Francisco: ¿Nos fiamos de la Palabra de Dios, o de los horóscopos y adivinos? - Alfa y Omega

Francisco: ¿Nos fiamos de la Palabra de Dios, o de los horóscopos y adivinos?

La fe, dice el Papa durante el rezo del Ángelus, no elimina «las tempestades de la vida», pero sí nos aporta la seguridad de «una Presencia» que nos ayuda a superar las tormentas

Ricardo Benjumea

«La fe no es una escapatoria a los problemas de la vida», sino la fuerza que «nos sostiene en el camino y le da un sentido», explicó el Papa este domingo durante el rezo del Ángelus.

Francisco comentó el evangelio del día, en el que Jesús se dirige caminando sobre las aguas a una barca en la que permanecen sus discípulos, y Pedro al verle le pide que le haga ir a su encuentro de esta misma forma. Pero el apóstol vacila, porque –explicó el Pontífice– a Pedro «no le bastó la palabra segura de Jesús», y esto mismo «es lo que nos puede suceder a nosotros», cuando en lugar de escuchar la Palabra de Dios, consultamos «horóscopos y a adivinos».

Así, según el Obispo de Roma, «este episodio es una imagen estupenda de la realidad de la Iglesia de todos los tiempos: una barca que, a lo largo de la travesía, debe afrontar también vientos contrarios y tempestades, que amenazan con hundirla. Lo que la salva no es el coraje y las cualidades de sus hombres: la garantía contra el naufragio es la fe en Cristo y en su palabra».

Otra importante enseñanza que extrajo Francisco de este episodio evangélico es que «la fe en el Señor y en su palabra no nos abre un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos quita las tempestades de la vida». Lo que sí hace la fe es darnos «la seguridad de una Presencia», «una Presencia que nos impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino incluso cuando está oscuro».

Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, la página del Evangelio (Mt 14,22-33) describe el episodio de Jesús que, después de haber orado toda la noche en la orilla del lago de Galilea, se dirige hacia la barca de sus discípulos, caminando sobre las aguas. La barca se encontraba en medio del lago, bloqueada por un fuerte viento contrario. Cuando ven venir a Jesús caminando sobre las aguas, los discípulos lo confunden con un fantasma y se aterrorizan. Pero Él los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!» (v. 27). Pedro, con su típico ímpetu, le dice: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua»; y Jesús lo llama «Ven» (vv. 28-29). Pedro, bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero a causa del viento se agitó y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «Señor, sálvame». Y Jesús le tendió la mano y lo sostuvo (vv. 30-31).

Esta narración del Evangelio contiene un rico simbolismo y nos hace reflexionar sobre nuestra fe, sea como individuos, sea como comunidad, también la fe de todos los que estamos hoy, aquí en la Plaza. La comunidad eclesial, esta comunidad eclesial, ¿tiene fe? ¿Cómo es la fe de cada uno de nosotros y la fe de nuestra comunidad? La barca es la vida de cada uno de nosotros pero es también la vida de la Iglesia; el viento contrario representa las dificultades y las pruebas. La invocación de Pedro: «Señor, mándame ir a tu encuentro», y su grito: «Señor, sálvame» se asemejan tanto a nuestro deseo de sentir la cercanía del Señor, pero también el miedo y la angustia que acompañan los momentos más duros de nuestra vida y de nuestras comunidades, marcadas por fragilidades internas y por dificultades externas.

A Pedro, en ese momento, no le bastó la palabra segura de Jesús, que era como la cuerda extendida a la cual sujetarse para afrontar las aguas hostiles y turbulentas. Es lo que nos puede suceder también a nosotros. Cuando no nos sujetamos a la palabra del Señor, sino para tener seguridad, para tener más seguridad se consultan horóscopos y adivinos, se comienza a hundir. La fe no es tan fuerte. El Evangelio de hoy nos recuerda que la fe en el Señor y en su palabra no nos abre un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos quita las tempestades de la vida. La fe nos da la seguridad de una Presencia –no olviden esto: la fe nos da la seguridad de una Presencia, esa presencia de Jesús– una Presencia que nos impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino incluso cuando esta oscuro. La fe, finalmente, no es una escapatoria a los problemas de la vida, sino nos sostiene en el camino y le da un sentido.

Este episodio es una imagen estupenda de la realidad de la Iglesia de todos los tiempos: una barca que, a lo largo de la travesía, debe afrontar también vientos contrarios y tempestades, que amenazan con hundirla. Lo que la salva no es el coraje y las cualidades de sus hombres: la garantía contra el naufragio es la fe en Cristo y en su palabra. Esta es la garantía: la fe en Jesús y en su palabra. Sobre esta barca estamos seguros, no obstante nuestras miserias y debilidades, sobre todo cuando nos ponemos de rodillas y adoramos al Señor, como los discípulos que, al final, «se postraron ante Él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”» (v. 33). Qué bello es decir a Jesús esta palabra: «¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!». Digámoslo todos juntos. Todos. Fuerte: «¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!». Una vez más… «¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!».

La Virgen María nos ayude a permanecer firmes en la fe para resistir a las tormentas de la vida, a quedarnos en la barca de la Iglesia rechazando la tentación de subirse en los botes fascinantes pero inseguros de las ideologías, de las modas y de los eslóganes.