El Evangelio de don Ángel - Alfa y Omega

El Evangelio de don Ángel

Hace 40 años, la Iglesia en España y toda la Iglesia universal vivía días intensos. Se acababa de publicar la encíclica Humanae vitae, con el revuelo consiguiente. En España, el diario Ya la reprodujo íntegra en sus páginas los días 30 y 31 de julio. Negro sobre blanco, este canto a la vida coincidió con el luto por la muerte del cardenal Ángel Herrera Oria; dos noticias que hablaban de fecundidad

María Martínez López
El cardenal Ángel Herrera Oria

«Lo que ha caracterizado a Ángel Herrera -escribía el diario Ya– ha sido la agudeza intelectual para percibir el problema vivo de cada momento, para dar con la solución y para aplicarla en forma de obras que jalonan una vida caracterizada por la fecundidad creadora».

El cardenal Herrera había muerto -«con puntualidad casi matemática», tal como vivió, bromeaba su amigo Joaquín Ruiz-Giménez Cortés- el 28 de julio, a los 28 años justos de su ordenación sacerdotal. Muchas plumas escribieron esos días de su renovación del periodismo al frente de El Debate. Era considerado «maestro por todos los periodistas españoles, fuese cual fuese su color político», escribía Josefina Carabias. Otros se esforzaban por enumerar todas las instituciones por él fundadas o inspiradas, la mayoría con vocación educativa y social.

Sin embargo, además de los rasgos de santidad y por debajo de todas las obras y de las anécdotas que recordaban los más cercanos, latían dos características de la vida de don Ángel, como muchos seguían llamándole. Varios cronistas y articulistas le recordaban, en primer lugar, «como creador de un tipo de católico, y casi diríamos de catolicismo», que era a la vez «intrépido y pacífico, obediente y renovador, español y europeo, piadoso y eficaz». Herrera -decían- instaló el catolicismo español, «empapado del siglo XIX anterior a León XIII», en el siglo XX.

Mano a mano con esto, estaba su obsesión por la cuestión social. Nunca dejó de hablar y de trabajar para lograr lo que el propagandista José María Sánchez de Muniain definía como «otra distribución de los bienes culturales y materiales, más justa y evangélica», o una reforma «para que la relación meramente salarial de capital y trabajo evolucione hacia fórmulas de sociedad deseadas por los Papas». Lo hizo desde las páginas del periódico y trabajando, ya de sacerdote, por los pescadores de Santander y, como obispo, por los braceros del campo malagueño y por conseguir la reforma agraria. Estas inquietudes -recuerda Ya– las llevó incluso al Concilio Vaticano II, ante el cual denunció que la injusta distribución de las riquezas es «la mayor amenaza para la paz», y que la falta de acción de la Iglesia había sido «la causa de que millones y millones de obreros, hombres laboriosos y buenos, se hayan apartado de la Iglesia».

El pueblo estuvo seguro de que dón Ángel lo amaba de veras, titulaba monseñor Emilio Benavent, obispo coadjutor de don Ángel en Málaga, un artículo en memoria de su predecesor y padre bueno. Por ello, no prestó sólo su propio testimonio filial sobre su espíritu de oración o sus virtudes espirituales, sino que dejó espacio a los «comentarios espontáneos del pueblo» que, ya el mismo día en que monseñor Herrera tomó posesión en Málaga, comentaba a su paso: «Mira, es un santo». Otra mujer, añadía, le había dicho que también era un señor, un caballero. Recordaba también monseñor Benavent cómo la catedral se llenaba para Misa de una los domingos, y cómo, todavía siendo sacerdote, en Torremolinos, vio «cómo el camarero de un bar, entre servicio y servicio, se escapaba al aparato de radio para poder seguir su homilía».

No había mejor prueba de amor que la que dieron los malagueños esos días. Unos 15.000 recibieron sus restos en la catedral, y puede que más de cien mil visitaran su capilla ardiente. Las crónicas del enviado especial de Ya, Miguel Ángel Velasco, recogían las palabras de algunos, como de la anciana que llevaba horas esperando porque «sólo yo sé lo que hizo por mí y por los míos»; o el del policía que explicaba: «Fue un hombre que comprendió nuestros problemas y nosotros sabemos ser agradecidos». En las colas y en los bancos se mezclaban gentes de todas las edades y estratos sociales, con una gran presencia de los más humildes, como la criada que le comentaba a otra: «He tenido que decirle [a mi señora] que no me importa estar dos días libres sin salir. Pero hoy y mañana no podía faltar aquí. Don Ángel sabe bien por qué». Y un cargador del muelle aseguraba: «Jamás se me olvidará. Nos dijo que éramos lo mejor de Málaga, que éramos como el Cirineo que ayudó a Cristo a llevar la cruz. A un hombre que te dice esto hay que quererle a rabiar».