El lenguaje de la luz - Alfa y Omega

El lenguaje de la luz

Segundo domingo de Cuaresma

Juan Antonio Martínez Camino
Cristianos iraquíes perseguidos, en la Fiesta de la luz, el pasado diciembre

Los cristianos llevamos en el alma una alegría espiritual que no es producto de nada de este mundo. Es una alegría que puede con el sufrimiento, con el fracaso, con la traición y hasta con nuestras propias miserias y pecados, e incluso con la perspectiva de la muerte. Es aquello de santa Teresa: «El gozar de mucha paz, aunque haya guerra». ¡Don magnífico y por excelencia del Espíritu Santo!

Pero la vida es efectivamente eso: guerra, lucha, milicia. Lo es también y especialmente la vida cristiana. La liturgia de la Cuaresma habla con particular frecuencia de la esa milicia y de esa lucha. Y sucede que nos cansamos, porque somos débiles y, sin embargo, estamos hambrientos de fortaleza; porque cedemos al impulso ciego de las pasiones del yo solitario, aunque estemos sedientos de libertad y de comunión; porque el horizonte se oscurece, a veces, ante nosotros, siendo así que somos buscadores permanentes de la luz.

En el camino hacia Jerusalén, Jesús observa el cansancio y las resistencias de sus discípulos. Sí, van con Él, no lo han abandonado, lo siguen. Pero Pedro acababa de rebelarse abiertamente increpando a Jesús por causa del futuro que éste trataba de explicarle. No comprendía el sentido del aparente fracaso del Maestro y de la cruz que se avecinaba. No entendía el sentido de aquella lucha que Jesús estaba librando y en la que quería enrolarles también a ellos. Jesús lo reprende con severidad. Pero la reprensión no es el lenguaje principal de la Sabiduría divina. El lenguaje propio de Dios es el de la luz. Entonces los lleva a Pedro, a Santiago y a Juan a “la montaña alta” de la revelación divina para mostrarles la luz de su rostro y el blanco deslumbrador de su vestido. Fue, como escribe Guardini, un «chispazo luminoso de la Resurrección que iba a venir».

El Espíritu Santo nos visita, cuando Él quiere, con transfiguraciones como aquélla, tiempos o momentos en los que se no da a gustar especialmente qué bueno es el Señor. Sucede más a menudo de lo que pensamos. Porque ése de la luz es el verdadero lenguaje del Espíritu. Nosotros, con frecuencia, de puro cansancio, o, peor, por habernos habituado demasiado a las tinieblas, no abrimos las puertas de nuestra alma a su visita luminosa. La oración, la penitencia, las obras de la caridad son indispensables para ir acostumbrándonos a ver la luz divina de la Resurrección.

Los apóstoles quisieron hacer tres tiendas para apoderarse de la fuente de la luz. Quisieron quedarse allí. Es el otro problema que tenemos con la luz divina mientras vamos de camino con Jesús. Pero la luz se nos da para el camino, para acompañar al Maestro a Jerusalén y al Calvario, para entregarnos con Él en la ofrenda desinteresada de la vida, compartiendo la obra divina de la Redención. No es el momento de levantar tiendas. Es el tiempo de ir, con el Señor, por la cruz, hacia la luz.

Evangelio / Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

«Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:

«Éste es mi Hijo amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

«No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.