Robots y trabajo humano - Alfa y Omega

El miedo a los robots que destruyen puestos de trabajo es antiguo, existe desde la primera revolución industrial. En la fase actual de la revolución digital las técnicas aún no se han consolidado. El cambio es muy rápido pero, como ocurrió hace 200 años con los telares mecánicos, es probable que se tarde hasta alcanzar estándares y formas de trabajar generalizados, con un programa de formación específico para el control y el mantenimiento de las nuevas máquinas. Es de esperar que también se reproduzca el proceso económico: sube la productividad, bajan los precios de determinados productos, aumenta la demanda, se incrementa el valor de la producción y el empleo crece, en el mismo sector o en otros. Este proceso nunca ha estado exento de sufrimiento para las personas, las industrias o las regiones afectadas, pero el resultado hasta ahora ha sido positivo.

De la actual revolución, sin embargo, mucha gente cree que saldrá un mundo en el que solo trabajarán unos pocos. Los partidarios de la mitología digital sueñan con un mundo feliz en el que una minoría de productores mantendría con un sistema de renta básica universal a una mayoría de personas sin ocupación productiva, dedicadas al ocio consumista de los juegos electrónicos y de los parques temáticos. Otros más pesimistas anuncian un descenso drástico de los ingresos para la mayoría y una sociedad catastróficamente desigual. Ambas visiones ignoran la dignidad del trabajo y de la persona.

Desde la encíclica Laborem exercens de san Juan Pablo II, la doctrina social de la Iglesia sostiene que «el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre». No se concibe una plena realización de la persona sin satisfacción en el trabajo y sin sentido de utilidad en la acción. El empleo y la tecnología no son dogmas económicos inamovibles, pero el trabajo siempre será una expresión de la dignidad y de la libertad humanas.

Repensar la formación

Reflexionar sobre el futuro del trabajo ayuda a plantear medidas descentralizadas, eficaces para el empleo en el entorno digital. Se necesitan medidas de emergencia para recuperar la generación perdida del desempleo juvenil, y hacen falta también iniciativas a medio plazo que realmente sirvan para acompañar y orientar el cambio.

Es necesario enfocar la protección, no al puesto de trabajo, sino a la persona del trabajador, de tal forma que la ayuda a la formación permanente le acompañen en todos sus movimientos. La protección de los puestos de trabajo existentes puede llevar al mantenimiento artificial de realidades económicas con final costosísimo para la sociedad. Fomentar la capacidad de cambio y las transiciones preventivas reduce los costes sociales y crea personas capaces de gestionar el cambio.

Tener acceso a la formación profesional continua es un derecho y una necesidad. Una visión realista de su propio interés debería llevar las empresas a preocuparse de modo permanente por la formación de los empleados sin limitarla a las necesidades inmediatas de cada puesto, sino ampliándola para preparar los cambios por venir. Las políticas públicas deberían incentivar decididamente esta orientación.

Tenemos que sacar del olvido la formación profesional (FP) para jóvenes, poco valorada en nuestro entorno, y organizar una gran campaña para su desarrollo. Aquí hay una masa de universitarios, muchos sin salida, y otra masa de jóvenes sin preparación, frente a una proporción baja de alumnos de FP. Los países que prestan más atención a la FP –Alemania, Austria, Suiza, Países Bajos– son también los que tienen menos desempleo juvenil. No es casualidad si en estos países existe un sector productivo de buena calidad y diversificado, a la vez resultado y motor de calidad profesional y de empleo.

En general, frente a la tendencia actual a la especialización precoz, urge rehabilitar una educación básica obligatoria generalista, rica de contenidos culturales inútiles, que promueva en los alumnos el espíritu crítico, la curiosidad y la capacidad de innovar. El futuro de la sociedad digital requiere muchas vocaciones empresariales y para ello no existe ningún camino predeterminado.

Ante la lacra del desempleo juvenil y para hacer frente a las difíciles reconversiones demandadas por el avance tecnológico, el Papa Francisco no ofrece soluciones hechas. Pero denuncia nuestra pasividad resignada y pide que se abra un diálogo libre de prejuicios entre académicos, trabajadores y empresarios, en busca de propuestas concretas. Muchas escuelas de formación profesional concertadas fueron creadas hace decenios por jesuitas, salesianos y otras instituciones cristianas. Hoy hace falta otro gran impulso. La actual esclerosis del diálogo social es mortal. Como indica el Papa, se trata de construir una cultura del encuentro que permita reinventar el futuro del trabajo humano.