En todo amar y servir - Alfa y Omega

En todo amar y servir

Colaborador
'San Ignacio de Loyola' (detalle), Claudio Coello, Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, Valdemoro (Madrid)
San Ignacio de Loyola (detalle), Claudio Coello, Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, Valdemoro (Madrid).

Siempre es delicado, y muchas veces injusto, querer resumir en pocas palabras toda la espiritualidad de un santo. Sin embargo, el mismo san Ignacio ha mostrado lo más profundo de su corazón. La expresión más difundida es aquella de ad maiorem Dei gloriam. Ella expresa, al mismo tiempo, su adoración amorosa de un Dios cuyo corazón siempre es mayor que el nuestro y una plena disponibilidad para seguir al Señor adonde quiera que vaya, con pasión por la gloria del Padre.

Para concretar en la vida de cada día este deseo de estar al lado del Hijo, para tomar parte de la obra suya de nuestra salvación, Ignacio prefiere la palabra servir. Con las más diversas formas Ignacio dice y vuelve a decir que debemos servir mucho a Dios nuestro Señor por puro amor (Ejercicios, 370) y que toda nuestra existencia no tiene otro significado que el de amar y servir en todo a Dios nuestro Señor (Ejercicios, 363).

Solamente contemplando a Cristo, venido en medio de nosotros no para ser servido, sino para servir, Ignacio ha comprendido la plenitud divina y el sentido humano del servir. Tened en vosotros los mismos sentimientos de Jesucristo, el cual, aun siendo de naturaleza divina, no consideró como una presa arrebatada el ser Dios; sino que se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, de esclavo (Flp 2, 5-7). El ver al que es mayor, siervo nuestro, servir a la mesa, a sus siervos, transforma al compañero de Jesús en una persona movida del deseo de serviros (Constituciones, 540).

En la Corte de los grandes de este mundo, Ignacio ha conocido muy bien a aquellos que no sirven más que de palabra, interesadamente, sirviéndose, de hecho, a sí mismos. Por este motivo, san Ignacio no concibe el servicio fuera de un amor personal entre el Señor y el hombre creado por amor, salvado por un amor todavía más grande. El servicio es la respuesta de amor de nuestro corazón a Dios, que nos ha amado primero.

Ignacio no quiere hacernos una lista de servicios que debemos prestar, o darnos un programa de cosas que hay que hacer para servir. Debemos servir a Dios en todas las cosas, lo cual significa una gran diversidad de posibles vocaciones y misiones al servicio del Señor, y una disponibilidad amorosa, por nuestra parte, para dejar al Señor de la viña la elección entre muchas cosas, en las cuales Él, y no yo, desea concretamente ser servido. De aquí la necesidad se ser guiado por el Espíritu en la tarea de discernir sus mociones para elegir.

Amor a la Iglesia

Su amor por el Señor crucificado y resucitado encuentra su expresión en su amor por la Iglesia. También estaban bien evidentes a los ojos de Ignacio todas las debilidades y todas las inclinaciones de la Iglesia de su tiempo; sin embargo, nada podía separar a Ignacio del amor que Cristo manifiesta por su Iglesia, el amor de un esposo por su esposa, como lo expresa san Pablo. ¿Cómo podría ser auténtico un amor por Cristo que no incluyese el amor de Cristo por su Iglesia? Todo, a ejemplo de Ignacio, hombre de Iglesia, condena una actitud del tipo Cristo, sí; Iglesia no. Y para que quede claro que él no habla de una Iglesia de sueño o de una Iglesia ideal, sino de la Iglesia en su realidad concreta de hombres fuertes y débiles, de santos y de pecadores, Ignacio expresa su devoción amorosa por la Iglesia en medio de su romanidad, subrayando muy marcadamente que el misterio de la encarnación del Hijo, la obra de la salvación del Padre, continúa bajo el Espíritu de la Iglesia visible de Pedro.

Ignacio ha sufrido por parte de los hombres de Iglesia y de la Inquisición, y estaba convencido, en el umbral de la Contrarreforma, de la necesidad de la conversión de tantas instituciones eclesiásticas de su tiempo; sin embargo, en su fe y en su amor a Cristo acoge su Iglesia como el Verbo de Dios la ha querido. Una Iglesia humana, no ya tal porque por fuerza de las cosas está inevitablemente compuesta de hombres y de hombres pecadores, sino porque el Esposo la ama así, la ha querido así, transfigurando nuestras realidades humanas en un camino hacia el reino que la Iglesia comienza hoy. Es el sentido de la expresión tan querida al Santo Padre Juan Pablo II, cuando, desde el comienzo de su pontificado, ha presentado al hombre concreto como una vía, un camino para la Iglesia.

Para suscitar este amor paciente a la Iglesia en un operario de la viña tan extensa de Cristo, Ignacio nos la presenta frecuentemente como madre, la Santa Madre Iglesia. A la Iglesia la llamamos nuestra madre, porque es la verdadera esposa de Cristo. Solamente en la medida con que cada uno ama a la Iglesia de Dios como madre, tiene el Espíritu del Señor. Por eso, sentir con la Iglesia significa, no solamente conocer y querer a la Iglesia, porque defiende hoy en el mundo los derechos del hombre, la paz y la justicia, la vida y el amor; para Ignacio, sentir con la Iglesia significa creer siempre en el amor de la Santa Madre Iglesia, entrever en su rostro terrestre y humano el misterio divino que contiene y que del mismo Cristo atrae el amor.

Sobre el fondo de sus Reglas para sentir con la Iglesia está la convicción de Ignacio, hombre de la Iglesia, de que afirmar la posibilidad concreta de la Iglesia y de Pedro en el corazón de esta Iglesia es, en sustancia, afirmar el misterio de la Encarnación, el misterio del Verbo que habita en medio de nosotros.

Peter-Hans Kolvenbach
Prepósito General de la Compañía de Jesús
en Nuevo Año Cristiano. Ed. Edibesa