Cuando quedas sin derecho a réplica - Alfa y Omega

Cuando quedas sin derecho a réplica

Maica Rivera

Tras el éxito de La España vacía, Sergio del Molino publica una novela cuyo epicentro es el suicidio de su profesor de Filosofía, Antonio Aramayona, quien perteneciera a las asociaciones por la Tasación de las transacciones financieras y por la acción ciudadana, Derecho a morir dignamente y Europa laica. La narración, capaz de aparcar ideologías en no pocos momentos («Mi amor es hacia las personas, no hacia los ideales», declara Sergio), oscila en flashes de presente y pasado. Entre 2016 cuando Aramayona se quita la vida después de que Jon Sistiaga ruede un documental para dejar testimonio, y 1996, cuando Del Molino, como otros tantos de clase, es el alumno adolescente impactado por un docente activista. Por entonces, para acudir al instituto de barrio zaragozano, el profesor ya se veía obligado a utilizar muleta, esa muleta que precedería a la silla de ruedas eléctrica en la que, una década después, quedaría postrado y desde la que ya se le conocería como un icono del 15M. También la que motivara el título de su blog, Diario de un perroflauta motorizado, del que nos habla el autor, quien no da puntada sin hilo y nos cuenta que desde entonces tantas veces escribió Antonio el chiste de que «mi vida va sobre ruedas», que llegó a sonar violento. Ahí reside la virtud de esta obra. Del Molino ve siempre más allá. Donde otros contemplan épica y justicia, él también es capaz de vislumbrar tozudez y soledad. Su corazón al límite ante los acontecimientos dramáticos, por llegar curtido por la vida y para la narración en la impresionante La hora violeta (sobre el fallecimiento del hijo, Pablo; Sergio, «padre huérfano», sigue hoy en la lucha de conseguir los cuidados paliativos a domicilio para niños), no edulcora su prosa magistral ni le enciende el tono. Ni siquiera ese peso de culpa en los demás que siempre deja el suicida porque nos quita todo «derecho a réplica», lo hace. Del Molino «aprieta los dientes», viene «llorado de casa». Y no se queda en El club de los poetas muertos sino que se fija en la tristeza que condujo al actor Robin Williams también al suicidio.

En la tele Antonio era el filósofo ateo. Lo que Del Molino añade es que al quedar huérfano de padre militar justo antes de ordenarse (no llegó a hacerlo), el profesor (que sí, paradoja: fue seminarista) «se deslizó quizá no tan abruptamente como se pudiera suponer, al agnosticismo y a Zaratustra, como si la muerte del padre fuera también la de dios». Y Del Molino ve en él también otra paradoja, la del misticismo («pero qué sé yo, también Nietzsche vio algo en Turín y se lo susurró a un caballo»). Y si el ateísmo más sarcástico de Sergio nunca nos ha ofendido ni nos ofende es porque nos quedamos, de corazón, con una frase que ya le hemos leído antes, convencidos de que también a él le sale del corazón: «El creyente de verdad es alguien inmune a la opinión ajena».

Por el camino queda un pionero retrato generacional de los nacidos a finales de los años 70. Jóvenes ruidosos, furiosos y violentos que boicotean la orla porque les parece «cursi, americana, burguesa, de derechas». Pero que también hacen literatura en notitas de papel que se pasan furtivamente en clase con la chica que les tiene enamorados.

La mirada de los peces
Autor:

Sergio del Molino

Editorial:

Literatura Random House