Testimonio y debate cultural - Alfa y Omega

Algunos debates eclesiales sobre la forma más adecuada de la misión en el contexto de esta época agitada insisten con frecuencia en oposiciones que me parecen estériles: se desperdicia energía, se genera un clima tóxico de recíproca sospecha, y casi nunca se alumbra una verdadera novedad. Un caso, entre otros, es el que tiende a oponer el binomio encuentro-testimonio con el debate cultural y la movilización social.

El núcleo esencial de la misión cristiana consiste en testimoniar a los hombres y mujeres que encontramos que Jesucristo es el único que salva la vida y la lleva a plenitud. Ese testimonio consiste en la comunicación de lo que ha acontecido ya en nuestra propia vida, y requiere gestos y palabras unidos en su raíz. Es un testimonio que puede dirigirse a la libertad de cualquiera, sea cual sea su circunstancia vital, su matriz cultural e incluso su disposición personal. El Papa Francisco nos está urgiendo (e inquietando) a salir de nuestro contorno para encontrar a todos en sus encrucijadas, en su búsqueda o en su rebeldía.

Vivir la fe abre la inteligencia y da consistencia a la libertad. Nos empuja a implicarnos con simpatía en la construcción de la ciudad común, de la que nunca los cristianos se han sentido ajenos. Por lo tanto, forma parte también de la misión participar con franqueza y libertad en los debates civiles, con la inteligencia de la fe; intentar, a través de los cauces legítimos, que la convivencia refleje la verdad de lo humano en cuanto sea posible; que las leyes protejan la libertad y el derecho de todos, especialmente de los más vulnerables. Y para eso es necesario generar un discurso cultural adecuado, que no significa convertir la fe en ideología. Todo esto puede implicar un cierto nivel de confrontación social y cultural que no debe asustarnos, y que no significa cerrarnos a ninguna posibilidad de encuentro ni encasillarnos en un bando. Además, toda construcción social es contingente y aproximada, algo que podemos reconocer más fácilmente ahora que el contexto resulta tan adverso.

El punto radical de toda presencia cristiana es el testimonio de Cristo vivo en la comunidad eclesial, ofrecido a todos sin condiciones y abierto incluso al martirio. Esa pasión tiene que dar forma también a la implicación de los cristianos en la ciudad común, a sus iniciativas económicas, culturales y políticas, sin las cuales sería una ciudad mucho menos habitable.