Un reclamo para este hoy, tenso y complejo - Alfa y Omega

En todos los viajes de Francisco es importante fijarse en los discursos que dirige a los obispos del lugar; quizás no sean siempre los que proporcionan más titulares para la prensa, pero suelen condensar los acentos que el Papa considera más urgentes y sustanciales para guiar el camino de la Iglesia. En el viaje a Colombia es evidente que el nudo gordiano estaba en el mensaje de la reconciliación, pero conviene no olvidar sendos discursos a los obispos colombianos y a la Dirección del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). En ellos se refleja intensamente lo que Francisco quiere decir cuando se refiere a una Iglesia en salida, un núcleo precioso y lleno de sugerencias, que sin embargo corre el riesgo de verse vaciado o reducido por interpretaciones acomodaticias e ideológicas, de uno y otro signo.

Al final del discurso dirigido a los dirigentes del CELAM, tras haber dibujado un panorama nada tranquilizador del momento presente en América Latina, Francisco les pide hacerlo todo con pasión: «pasión en el trabajo de nuestras manos, pasión que nos convierte en continuos peregrinos en nuestras iglesias, como santo Toribio de Mogrovejo, que no se instaló en su sede: de 24 años de episcopado, 18 los pasó entre los pueblos de su diócesis. Hermanos, por favor, les pido pasión, pasión evangelizadora». Esta frase ayuda más a comprender a Francisco que cualquier debate entre opuestos de los que ahora proliferan: doctrina y pastoral, verdad y misericordia, fe y moral. Hace unas semanas el Secretario de Estado, Pietro Parolin, decía en el Meeting de Rímini que «a través de este movimiento de salida el corpus doctrinal de la Iglesia debe recobrar nueva vida en el marco del anuncio misionero». Y añadía que «esto no tiene nada que ver con un debilitamiento de la identidad cristiana (como sostienen las críticas que algunos dirigen al Papa), sino que representa su reafirmación radical». Me parece una clave decisiva para entender el pontificado.

En el discurso a los obispos colombianos, Francisco les insta a «tener siempre fija la mirada sobre el hombre concreto», teniendo en cuenta su historia, sus sentimientos, sus heridas y desilusiones… y les advierte que «esa concreción del hombre desenmascara las frías estadísticas, los cálculos manipulados, las estrategias ciegas, las falseadas informaciones», para recordarles que «realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». Se trata, por tanto, de entrar con esa luz viva de Jesús (viva y palpitante en la experiencia de la Iglesia) en las encrucijadas de los hombres y mujeres de esta época, y eso significa asumir el riesgo de implicarnos en un cuerpo a cuerpo, con todas sus consecuencias. De ahí la insistencia paternal de Francisco a los obispos en conservar la serenidad, más aún en este momento trepidante. Los tiempos de Dios son largos porque es inconmensurable su mirada de amor, por eso les invitó a fiarse de la potencia escondida de su levadura, sin dejarse atrapar por el desánimo o la impaciencia.

En otro momento el Papa habla a los obispos de Colombia del centro de la misión y de la libertad esencial que la Iglesia debe preservar a toda costa. «Ustedes no son técnicos ni políticos, son pastores; Cristo es la palabra de reconciliación escrita en sus corazones y tienen la fuerza de poder pronunciarla no solamente en los púlpitos, en los documentos eclesiales o en los artículos de periódicos, sino más bien en el corazón de las personas… A la Iglesia no le interesa otra cosa que la libertad de pronunciar esta Palabra… No sirven alianzas con una parte u otra, sino la libertad de hablar a los corazones de todos. Precisamente allí tienen la autonomía y el vuelo para inquietar, allí tienen la posibilidad de sostener un cambio de ruta».

Cambiar de ruta es algo que conocieron de primera mano aquellos primeros que siguieron a Jesús. Y esto no tiene nada que ver con debilidad alguna en cuanto a la propuesta de la fe. Cambiar de ruta en cuanto a costumbres y asentamientos que es preciso dejar, con más o menos dolor, porque el Señor llama siempre, también a través de circunstancias que aparecen oscuras e inquietantes. Y eso significa moverse, acoger nuevas formas de presencia, nuevos estilos misioneros… Como ha ocurrido a través de veinte siglos de historia. A los directivos del CELAM, Francisco les advirtió que «las realidades indispensables de la vida humana y de la Iglesia no son nunca un monumento sino un patrimonio vivo; resulta mucho más cómodo transformarlas en recuerdos de los cuales se celebran los aniversarios: ¡50 años de Medellín, 20 de Ecclesia in America, 10 de Aparecida!». En cambio se trata de custodiar y hacer fluir la riqueza de ese patrimonio en el presente, y eso exige una inteligencia renovada de cuanto sucede, un arrojo y una libertad que sólo puede venir de pertenecer a Jesús: «por eso insistí sobre el discipulado misionero como un llamado divino para este hoy tenso y complejo, un permanente salir con Jesús para conocer cómo y dónde vive el Maestro».

Y de nuevo vuelve a la carga para explicar el contenido de la Iglesia en salida que reclama a tiempo y a destiempo: «salir para encontrar, sin pasar de largo; reclinarse sin desidia; tocar sin miedo. Se trata de que se metan día a día en el trabajo de campo, allí donde vive el Pueblo de Dios que les ha sido confiado. No nos es lícito dejarnos paralizar por el aire acondicionado de las oficinas, por las estadísticas y las estrategias abstractas. Es necesario dirigirse al hombre en su situación concreta; de él no podemos apartar la mirada. La misión se realiza siempre cuerpo a cuerpo». Palabras que son como un viento fresco, que disipa tantas nubes tóxicas de oriente y de poniente.

José Luis Restán / Páginas Digital