El cardenal Osoro inaugura la nueva capilla del Arzobispado de Madrid - Alfa y Omega

El cardenal Osoro inaugura la nueva capilla del Arzobispado de Madrid

«Que esta capilla sea un lugar especial en este Arzobispado y que marque de verdad la dirección de nuestra vida», afirmó el cardenal Osoro este lunes durante la Eucaristía de bendición de la nueva capilla de las oficinas de la Curia en Madrid

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Nueva capilla del Arzobispado de Madrid. Foto: José Luis Bonaño.

La nueva imagen de la capilla es obra de la pintora Nati Cañada, quien ha retratado a ocho santos que tienen una especial vinculación con la diócesis madrileña: san Dámaso, san Ildefonso, san Alonso de Orozco, san Simón de Rojas, santa Soledad Torres Acosta, santa Vicenta María López Vicuña, san José María Rubio y san Pedro Poveda. Además, ha realizado un completo vía crucis con 14 imágenes de la Pasión del Señor.

La obra es un encargo del cardenal Osoro al obispo auxiliar de Madrid, monseñor Martínez Camino, quien tiene encomendada en la diócesis la pastoral de santidad. En los trabajos, iniciados hace un año, surgió la idea de dedicar la capilla a los santos de Madrid, reflejando en el retablo aquellos cuyo sepulcro se halla en el territorio diocesano, además de san Dámaso y san Ildefonso.

«Esta capilla ha de ser un lugar al que venir para pedir al Señor consejo ante las tareas que aquí se realizan. Porque es Jesucristo el que tiene que estar en el centro de todo. Si no es así, anunciaremos otras cosas, pero no al Señor», dijo el arzobispo de Madrid, quien señaló durante su homilía en que «el Arzobispado no está para mirarnos a nosotros mismos, sino para mirar las necesidades de todos los hombres de esta diócesis; y no solo de los que creen en lo mismo que nosotros, sino también de los que están lejos y no piensan como nosotros».

Junto a ello, consideró que «nosotros no ofrecemos una idea, sino que entregamos y regalamos a una persona: Jesucristo. Solo si tenemos una relación cercana con Él podremos salvar a la gente, no con teorías o reglas, sino con el mismo Jesucristo».

La consecuencia de esto es un pueblo «que no sale por su cuenta, sino que sale con el Señor y con la Iglesia, y también con aquellos a los que el Señor ha puesto al frente de su Iglesia: con el Papa como Sucesor de Pedro, y conmigo como obispo de Madrid en comunión con todos los obispos».

Todos los santos reflejados por la pintora están relacionados con Madrid, o bien por su origen o bien por su lugar de apostolado. Son un Papa, un obispo, dos frailes, dos monjas y dos sacerdotes diocesanos, pintados en óleo sobre tabla sobre un fondo que simula las vetas del mármol, la misma técnica empleada para el vía crucis. «He llorado en muchos momentos del trabajo, porque era todo real y muy emocionante», afirma Nati Cañada.

El Cristo que preside la capilla ha sido realizado por el escultor Jesús Arévalo a partir de un tronco de cedro, y como detalle característico presenta un nudo natural a la misma altura que la herida de la lanza. Además, la madera presenta una hendidura por delante, «de manera que al verla de lejos parece la sangre de Cristo manando directamente del corazón —señala el artista—. Con esa fractura abierta, y al estar encima del sagrario, evoca la entrega del Señor, que se parte y se deshace por nosotros».

Quién es quién

San Dámaso
Este romano de ascendencia hispana ocupó la sede de Pedro finales del siglo IV, en pleno crepúsculo del Imperio romano. Ha pasado a la historia como el Papa que encargó a san Jerónimo la traducción de la Biblia al latín, lo que hoy llamamos Vulgata. También fomentó en las catacumbas romanas el culto a los mártires y unificó la liturgia, creando la doxología del Gloria e introduciendo asimismo el Aleluya. En el epitafio de su tumba en Roma se puede leer: «De entre las cenizas hará resucitar a Dámaso. Así lo creo».

San Dámaso. Foto: José Luis Bonaño.

