La semilla de los mártires florece en Málaga - Alfa y Omega

La semilla de los mártires florece en Málaga

Málaga abre las causas de 214 mártires de la persecución en los años 30. El más joven es un seminarista de su 19 años brutalmente asesinado. Años después, su familia se hizo cargo del hombre que lo mató, ya por entonces anciano, sin recursos y despreciado por todo el pueblo

Ana María Medina
Antonio Eloy, director del Departamento para la Causa de los Santos de Málaga, junto a un monumento a los mártires. Foto: Diócesis de Málaga

Dieron su vida por Jesucristo. Sacerdotes, religiosos y laicos de toda condición social pero con una única fe. Entre ellos se encuentran personas influyentes en la Málaga del momento como Luis Altolaguirre, hermano del poeta; Pedro Temboury, impulsor de la industria moderna en la ciudad y Joaquín Amigo, discípulo de Ortega y Gasset y amigo de García Lorca; pero también personas sencillas como Antonio Pozo, panadero; Isabel Piqueras, maestra en Cañete la Real, y Andrés Pavón, quien encontró en el martirio su primer y único destino pastoral, 15 días después de ser ordenado sacerdote.

Son mártires de la persecución religiosa del siglo XX en Málaga, y su causa de beatificación se abre en su fase diocesana el 7 de octubre con una celebración solemne en la catedral, presidida por el obispo, monseñor Jesús Catalá. Articulado en tres causas debido al alto número de personas (214) que propone, este proceso destaca los nombres de Moisés Díaz-Caneja Piñán, vicario general de la diócesis de Málaga; Leopoldo González García, arcipreste de Ronda, y Manuel de Hoyo Migens, párroco de Alhaurín el Grande. Pero son muchos los testimonios de fe y perdón que se encuentran en él, fruto del martirio al que fueron sometidos, en los años 30 del siglo pasado, más de 4.000 sacerdotes y seminaristas, 3.000 consagrados y miles de laicos en toda España. En 1936, cuando la persecución se tornó más violenta, el 67 % del clero malagueño y el 75 % de los religiosos fueron asesinados por su fe.

En el trabajo realizado era urgente examinar las declaraciones de los testigos, muchos de ellos ancianos o enfermos, que se han recogido durante los últimos siete años para no perder ninguna prueba de los hechos. Gracias a ellos y a la copiosa información documental, debida en gran parte a Pedro Sánchez Trujillo, sacerdote ya fallecido que dedicó su vida a la causa de los santos en Málaga, hoy conocemos el testimonio de amor a Cristo y al prójimo de estas personas.

Antonio Eloy Madueño es en la actualidad el director de este departamento diocesano, y destaca que «son innumerables los testimonios de nuestros mártires que podríamos ofrecer, llenos de amor, humildad y misericordia para con sus enemigos. A modo de ejemplo, queden las palabras de don Moisés Díaz-Caneja Piñán, quien al levantar sus brazos en cruz para recibir las balas que acabarían con su vida, dijo: “Yo muero con gusto por Jesucristo, por ese en quien vosotros decís que no creéis y a quien no amáis”».

El perdón por bandera

El perdón es la bandera en la que se arropan estos testigos de la fe. «Cada mártir mira a sus agresores con la mirada misericordiosa que les hace decir las mismas palabras de Jesucristo y tener sus mismos sentimientos», afirma Madueño. Se ve con claridad en el testimonio de Miguel Díaz Jiménez, seminarista de 19 años, el más joven de toda la causa, quien fue detenido en su casa por vecinos y un gran número de milicianos. Víctima de numerosas torturas, respondía a las burlas de sus verdugos diciendo: «Yo os perdono como Él perdonó a sus enemigos». Estos, en respuesta, lo clavaron con una bayoneta al olivo al que estaba atado, donde agonizó hasta ser rematado a tiros.

Muchos años después de su muerte, su familia se hizo cargo del hombre que lo mató, ya por entonces anciano, sin recursos y despreciado por todo el pueblo.

Estos gestos de reconciliación se multiplican en este proceso, con testimonios de perdón expresado por los mártires en el momento del arresto, como en el caso del sacerdote Cristóbal Berlanga, quien, cuando se acercaban a detenerle, dijo a su hermana: «No te asomes al balcón para que no sepas quiénes vienen a por mí y así, cuando esto cambie, no los puedas denunciar. Ellos salvarán mi alma». O entre las rejas del cautiverio, como Alfonso Werner Bolín, quien, tras sobrevivir al fusilamiento en el que murieron su padre y su hermano, estuvo 20 días en el calabozo hasta que murió, y preguntado por su madre: «Hijo mío, ¿los perdonas?», no dudó en responder: «¡Claro que sí, mamá!».

El perdón es capaz de superar incluso la frontera del miedo en el mismo momento de la ejecución, como en la figura de Celedonio Martín, párroco de Tolox, quien dijo a los milicianos: «Antes de morir, os voy a bendecir y que Dios os perdone»; un gesto que le costó aún más cruenta tortura.

Entre los muchos mártires, esta causa reúne el testimonio de numerosas mujeres, religiosas y seglares. Impresiona especialmente el de Elisa López, clarisa de 31 años, que fue encarcelada por ser monja junto a otras mujeres, entre ellas Carmen López Guixé, viuda, y Soledad Lamothe, presidenta de Acción Católica. Sin conexión ninguna, estas mujeres soportaron juntas meses de malos tratos y brutales vejaciones, apoyándose en la fe y forjando una relación que culminó el 24 de septiembre, cuando fueron llevadas al camino de Suárez para ser fusiladas. La oración las sostuvo hasta el final. Allí se arrodillaron y rezaron juntas. «Ya podéis tirar, doy gustosa mi vida por Dios y por la salvación de las almas. Vosotros no hacéis más que lo que os mandan», dijo Elisa. Los milicianos se echaron atrás y tuvo que ser otra patrulla la que disparara. Pero la semilla ya estaba sembrada.

Miguel Díaz, Elisa Pozo y Antonio Pozo, tres de los 214 nombres en la nueva causa. Foto: Diócesis de Málaga