«En el Reino de Dios no hay desocupados» - Alfa y Omega

«En el Reino de Dios no hay desocupados»

Francisco recuerda al misionero norteamericano Stanley Francis, beatificado el sábado. Murió mártir mientras trabajaba por la evangelización y la promoción de «los más pobres»

Ricardo Benjumea

«En el Reino de Dios no hay desocupados, todos están llamados a hacer su parte; y para todos, al final, habrá la recompensa que viene de la justicia divina –¡no humana, por suerte para nosotros!–».

Son palabras del Papa durante el rezo del Ángelus, al explicar el pasaje evangélico de este domingo, en el que el dueño de una viña va llamando jornaleros a lo largo de todo el día y les paga finalmente lo mismo, independientemente del tiempo que hayan trabajado.

Jesús no pretende «hablar del problema del trabajo y de salario justo, sino del Reino de Dios», aclaró Francisco. De lo que nos habla es del don de la salvación, que Él «nos ha comprado con su muerte y resurrección».

«Con esta parábola –prosiguió el Pontífice–, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso», a diferencia de «los planes humanos», que «están marcados a menudo por egoísmos y conveniencias personales».

Tras el rezo del Ángelus, que cada domingo congrega a miles de fieles en la plaza de San Pedro, el Papa recordó al misionero norteamericano Stanley Francis, beatificado en la víspera en Oklahoma. El sacerdote fue asesinado por odio en la fe en Guatemala, donde –destacó el Papa– trabajaba por la evangelización y por «los más pobres». «Que su ejemplo heroico –concluyó– nos ayude a ser más valientes en el testimonio del Evangelio, impregnándole de la promoción de la dignidad del hombre».

Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus:

«Queridos hermanos y hermanas

En la página evangélica de hoy (cfr. Mt 20, 1-26) encontramos la parábola de los trabajadores llamados para la jornada, que Jesús cuenta para comunicar dos aspectos del Reino de Dios: el primero, que Dios quiere llamar a todos a trabajar para su Reino; el segundo, que al final quiere dar a todos la misma recompensa, es decir la salvación, la vida eterna.

El dueño de una viña, que representa a Dios, sale de madrugada y contrata a un grupo de trabajadores, concordando con ellos el salario de un denario por la jornada, era un salario justo. Luego, sale también en las horas sucesivas, hasta el atardecer –cinco veces sale ese día– para asumir a otros obreros que ve desocupados. Al terminar la jornada, el dueño ordena que se dé un denario a todos, también a los que han trabajado menos. El dueño, sin embargo, les recuerda que han recibido lo que se había pactado; si, después, Él quiere ser generoso con otros, ellos no tienen que ser envidiosos.

En realidad esta «injusticia» del dueño sirve a provocar, en el que escucha la parábola, un salto de nivel, porque aquí ¡Jesús no quiere hablar del problema del trabajo y de salario justo, sino del Reino de Dios! Y el mensaje es éste: en el Reino de Dios no hay desocupados, todos están llamados a hacer su parte; y para todos, al final, habrá la recompensa que viene de la justicia divina –¡no humana, por suerte para nosotros!–. Es decir, la salvación que Jesucristo nos ha comprado con su muerte y resurrección. Una salvación que no es merecida, sino donada –la salvación es gratuita– por lo que “los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos” (Mt 20, 16).

Con esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso. Se trata de dejarse asombrar y fascinar por los “planes” y “caminos” de Dios, que como recuerda el profeta Isaías, no son nuestros planes y no son nuestros caminos (cfr. Is 55, 8). Los planes humanos están marcados a menudo por egoísmos y conveniencias personales y nuestros estrechos y tortuosos senderos no son comparables a los amplios y rectos caminos del Señor. Él usa misericordia –no olvidar esto: Él usa misericordia– perdona ampliamente, está lleno de generosidad y de bondad que derrama sobre cada uno de nosotros, abre a todos los territorios sin límites de su amor y de su gracia, que solamente pueden dar al corazón humano la plenitud de la alegría.

Jesús quiere hacernos contemplar la mirada de ese dueño: la mirada con la cual ve a cada uno de los obreros en espera de trabajo, y los llama para que vayan a su viña. Es una mirada llena de atención, de benevolencia; es una mirada que llama, que invita a levantarse, a ponernos en camino, porque quiere la vida para cada uno de nosotros, quiere una vida plena, comprometida, salvada del vacío y de la inercia. Dios que no excluye a nadie y quiere que cada uno alcance su plenitud. Éste es el amor de nuestro Dios, de nuestro Dios que es Padre.

Que María Santísima nos ayude a acoger en nuestra vida la lógica del amor, que nos libera de la presunción de merecer la recompensa de Dios y del juicio negativo sobre los demás».

Traducción: RV