El amor está en la sangre - Alfa y Omega

Encontré una chica que conozco en uno de los pasillos del hospital. Estaba hablando por teléfono, muy agitada y nerviosa. Antes de darse cuenta de mi presencia la escuché decir: «Si quieres ver a tu hermano con vida, ven rápido al hospital». Cuando la saludé, me dijo entre lágrimas que su familiar estaba muy grave.

Entré en la habitación con mucho sigilo, esperando encontrarme poco más o menos que con un cadáver, saludé a la mujer y a los hijos. Cuando el amigo Migue abrió los ojos, nada más oírme, me saludó como de costumbre: «Buenos días don Manuel, ¿qué tal está, hoy le toca hospital? Yo aquí estoy enganchado a esta bolsa de sangre que me han puesto».

Parece que el gesto fraterno de tantos hombres y mujeres que comparten lo más importante que tienen y son, simbolizado en esta sangre de vida, estaba empezando a surtir el efecto deseado. Aquella sangre anónima de gente con gran corazón entraba por las venas de Miguel gota a gota, regalándole un tiempo precioso de vida. Aunque muy débil y grave, fue trasladado a la habitación donde entré varias veces a lo largo de la tarde, coincidiendo con sus familiares que se van turnando para pasar unos momentos con él, sin necesidad de agobiar o cansar más de lo debido.

Por la noche regresé a su habitación. Miguel estaba bastante recuperado de la crisis que padecía. Aunque la gravedad de su enfermedad seguía ahí, parece que esa noche no le tocaba irse, y le quedaron muchas ganas de hablar. Me invitó a sentarme al lado de la cama, junto a su mujer, donde los tres entablamos una larga conversación, bastante profunda.

Me hablaron de su viaje a Fátima hace unas semanas, de lo mucho que disfrutaron y lo que le sorprendió todo lo que pudo ver y, sobre todo, lo respetuosa y cariñosamente que se portó la gente de su pueblo, pendientes de ellos en todo momento y sin tratarlo como un enfermo impedido.

Hablamos de algo que, aunque ya se lo he oído decir a muchos enfermos, no por eso deja de sorprenderme. Me dijo: «Mucho peor y más doloroso que la enfermedad fue tener que dejar mi trabajo, donde llevaba más de 40 años disfrutando cada día; era mi vida». La mujer añadió: «No sabes bien lo que sufrió, es que ni quería salir a la calle para no pasar por nuestro negocio, donde hemos pasado tantas horas juntos».

Es curioso. Confundimos nuestra propia vida con nuestro trabajo, mucho más si este es vocacional y nos hace felices; es una de nuestras etiquetas identificativas de presentación a los demás. Yo soy albañil, médico, enfermera…, muchas personas si abandonan el trabajo dejan de saber quiénes son, parece que les arrancan la propia vida, pierden su identidad y se creen mayores para crear una nueva, se quedan sin recursos para seguir viviendo. Por mucho que les digas que son esposos, padres, abuelos… y sobre todo un seres humanos únicos e irrepetibles.

Amigo Miguel, tú eres una persona excepcional, con unas cualidades propias y únicas para poder encontrarte con el mismísimo Dios y hablarle de tú a tú. Eres capaz de reinventarte cada día, porque cada día Dios te regala un tiempo nuevo para que lo llenes de vida y amor a los que te rodean.

Después de más de dos horas tocó despedirse e irnos a la cama. Mi sorpresa fue a la mañana siguiente, cuando pasé a darle los buenos días y me dijo su mujer: «Qué bien nos vino la charla de anoche. Después seguimos hablando los dos hasta que nos quedamos dormidos profundamente, como hacía tiempo que no lo hacíamos».