Por el desarrollo humano integral - Alfa y Omega

El Papa Francisco nos recuerda que «evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios […], en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros […], nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. […] Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. […] La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos» (cfr. EG 176-183).

En esta línea, el apóstol san Juan nos ofrece una formulación sintética de lo que ha de ser la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». Sabemos que su amor ha sido tan grande que hizo el ser humano a «su imagen y semejanza». Y cuando los hombres estropeamos esta imagen, Dios nos envió a su Hijo Jesucristo para devolvérnosla por gracia; de tal forma que pudiéramos formular nuestra vida, nuestras relaciones y nuestra convivencia con esa condición de hijos de Dios que con tanta belleza nos ha regalado Cristo. ¡Qué bien nos lo expresó el Papa Benedicto XVI cuando nos decía: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DC 1)!

El nuestro es un tiempo para vivir y realizar una nueva forma de la caridad. Al renovar la Curia para el servicio de la Iglesia universal, el Papa Francisco ha creado el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Porque ante los retos actuales, no podemos vivir al margen de situaciones que afectan al desarrollo integral. Hemos de ver y actuar frente al desequilibrio ecológico que está haciendo inhabitables y enemigas del hombre bastas áreas de nuestra casa común. No podemos permanecer con los oídos y los ojos cerrados ante los problemas de la paz que hacen imposible la vida en algunas zonas de la tierra o amenazan relaciones entre personas de una misma nación o entre las naciones. No podemos asistir sin más al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, como inmigrantes y refugiados, entre ellos muchos niños.

Deseo convocaros a todos a promover todas las dimensiones humanas, a poner todo al servicio del hombre creado por Dios a su imagen y semejanza, a comprometernos en la defensa del respeto a la vida de cada persona desde la concepción hasta la muerte. Pero permitidme dirigir mi voz de forma especial a vosotros, los jóvenes. Es posible hacer un mundo distinto, es posible convivir, es posible detectar las dimensiones reales del ser humano. No intento confundiros. No creáis que lo que hago es imponer, no. No confundamos lo que es una imposición con una propuesta de libertad y de vida que os quiero hacer desde la fe. Pues estoy convencido de que todos los hombres y mujeres de buena voluntad deseamos colaborar en interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano, haciendo de la caridad un servicio a la cultura, a la economía, a la política, a la familia… y, en definitiva, al ser humano.

Para lograr este desarrollo humano integral os hago tres propuestas:

1. Asumamos el compromiso de ser luz del mundo: muchos estáis abiertos a la luz de Cristo, pero hay otros que no. Precisamente por ello, tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su reflejo. Los padres de la Iglesia hablaban del mysterium lunae y, con esta imagen, nos decían que la Iglesia dependía de Cristo que es el Sol, del cual ella refleja su luz. Tengamos la valentía en este momento de la historia de abrirnos y exponernos a la luz de Cristo, convencidos de que esta luz atrae a todos los hombres, también a los que no creen.

2. Asumamos el compromiso de vivir en diálogo con el mundo: en una situación como la que vivimos, de un marcado pluralismo cultural, el diálogo es muy importante, y la Iglesia debe ir al diálogo con el mundo en el que le toca vivir. Como recordaba el beato Pablo VI, «la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio». Con qué fuerza nos animaba a entrar en diálogo con todas las situaciones del hombre, después de hacer un recuerdo de san Juan XXIII: «Antes de convertirlo, más aún para convertirlo, el mundo necesita que nos acerquemos y le hablemos». Apropiémonos con todas nuestras fuerzas de esas palabras de Jesús que nos recuerda el Evangelio de san Juan: «No envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3, 17).

3. Asumamos el compromiso de vivir en diálogo con todo lo que es humano: ciertamente el diálogo no puede basarse en la indiferencia religiosa; los discípulos de Cristo tenemos el deber de desarrollarlo ofreciendo el pleno testimonio de la esperanza. Nuestro anuncio gozoso de Cristo es un don para todos y propone el mayor respeto a la libertad de cada uno. Nuestro diálogo tiene el encargo de, en nombre de Jesucristo, promover la unidad, el amor y la paz en el mundo. La geografía que debe tener el diálogo tiene esta orografía: a) Todo lo que es humano es objeto de diálogo; b) Los cristianos hemos de conversar con la mirada y la palabra de Cristo. La nuestra no es una mirada política, económica o de cualquier otro tipo, es la mirada de un Dios que quiere dar vida y da la vida por todos los hombres, y c) El diálogo no es una palabra abstracta, es abrir puertas, corazón y oídos a todas y cada una de las personas con las que nos encontremos por la vida. Es encuentro de hermanos dispuestos a superar egoísmos, a vivir en el respeto y construyendo libertad.