Vive para vivir - Alfa y Omega

Son las once de la noche. Entro en urgencias, la sala está en penumbra y allí, en la cama del rincón, está Estrella. Me gusta llamarla Estrellita, por sus cincuenta y pocos kilos, casi uno por año, pero sobretodo por esa maravillosa sonrisa que va dejando a su paso que ilumina a cuantos se cruzan con ella.

Está enganchada al gotero de la vida que alivia sus terribles dolores, esos que ya ni siquiera los parches de morfina son capaces de calmar. Le doy las buenas noches, cogiendo la mano que tiene extendida para que el gotero haga su labor. Ella aprieta fuerte mi mano sin pronunciar palabra.

No hace mucho tiempo, me dijo: «Manuel, sabes que esta enfermedad me ha enseñado lo que significa amar al enemigo, y que si Dios ha permitido que forme parte de mi vida y que si yo la amo, me estoy amando a mi misma en mi debilidad; voy hacer que se canse de hacerme daño y me deje en paz y se vaya por donde vino». Los años que llevo de capellán en el hospital me han enseñado que la fe no da respuestas “a los por qués”, ni siquiera “a los para qués”, pero si nos enseña el cómo. Rezo en silencio por ella y la dejo descansar.

A las ocho de la mañana paso de nuevo a darle los buenos días, Estrella está sentada sobre la cama, con sus ojos más tristes y rojos que de costumbre, fruto de lágrimas recientes. Me acerqué a su cama y le dije: «¿Que tal está mi Estrellita? ¿Dónde está tu preciosa sonrisa que ilumina la sala de urgencias?». Ella respondió: «Hoy no hay sonrisa Manuel, estoy muy cansada y muy harta. Esto no es vida, no puedo hacer nada ni ir a ningún sitio, estoy muy triste y no tengo ganas de ver a nadie. Bueno, a ti… sí». Y comenzó a llorar y a sacar sus muchos miedos que estas noches le producen. Estrella llama a sus noches de insomnio y goteros, «pasar la noche en el huerto de Getsemaní». Como Jesús, también reza al Padre para que pase de ella este cáliz; el miedo no le hace sudar sangre, pero sí le hace experimentar el abandono de Dios, y eso la inunda de tristeza.

Después de sacar su angustia de la noche vuelve a sonreír, para pasar de sentirse abandonada a abandonarse en Dios, y me dijo: «Estoy en buenas manos, en las del Padre, que se cumpla su voluntad».

Mientras seguimos hablando le comunican que en unas horas le darán el alta, y veo como mi Estrellita va sacando su luz, su energía y su sonrisa, y al final saca esas frases que ella ha hecho vida. Una de ellas es de Stephen Hawkins: «Quejarse es inútil y no sirve para nada, así que no me quejaré jamás» –vuelve a sonreír y me guiña un ojo, como queriendo decir: «Hasta que tenga que pasar otra noche en el huerto»– y «además soy muy feliz porque mi Padre Dios me ha regalado un nuevo día de vida, así que vivamos».

Antes de irme y dejarla me acerque a su oído y le susurré: «¿Sabes? Cuando sigues viva y con tantas ganas de vivir es porque algo muy bonito e importante te queda por hacer, seguro que la vida pronto te sorprenderá con un nuevo proyecto para que vivas y te sientas feliz». A los dos días recibo una llamada de Estrella. Me dice que el equipo de Oncología acaba de proponerle que vaya con ellos a todas las charlas que imparten a los enfermos y sus familiares. «Me he acordado de lo que me dijiste al oído. La llamada me ha sorprendido, porque dicen que no han parado de hablar de mí y de mi sonrisa desde que fui la semana pasada a la consulta. Me da miedo yo no sé hablar en público y no creo que esté preparada para esta tarea».

Ya ves Estrellita, no te piden palabras sino la luz de tu sonrisa; la ciencia y las palabras la ponen ellos, tú solo debes poner la vida. Lo de vivir lo haces de maravilla. Como tú dices: «vivamos».