Los descubrimientos de Cristóbal Colón - Alfa y Omega

Los descubrimientos de Cristóbal Colón

Hace «los mejores yogures del mundo», pero eso es algo accesorio para el fundador de La Fageda, una rentable empresa sin ánimo de lucro donde cerca de la mitad de la plantilla tiene certificado de discapacidad mental

Ricardo Benjumea
Cristóbal Colón junto a algunos empleados de La Fageda. Foto: La Fageda

A su hijo le puso de nombre Juan para evitarle chistes fáciles, pero Cristóbal Colón (Zuera, Zaragoza. 1949) no pierde ocasión de bromear con «el descubrimiento» que él hizo: «La gente necesita trabajar».

Huérfano de padre a los 14 años, tuvo que aprender el oficio de sastre para traer dinero a casa. Así aprendió el valor del trabajo artesanal, gracias al cual –asegura– ha sido después capaz de hacer «los mejores yogures del mundo» al frente de una empresa hoy líder en Cataluña que factura al año cerca de 20 millones de euros.

Sus inquietudes filosóficas le llevaron a estudiar psicología. Durante diez años trabajó en centros que de «hospital» tenían solo el nombre. «Aquello eran manicomios», cuenta Colón en conversación con Alfa y Omega. Consiguió poner en práctica unos talleres ocupacionales, pero «eran manualidades más propias de niños que no un trabajo de adultos». Por eso rompió con el sistema. Junto a su mujer, Carme Jordà, y 14 de sus pacientes del hospital de La Garrocha, fue en 1982 a hablar con el alcalde de Olot y a solicitar un crédito al banco. Para su sorpresa le tomaron en serio. «Lo más difícil fue convencer a las familias y a los propios pacientes de que eran capaces de trabajar, de modo que dejasen de ser enfermos mentales para pasar a ser personas que tienen una enfermedad mental, que es algo radicalmente diferente».

Foto: La Fageda

Con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y la imposición de cuotas lácteas, el negocio se vio obligado a reinventarse diez años después de su fundación: de la producción de leche La Fageda pasó a hacer yogures. Eso era lo de menos. «Para nosotros lo importante no es qué hacemos, sino con quién y cómo lo hacemos», dice su presidente. «La esencia de nuestro trabajo no es hacer yogures, sino crear un proyecto empresarial viable económicamente que tiene como objetivo que estas personas puedan desarrollar sus capacidades con toda la dignidad del mundo».

180 de sus algo más de 300 empleados tienen certificado de discapacidad mental. Trabajan codo a codo con alrededor de 100 profesionales. Para facilitar la integración hay en cada área de producción un equipo de psicólogos, educadores y trabajadores sociales, unos 35 en total, al frente del cual está Carme Jordà, la directora asistencial. Se incluyen en esta estructura dos fundaciones, con servicios como dos residencias para empleados, pisos tutelados y un club de jubilados.

Somos «un colectivo de personas con capacidades diferentes», y la idea –asegura Jordà– es «facilitar que cada persona encuentre lugar adecuado para desarrollar sus capacidades». La implicación personal es muy intensa. «Yo siempre me acuerdo de un chico que había pasado mucho tiempo en la cama sin poder trabajar. Llevaba años», prosigue la cofundadora. «Cuando a este chico, que lleva seis años trabajando en la fabrica, le preguntas cómo lo ha conseguido, te responde: «Porque alguien creyó que podía hacerlo”. Esta frase resume nuestra filosofía».

Vacas que escuchan a Bach. Para hacer «los mejores yogures del mundo» se necesita la mejor leche. La Fageda mima a sus cerca de 500 vacas frisonas. Se alimentan con los mejores pastos y piensos y escuchan música clásica de seis de la mañana a seis de la tarde, preferentemente barroca. Eso mejora la calidad de la leche, según varios estudios, y el yogur resulta más cremoso. Foto: La Fageda

Proyecto local, proyección universal

A pesar de su éxito empresarial y social, La Fageda no ha querido extenderse fuera de la comarca de La Garrocha ni ampliar su negocio a fuera de Cataluña. «La dimensión de un proyecto de nuestras características tiene que ser humanamente manejable», explica Colón. ¿Y qué pasa con el bien que podría hacer en otros lugares? «Yo me siento responsable solamente de mi vida. Siempre digo que uno de mis mayores preocupaciones es, el día que me muera, pasar poca vergüenza, porque uno sabe que algo de vergüenza va a pasar», responde de corrido a una pregunta que le han hecho ya muchas veces.

Eso no significa desinterés sobre la proyección de su obra. «Yo tengo ahora 68 años», explica. «En todas las empresas familiares, el cambio de generación es un tema delicado, y como lo sabemos, le dedicamos el tiempo necesario para generar las personas y perfiles humanos que se necesitan. Gracias a Dios estoy muy bien de salud y todavía tengo cuerda para rato, pero vamos muy adelantados».

