«Los guerrilleros también lloran» - Alfa y Omega

«Los guerrilleros también lloran»

La parroquia de La Paz, en el norte de Colombia, está jugando un papel clave en la reinserción de 180 excombatientes de las FARC en una zona golpeada por la guerrilla

María Martínez López
Un momento del reencuentro entre exguerrilleros y sus familias que tuvo lugar en la zona veredal Tierra Grata en mayo. Foto: Comisión de Conciliación Nacional

El 21 de mayo de 2017 quedará grabado en la memoria de siete exguerrilleros de las FARC como el día en el que volvieron a ver a sus familiares después de 20 o 30 años. El encuentro fue en la zona veredal Tierra Grata, una de las 26 áreas en las que 7.000 guerrilleros de las FARC comenzaron en noviembre de 2016 su transición a la vida civil. Había llovido y el camino estaba embarrado. Solo algunos coches podían recorrer los 15 kilómetros, «así que hubo gente que fue a pie. El trayecto se hacía largo, y al final los exguerrilleros nos salieron al encuentro. Ese momento me quebró».

El que habla es Daniel Morón, responsable de pastoral social de la parroquia San Francisco de Asís, en la cercana localidad de La Paz, al norte del país. Solís, el comandante de la zona veredal, había acudido a él porque «si alguien podía ayudarnos a localizar a nuestra gente, era la Iglesia. En ningún pueblito colombiano falta una parroquia o capilla». Daniel y un equipo de ocho personas trabajaron desde enero para localizar a la gente a partir de los datos que recordaban los guerrilleros, y a través de las redes sociales.

El comandante Solís no estuvo entre los afortunados. «Mi familia se tuvo que desplazar a causa de los paramilitares y aún no los he encontrado. Pero todos, los 180 que estamos aquí, nos contagiamos de la alegría de esas madres que creían muertos a sus hijos guerrilleros. Estamos muy agradecidos». Su gratitud se extiende a la embajada de Alemania, implicada en el proceso de paz, que cubrió los gastos del reencuentro, y a monseñor Óscar José Vélez, obispo de Valledupar, que estuvo presente y presidió una Misa.

Ese día también marcó un antes y un después para algunos miembros de la parroquia de La Paz. «Una chica del coro, que es abogada, me decía admirada: “No sabía que los guerrilleros también lloran, ríen de felicidad, les importan sus familias… Hasta ahora no estaba de acuerdo con el proceso de paz. Ahora comienzo a creer en él, aunque haya cosas que no me gusten”», recuerda el párroco, el padre Miguel Ávila.

«Tiempos de zozobra y miedo»

Situada a los pies de la serranía del Perijá, en la frontera con Venezuela, la zona de La Paz ha sido golpeada durante décadas por las FARC, el ELN y los grupos paramilitares. Los ataques, secuestros y extorsiones eran frecuentes, y muchos campesinos abandonaron sus fincas. «Fueron tiempos duros, de zozobra y miedo», narra el sacerdote. La noticia de que habría exguerrilleros cerca causó «mucha confusión y temor. Todavía los hay».

En cambio, lo primero en lo que pensó él al enterarse fue en la llamada del Papa Francisco a que la Iglesia sea «hospital de campaña. Quisimos hacernos próximos a esta gente, que regresaba de una guerra de más de 50 años con heridas profundas». En línea con los obispos del país y con el mensaje que transmitirá el Papa estos días, empezó a hablar de esta cuestión en las Misas, subrayando que «Dios nos había dado el lograr un acuerdo y no podíamos dejar pasar esta oportunidad». Poco a poco, surgió un puñado de personas interesadas en el trabajo con los exguerrilleros.

El padre Miguel Ávila, durante el vía crucis de Viernes Santo en Tierra Grata. Foto: Daniel Morón

Entre ellas estaba Daniel. Después de participar en la formación que ofrecía en Bogotá la Comisión de Conciliación Nacional, vinculada a la Conferencia Episcopal, comenzaron los primeros contactos para romper el hielo. «Empecé con prevención –reconoce– porque tenía de ellos una imagen de personas malvadas y difíciles. Compartiendo la misma mesa, vi que son seres humanos como yo».

A esto le siguieron pequeños gestos, como una recogida de productos de higiene personal que los feligreses llevaron a la zona veredal. Y, después, comenzaron a esbozarse los proyectos a mayor escala, como los talleres de carpintería, sastrería y panadería que se han puesto en marcha con la ayuda de Cáritas Italia y que contribuirán al sostenimiento de los excombatientes.

Pero, además, la parroquia también ha lanzado otros proyectos de promoción social a favor de las víctimas de la violencia, de los campesinos que están intentando volver a sus campos, y de otros grupos de personas vulnerables. Lo hacen por justicia y porque están convencidos de que el proceso de paz es una gran oportunidad para el desarrollo de todo el país.

Arrepentimiento «paso a paso»

Inseparable de lo social ha sido la labor pastoral. La disposición de los nuevos habitantes de Tierra Grata era buena. Ellos mismos pidieron un vía crucis el Viernes Santo. «Entre nosotros hay católicos –explica el comandante–, y en 20 años no habían podido vivir la Semana Santa». La celebración giró en torno a la paz, el perdón y la reconciliación.

Al igual que ese día, en sus frecuentes visitas el padre Miguel ha tratado de transmitir a los exguerrilleros que «Dios los ama. Les digo que no vamos para que se hagan católicos, sino para mostrarles el rostro de una Iglesia que ante todo es Madre y, como toda Madre, quiere a sus hijos por ser hijos y nada más; y el rostro de un Padre lleno de ternura y compasión, hasta el punto de que nos envió a su Hijo cuando éramos malvados y pecadores».

Este sacerdote no espera de gente que lleva años empuñando las armas un arrepentimiento espontáneo. «Se da paso a paso», dice. «Ellos han empezado a reconocer sus errores. Han dicho que eso nunca debió ocurrir, han llorado con las víctimas…». A veces Daniel los ha visto «arrogantes», sobre todo al principio. Pero en conversaciones privadas «me han hablado de momentos duros y de errores que cometieron, y que quizá nunca contarán públicamente».

En agosto, la reinserción de los guerrilleros dio un nuevo paso adelante cuando se terminó la entrega de armas y las zonas veredales se transformaron en Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación: nuevos pueblos que serán el hogar de los exguerrilleros, aunque estos ya pueden moverse por todo el país. «La gente no sabe hasta qué punto se siente preparada para ser vecinos de los exguerrilleros –reconoce el párroco–. Pero lo importante es que hay disponibilidad para la acogida y la reconciliación».