita, como un don, en el espacio de las sepulturas reales. El Patio de los Reyes es un espacio de silencio para ser recorrido. El Patio de los Mascarones es un espacio de silencio para ser contemplado. El camino del hombre hacia Dios se ha cumplido: la Vida Eterna.

Para lograr la sucesión de espacios de una simbología tan sublime, los artífices de la obra utilizaron una constante arquitectónica: la ordenación sucesiva de volúmenes comprimiéndose o dilatándose, a partir de espacios principales que vienen sistemáticamente acompañados por otros de menor escala y proporciones cuadradas, situados a ambos lados del espacio principal, y actuando de servidores del mismo. Esta constante se convierte en metodología, y gracias a ella los espacios conseguidos poseen tan alto grado de esencialidad.

Enrique Andreo Martín
Arquitecto