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San Ildefonso
A este toledano –Madrid estuvo ligada a la diócesis de Toledo hasta bien entrado el siglo XIX– nacido a principios del siglo VII, Lope de Vega le dedicó una obra y le llamó capellán de la Virgen, por su producción teológica dedicada a la Madre de Dios. Abad de un pequeño monasterio a orillas de su ciudad natal, en el 658 es nombrado obispo de Toledo. Nueve años después muere y lo entierran en la basílica de Santa Leocadia. A mediados del siglo VIII, sus restos fueron trasladados a Zamora para librarlos de la persecución de Abderramán I.

San Ildefonso. Foto: José Luis Bonaño.

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San Alonso de Orozco
Fue un sencillo fraile agustino en la corte del rey Felipe II, donde predicaba y confesaba. Su vocación comenzó a los seis años, y siendo estudiante se afianzó al escuchar la predicación de santo Tomás de Villanueva. La familia real le tenía gran afecto y tenía siempre abiertas las puertas del palacio. Pero él llevaba una vida austera y, cuando volvía de predicar por las mañanas en la corte, recogía a los pobres que se encontraba en la calle para darles comida y vestido. Hoy sus restos reposan en la iglesia del convento madrileño que lleva su nombre.

San Alonso de Orozco. Foto: José Luis Bonaño.

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San Simón de Rojas
Felipe III tuvo a otro santo como confesor de la corte, Simón de Rojas, pero como el trinitario solía andar entre pobres, el rey le pidió que los abandonase para evitar contagios a la familia real, a lo que Simón contestó: «Majestad; si me obliga a escoger, me quedo con los menesterosos», a lo que el rey le pidió disculpas. Fundó la congregación del Ave María, y buscó siempre «hacer mejores a los buenos» y «procurar la conversión de los pecadores». Sus restos fueron profanados durante la Guerra Civil y desaparecieron.

San Simón de Rojas. Foto: José Luis Bonaño.

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Santa Soledad Torres Acosta
En una casa de la calle de la Flor Baja, pegada a la Gran Vía, nace esta sierva de María, instituto que da sus primeros pasos cuando ella entra, a mediados del XIX. Tras unos comienzos difíciles, con muchos abandonos y sin un claro apoyo de la jerarquía, Soledad toma las riendas de la congregación y pronto extiende por España y América su carisma: dar asistencia y consuelo a los enfermos en sus propios domicilios. Los restos de esta santa madrileña reposan hoy en la casa madre de las religiosas en la plaza de Chamberí.

Santa Soledad Torres Acosta. Foto: José Luis Bonaño.

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Santa Vicenta María López Vicuña
Casi contemporánea de Soledad Torres Acosta es la fundadora de las Religiosas de María Inmaculada, dedicadas a acoger y educar a jóvenes llegadas a la capital para servir. Navarra de nacimiento, se opuso a su familia, que quería para ella un buen matrimonio, y así logró, con solo 21 años, comenzar en Madrid todo su apostolado a partir de un pequeño piso en la plaza de San Miguel. Sus restos mortales se encuentran en la casa madre de su congregación, en la calle Fuencarral.

Santa Vicenta María López Vicuña. Foto: José Luis Bonaño.

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San José María Rubio
El Apóstol de Madrid, como le llamaba el obispo Eijo y Garay, vivió durante muchos años en la misma calle en la que nació Soledad Torres Acosta. Fue primero sacerdote diocesano y luego jesuita, y siempre se le conoció por auxiliar a traperos, pobres y modistillas, además de que en su confesionario se formaban siempre largas colas –este confesionario se conserva hoy en la madrileña iglesia del Sacramento, actual catedral de las Fuerzas Armadas. Sus restos descansan en la casa profesa de los jesuitas de Madrid, en la calle Maldonado.

San José María Rubio. Foto: José Luis Bonaño.

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San Pedro Poveda
«Soy sacerdote de Cristo», reconoció Pedro Poveda a quienes le buscaban para matarlo. Eran los últimos días de julio de 1936, y el fundador de la Institución Teresiana acabó sus días fusilado junto a las tapias del cementerio de la Almudena en Madrid. Estaba especialmente interesado en la educación de la mujer y en subrayar el papel de los seglares en la Iglesia. «Transformaos en Crucifijos vivientes», decía a menudo. Sus reliquias yacen actualmente en el Centro Santa María de Los Negrales, de las teresianas.

San Pedro Poveda. Foto: José Luis Bonaño.