Misericordia: primera necesidad - Alfa y Omega

Misericordia: primera necesidad

Jesús Colina. Roma
El Papa durante una comida con antiguos compañeros de colegio, en la residencia del arzobispo de Cravovia
El Papa durante una comida con antiguos compañeros de colegio, en la residencia del arzobispo de Cravovia.

Las vísperas de la octava visita oficial de Juan Pablo II a su tierra natal, Polonia, del 16 al 19 de agosto, habían desatado rumores repetidos desde hace años: un tabloide alemán relanzó la teoría —recogida después por la prensa mundial— según la cual el primer Papa polaco de la Historia renunciaría en la tierra que le vio nacer. La visita del obispo de Roma, sin embargo, tuvo por objetivo principal poner en manos de la Divina Misericordia el mundo, la Iglesia, y su pontificado.

El viaje internacional número 98 de este pontificado estuvo preñado de momentos de conmoción. Karol Wojtyla regresó a Cracovia, la archidiócesis en la que nació y de la que se convirtió en arzobispo antes de llegar a ser Papa. Visitó la tumba de sus padres y hermano, su casa natal, dormía en su antigua residencia episcopal… Junto a la cantera en que trabajó como obrero durante la ocupación nazi, bendijo el nuevo campus de la Universidad Jagellónica. Sin embargo, no fue un viaje de recuerdos, sino la oportunidad para bosquejar ante su Polonia y el mundo los nuevos derroteros que tiene que afrontar su país y el mundo, en particular los creyentes, en estos contradictorios momentos de integración europea y mundial.

El momento culminante de la peregrinación tuvo lugar el sábado, 18 de agosto, cuando dedicó el nuevo santuario de la Divina Misericordia que surge en Lagiewniki, barrio de Cracovia. Ese centro de peregrinaciones ha sido levantado tras tres años de obras al lado del convento donde vivió y murió santa Faustina Kowalska (1905-1938), joven mística polaca, mensajera del amor de Dios «a todos los habitantes de la tierra».

Durante la celebración, encomendó solemnemente el mundo a la Misericordia Divina. «¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! —exclamó—. En todos los continentes, desde lo profundo del sufrimiento humano, parece levantarse la invocación de la misericordia».

«Donde dominan el odio y la sed de venganza, donde la guerra lleva al dolor y la muerte de los inocentes es necesaria la gracia de la misericordia para aplacar las mentes y los corazones, y hacer que surja la paz —siguió diciendo—. Donde desfallece el respeto de la vida y de la dignidad del hombre, es necesario el amor misericordioso de Dios, a la luz del cual se manifiesta el inefable valor de todo ser humano. Es necesaria la misericordia para lograr que toda injusticia en el mundo encuentre su término en el esplendor de la verdad».

Una misa histórica

Al día siguiente, domingo 19 de agosto, Juan Pablo II celebró la misa con mayor participación de fieles de la historia de Europa, en el parque Blonie de Cracovia, en la que unos tres millones de personas participaron en la beatificación de cuatro polacos. Entre ellos, Zygmunt Szczesny Felinski (1822-1895), arzobispo de Cracovia, deportado a Siberia por el poder zarista; y sor Sancja Szymkowiak (1910-1942), conocida como el ángel de la bondad por los franceses e ingleses, prisioneros del ejército alemán durante la segunda guerra mundial.

Juan Pablo II no había logrado reunir a tanta gente en Polonia ni siquiera cuando le aclamaban las multitudes que le escuchaban cuando hablaba contra el régimen comunista. Ahora bien, el Papa no traía a su tierra palabras místicas desencarnadas. Nada más aterrizar aseguró: «Ésta es una nueva peregrinación en la que puedo observar cómo los polacos administran la reconquistada libertad». Durante los tres días que estuvo en su patria, recordó con insistencia a los pobres y desempleados, que pagan el precio más elevado del proceso de modernización que vive Polonia, e invitó a los responsables de la gestión del Estado y a los ciudadanos a responder con «espíritu de misericordia, de fraterna solidaridad, de concordia y de atención al bien de la patria».

Hizo, asimismo, una intervención decisiva en el debate público polaco. «Espero que, conservando sus valores, la sociedad polaca —que desde hace siglos forma parte de Europa— encuentre el lugar que le corresponde en la estructuras de la Unión Europea, en la que no sólo no perderá su identidad, sino que además podrá enriquecer con su tradición a este continente y a todo el mundo». La entrada de Polonia en la Unión Europea ha sido, de hecho, motivo de debate en los últimos años en el país, especialmente en algunos sectores católicos.

En manos de María

El viaje concluyó el 19 de agosto, cuando el Santo Padre encomendó a la Virgen María el cumplimiento hasta el final de su misión como obispo de Roma, en uno de los santuarios más importantes para su vida, el Kalwaria Zebrzydowska, situado a unos 50 kilómetros de Cracovia. A ese lugar se dirigió de niño en peregrinación con su padre tras la muerte de su madre, cuando el pequeño Karol tenía nueve años. A ese lugar se dirigía también, siendo arzobispo de Cracovia, cuando tenía que tomar decisiones difíciles. «Madre santísima, Nuestra Señora de Kalwaria —rezó poco antes de abandonar Polonia—, alcanza también para mí las fuerzas del cuerpo y del espíritu para que pueda cumplir hasta el final la misión que me ha encomendado el Resucitado. Pongo en tus manos todos los frutos de mi vida y de mi ministerio; te confío la suerte de la Iglesia, te entrego mi nación. Confío en ti y una vez más declaro ante ti: ¡Totus Tuus, María!».

Quienes se obstinaban en describir a un Papa en melancólico declino, o incluso a punto de anunciar un clamoroso retiro, volvieron a ser desmentidos. Como ha escrito en el diario italiano Avvenire Luigi Geninazzi, uno de los máximos expertos en la realidad polaca, para los medios de comunicación, en un primer momento, lo interesante de este viaje no eran las palabras o gestos del Papa, sino su vejez y enfermedad, hasta llegar a hipótesis increíbles. «Ha sucedido lo increíble, pero al revés —constata Geninazzi—. En esos días, en Cracovia, se vio a un Papa que, en contacto con su gente y con sus lugares queridos, parecía renacer, feliz y conmovido, chispeante, bromeando y desbordante de recuerdos. Y los polacos parecían renacer, apretándose en torno a su compatriota más ilustre con cariño y ternura en un clima de fiesta».

«Tras la caída del Muro, los polacos se han encontrado fatalmente persiguiendo los mitos occidentales de la riqueza abordable y de una cierta libertad mágica —añade el experto—. Hoy saborean las primeras desilusiones, están confundidos y angustiados, el camino parece cuesta arriba y se preanuncia una nueva estación de sacrificios».

Juan Pablo II supo tocar su corazón, y lo demostró en varios diálogos espontáneos con las multitudes. Al mismo tiempo, pronunció palabras severas, formuló llamamientos exigentes. Condenó «la ruidosa propaganda de un liberalismo sin verdad y responsabilidad… La única e infalible filosofía de la libertad es la verdad de la cruz de Cristo».

Si se sustituye la palabra liberalismo por comunismo se puede redescubrir el mismo lema que el Papa Wojtyla entonó en su primer viaje a Polonia, en junio de 1979, y que cambiaría el curso de la historia mundial.