Otra forma de proyección es «servir de inspiración a otros proyectos, a otras personas», que desde todo el mundo acuden a visitar La Fageda. Este viernes, se espera a un grupo de 30. Y el día anterior, una visita más reducida procedente de Buenos Aires. «¿Qué les enseñamos? Fundamentalmente lo que no tienen que hacer. Les hablamos de los puntos en los que nosotros nos hemos equivocado». Por lo demás, Colón tiene claro que cada proyecto debe estar enraizado en su territorio. «Sí tú quieres resolver el problema de los enfermos mentales de Móstoles, tendrás que establecer relaciones de confianza con el alcalde, con el cura o con los empresarios de Móstoles».

Comunicar su proyecto es una parte importante del trabajo de Colón. Por eso visitó este martes Madrid, donde participó en un acto en la sala Arrupe, junto a su amigo Grègoire Ahongbonon, que ha rescatado a cientos de enfermos mentales de Benín, donde a estas personas a menudo se las somete a tratos degradantes, debido al estigma social de la enfermedad.

Cristóbal Colón aprendió a ver a las personas que hay en enfermos como ellos. Le pasó de este modo algo similar que al célebre descubridor, que buscaba una ruta hacia las Indias y se encontró con un continente nuevo. Él –cuenta– se lanzó en los años 70 al estudio de «la locura y la cordura», por medio de la psicología y el psicoanálisis, pretendiendo encontrar respuestas a la pregunta acerca de «qué es el ser humano». Y terminó volviéndose «profundamente crítico, especialmente con las corrientes materialistas, que reducen la esencia de la persona a intercambios electrónicos y sinapsis neuronales». «Como creyente –añade–, entiendo que el ser humano es un ser misterioso y lleno de dignidad, hecho a imagen y semejanza de un ser superior. Yo reconozco ese misterio y esa dignidad en cada individuo, a pesar de que su parte física pueda estar enferma».

La empresa en función de la persona

¿Le prestaría usted dinero a 14 pacientes salidos del psiquiátrico y capitaneados por un tipo que dice llamarse Cristóbal Colón y que quiere montar una granja? Por muy estrambótica que nos pueda parecer la escena, esto sucedió exactamente así en 1982 y, por increíble que nos pueda resultar, hubo quien puso en manos de tan singular grupo la cantidad nada desdeñable en aquellos años de 500.000 pesetas (3.000 euros).

Por aquel entonces, Cristóbal Colón llevaba diez años trabajando como psicólogo clínico en varios psiquiátricos y llegó a la conclusión de que el mejor remedio para sus pacientes era el desarrollo de un trabajo real (no un taller ocupacional) que diera frutos tangibles y les proporcionara una remuneración. Estaba convencido de que esta era la forma más eficaz de que empezaran a recuperar su autoestima perdida.

Han pasado 35 años y en La Fageda, que así se llama esta granja situada en la localidad gerundense de La Garrocha, trabajan unas 300 personas de las que alrededor de la mitad tienen un trastorno mental grave o una discapacidad intelectual severa. La cooperativa factura casi 20 millones de euros al año, produce anualmente 64 millones de yogures y más de 100.000 kilos de helado y mermeladas. Es una empresa rentable y su marca goza de gran prestigio en el mercado catalán, en el que se circunscribe.

Hoy La Fageda es una referencia incontestable de la integración laboral de las personas con discapacidad y de la economía social. Pero hay que pensar que en 1982 existían todavía los manicomios en España, el movimiento asociativo de las personas con enfermedad mental no existía y la inclusión de este colectivo en el ámbito laboral ordinario era una utopía con la que nadie se atrevía a soñar. Así que Cristóbal Colón fue tan visionario como el homónimo descubridor de América.

Colón está a punto de jubilarse y pasar el testigo a un nuevo equipo directivo. Lleva años preparando cuidadosamente este momento. Tal vez ese cuidado escrupuloso de los detalles sea uno de los ingredientes de su éxito. Uno de esos detalles es que las más de 400 vacas que proporcionan la leche de los yogures de La Fageda escuchan música barroca durante nueve horas al día.

Aunque la clave de bóveda de esta cooperativa es la pasión por la persona. Su fundador se pregunta continuamente qué es el hombre y se contesta: «Cada individuo es un misterio». Es este amor a la dignidad y la libertad de cada una de las personas que conforman La Fageda lo que hace que todo el proyecto tenga sentido. De hecho, Colón no se considera empresario sino psicólogo. «Mi trabajo son las personas, no las empresas». Por eso tiene claro que la empresa está en todo momento en función de la persona y no al revés.

Ignacio Santamaría
Periodista social