El mandamiento principal - Alfa y Omega

El mandamiento principal

XXX Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: Senda de Cuidados

El Evangelio de este domingo nos recuerda que toda la ley divina se resume en el amor a Dios y al prójimo. Con ello, Jesús, sin añadir un nuevo precepto, cumple la revelación antigua, realizando en sí mismo la síntesis que nos presenta. Es precisamente en la celebración eucarística donde percibimos con mayor nitidez la muestra máxima de amor a Dios y al prójimo que Jesús realiza. Y el Señor no solo muestra este amor, que es entrega máxima, sino que, alimentándonos de su cuerpo y su sangre, nos lo comunica. Únicamente recibiendo esa capacidad de amar, se realiza la verdadera conversión de la que san Pablo nos habla en la segunda lectura de la Misa.

El resumen de la ley de Dios

Por otro lado, el mandato del doble amor nos señala que el amor es el compendio de toda la ley divina. Ciertamente, los fariseos no tenían buenas intenciones al plantear a Jesús la cuestión sobre el principal mandamiento de la ley, ya que «trataban de ponerlo a prueba». Pero, independientemente de su finalidad, la pregunta no carecía en absoluto de sentido. La ley comprendía multitud de preceptos, que a lo largo de los siglos se habían convertido más en una limitación a la libertad que en una ayuda eficaz para la salvación del hombre. Hasta 613 preceptos, de los cuales la formulación comenzaba por «no…» en unos y «harás» o «debes» en otros. Entre tanta disposición no era extraño querer hallar un principio unificador. Por desgracia, aún hoy en día muchos no creyentes y también cristianos practicantes piensan que la Revelación de Dios que Jesucristo nos ha traído consiste en explicarnos un compendio de mandatos y prohibiciones; algo que la Iglesia continuaría, secundando el mandato del Señor. Si reducimos el cristianismo a esto, estamos circunscribiendo la fe únicamente a una lista de reglas morales, perdiéndonos lo esencial de la salvación de Dios.

El precepto del amor a Dios y al prójimo no trata de aniquilar todo lo que se había recogido en la ley y los profetas, es decir en el Antiguo Testamento, pero sí busca presentar la misión de Cristo y, en último término, el designio de Dios, como algo que trata no de coartar, sino de liberar; no crear nuevas normas, sino buscar el sentido y el motor de todas ellas. Frente a la pregunta capciosa de los doctores de la ley, el Señor no elige uno de los múltiples preceptos, sino que, partiendo del amor, unifica bajo este concepto lo que en la Escritura aparecía de manera dispersa, tanto en Deuteronomio 6, 5 (amar a Dios con todo el corazón), como en Levítico 19, 18 (amar al prójimo como a uno mismo).

La concreción del amor

Puesto que el amor es una de los conceptos que puede quedar sin contenido si no se concreta, la primera lectura completa en cierto sentido el pasaje evangélico, poniendo ante nosotros cuatro ejemplos de cómo realizar ese amor: la ayuda al forastero nos impulsa a atender a quien viniendo desde otra tierra necesita de nuestra atención; el mandato de no explotar a la viuda o al huérfano nos recuerda que el amor no es abstracto, sino que se ejecuta precisamente con las personas más desamparadas por la sociedad, como eran estos grupos de personas en tiempos de Jesús y pueden ser otras personas hoy en día (ancianos, quienes viven en soledad); el modo de actuar con el pobre cuando nos pide un préstamo nos advierte que Dios considera como dirigido a sí mismo el trato que damos a estas personas, y que, si un pobre es humillado, Dios mismo es humillado.

No debemos olvidar que el ejemplo supremo de amor nos lo muestra el Señor en la cruz, dando su vida por nosotros. Él mismo nos recuerda asimismo que no solo debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, sino que hemos de amar incluso a nuestros enemigos, algo inaudito en aquella época para quienes acompañaban a Jesús.

Evangelio / Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la ley y los profetas».