El invierno de la fe - Alfa y Omega

El invierno de la fe

Lidia Skalska nació en Ucrania, en la época del comunismo. Hoy dirige a un grupo de niños que cantan en el coro de la comunidad de ucranianos que acoge la parroquia del Buen Suceso, en Madrid. Desde la distancia y los años, recuerda los tiempos en los que vivir la fe no era tan fácil

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Lidia creció en una familia ucraniana, en los años duros del comunismo. Cuando nació, no había tanta persecución a la Iglesia católica como en décadas anteriores, pero no se podía olvidar que el sistema comunista seguía fundado sobre el rechazo total de la religión. «Mi madre era profesora de Historia en un colegio -recuerda Lidia-, y mi padre trabajaba en una empresa de comercio. Mi padre era muy religioso, porque sus padres eran muy religiosos también. Y mi madre también lo era, pero tenía dificultades por su trabajo, porque era funcionaria del Estado y tenía prohibido totalmente tener nada que ver con Dios. A los profesores les decían: No podéis colgar iconos en la pared; ni habléis de Dios con los niños. Mi madre no podía ir a Misa, porque si iba eso tendría consecuencias en su trabajo. Mi padre rezaba todas las noches antes de irse a dormir; mi madre no lo hacía tan abierto, sino que lo hacía por dentro».

Esta expresión, por dentro, aparece varias veces en la narración de Lidia, y resume cómo era la vivencia de la fe en la Unión Soviética, bajo el comunismo. Afirma: «Cada familia tenía algo escondido, por dentro. El sistema impedía hablar, pero recuerdo que, cuando era pequeña, mis padres se reunían en la cocina y hablaban de temas prohibidos, de política y de religión. Mi cuarto estaba muy cerca de la cocina, y podía escuchar todas esas cosas».

Lidia Skalska

Toda la educación religiosa en aquellos años la mantenían los abuelos, y tuvieron un papel muy importante en la transmisión de la fe a los hijos y a los nietos. «A mí me enseñó a rezar mi padre -cuenta Lidia-, y sobre todo, mis abuelos. Mis abuelos eran unas personas muy devotas. En Ucrania existe la tradición de tener iconos en las casas; nosotros los teníamos, pero solamente en una habitación, porque estaba prohibido, sobre todo para los funcionarios y los miembros del Partido. Mi abuelo iba a Misa todos los domingos; donde yo vivía había alguna iglesia abierta, que el Partido permitía porque a ellas iban sólo las personas mayores. Pensaban: ¿Qué puede hacer la gente mayor? Pero los jóvenes y niños no podían ir. Cuando se acercaban fiesta religiosas, como Pascua o Navidad, obligaban a los niños a ir por la noche a ver una película sobre la Revolución de Octubre, o sobre Lenin. A los niños nos bautizaban a escondidas; nadie lo sabía. El abuelo iba a hablar con el cura y éste iba a las casas a bautizar por la noche. Todo, con mucho secreto».

Los últimos veinte años del comunismo en la URSS fueron más suaves, pero la época después de la guerra fue muy dura. Lidia cuenta que, en aquellos años, «a los sacerdotes se les obligó a pasarse a la Iglesia ortodoxa; si no lo hacían, eran asesinados sin ninguna justicia, o bien los enviaban a Siberia. En mi región mataron a casi todos los curas católicos. Muchas iglesias fueron cerradas, o bien las utilizaron para otros usos, como almacenes o polideportivos para hacer gimnasia. Los curas que quedaron celebraban la Eucaristía ocultamente en las casas. La gente desaparecía de sus casas por las noches. Uno se acostaba, y no sabía si iba a venir un coche de los servicios secretos y te hacían desaparecer. Mis abuelos solían decir: Vosotros no sabéis qué tiempos hemos vivido».

Lidia tiene también palabras para alertar sobre una sociedad que vive al margen de Dios, y lo cuenta por propia experiencia: «Un sistema que no tiene a Dios, al final falla, porque la justicia, las leyes… no pueden resolver los problemas de violencia y de la maldad humana. El ser humano necesita tener temor de Dios, saber que existe una Fuerza que está por encima de ti. Yo creo que el mundo ahora se está equivocando. Dios existe, te quiere y te ayuda. No se puede educar a los niños diciendo que Dios no existe. El país que va por ese camino de educar a los niños sin Dios se está equivocando mucho».