El Papa Francisco al patriarca Kiril: «Hola, hermano» - Alfa y Omega

El Papa Francisco al patriarca Kiril: «Hola, hermano»

El primer encuentro entre los líderes de las principales Iglesias cristianas (Roma y Moscú) se produjo en un país latinoamericano y socialista… ¿Ironías de la historia? No tanto, explica un alto funcionario de la Iglesia ortodoxa rusa

Ricardo Benjumea
Miguel Palacio en primer plano, junto al Patriarca Kirill y el Papa. Detrás, el Metropolita Hilarión. Foto: L’Osservatore Romano

«Los encargados de los servicios del protocolo del patriarca y del Papa abrieron simultáneamente las puertas de la sala, y los dos primados se dirigieron uno hacia el otro, se abrazaron y se besaron tres veces, según la tradición ortodoxa. El patriarca Kiril le dijo al Papa Francisco en ruso: “¡Me alegro mucho verlo!”. No pude oír bien por el ruido de las cámaras, pero creo que el Papa Francisco le contestó en español: “¡Hola, hermano!”». A pesar de la barrera idiomática, «realmente se entendieron perfectamente mirándose a los ojos».

Así relata el histórico encuentro del 12 de febrero de 2015 un alto funcionario del Patriarcado de Moscú, Miguel Palacio, laico de padre colombiano y madre rusa, que ejerció como intérprete en La Habana. Pese a su condición de teólogo e historiador, Palacio confiesa que, en aquel momento su atención se centró estrictamente en «traducir correctamente las palabras de Kiril». Fue después cuando reflexionó sobre detalles como el contraste entre la solemnidad del acontecimiento y la frialdad de una sala de aeropuerto. Por no mencionar la ironía histórica de tener como anfitrión a un dirigente comunista. «En Cuba –explica– no hubo represalias contra la Iglesia tan severas como en la Unión Soviética», y si bien es cierto que «es improbable que Raúl Castro hubiera podido imaginar» algo así unos años antes, Palacio no cree que la elección de este escenario fuera tan sorprendente. En 2004, había partido de Fidel la iniciativa de construir un templo ruso en el centro histórico de La Habana. «En el acto de inauguración, en 2008, el presidente Castro y el arzobispo, el cardenal Jaime Ortega, intercambiaron saludos por primera vez en muchos años», hace notar. Esa «actitud amistosa del Gobierno cubano hacia la Iglesia ortodoxa rusa» junto a las buenas relaciones entre ambos países durante seis décadas y «la tradición católica del pueblo cubano» explican por qué fue en Cuba donde se vieron por vez primera un Papa y un patriarca de Moscú y de toda Rusia. Sin olvidar la lejanía con Europa, «el Viejo Mundo, relacionado con la división de los cristianos».

Como consejero del Departamento de Relaciones Exteriores Eclesiásticas del Patriarcado de Moscú, a las órdenes directas del metropolita Hilarión (quien le fichó en 2009, procedente del mundo de la diplomacia), Miguel Palacio había estado presente en varios importantes encuentros y negociaciones junto a Kirill o su número dos, «pero nunca en una reunión de tanta importancia» como la de La Habana. Durante los días previos se preparó a fondo «moral y espiritualmente». Y eso que a Francisco le conocía de anteriores encuentros, el primero en su Misa de inicio de pontificado. Acompañó a Roma a Hilarión, con quien Bergoglio mantenía un trato asiduo siendo arzobispo de Buenos Aires, sobre todo por carta. Palacio describe el clima de ese y sucesivos encuentros con Francisco como «bueno y amistoso».

De La Habana, Francisco siguió viaje hacia México, y Kirill prosiguió una gira latinoamericana de diez días. Miguel Palacio recuerda la impresión del patriarca y de toda su comitiva al contemplar «un cristianismo vivo y fuerte», con personas que, aun no siendo ortodoxas, «trababan de recibir su bendición» en la calle. Hubo celebraciones multitudinarias en La Habana, Asunción, Brasilia o a los pies del Cristo Redentor de Río de Janeiro, donde acompañado del arzobispo, Orani Tempesta, el patriarca pidió por el fin de los conflictos y los cristianos perseguidos en Oriente Medio o África.

Especialmente emotiva fue la visita a Paraguay, país que en los años 20 del siglo XX acogió a muchos rusos que huían de la revolución. «Los asistentes –hijos, nietos y bisnietos de emigrantes rusos– lloraron viendo al patriarca con ellos». Otro encuentro más hasta poco tiempo antes difícilmente imaginable.

Hijo de dos civilizaciones y entusiasta de García Lorca

Miguel Palacio (Moscú, 1984) se considera hijo de dos civilizaciones, «Rusia y Latinoamérica, muy diferentes en lo que respecta a clima o mentalidad», pero que comparten su condición de ser hoy «las principales fortalezas del cristianismo en nuestro planeta», asegura. «Mientras que en varias regiones del mundo se observa una descristianización, en Rusia se reconstruyen iglesias y monasterios destruidos o cerrados en la época soviética». También en Latinoamérica «la gente conserva su fe» y «la Iglesia sigue ocupando su lugar merecido en la sociedad».

Palacio es también un apasionado de España, que en muchos aspectos considera muy cercana a Rusia. Ambas «están ubicadas en dos extremidades de Europa; sobrevivieron al yugo extranjero (el tártaro y el árabe); fueron únicos países europeos que pudieron combatir a Napoleón; en el siglo XX experimentaron la guerra civil, las dictaduras y la transición democrática…». Y así llega en su recorrido a Salvador Dalí, que se casó con una rusa, Elena Diákonova, «más famosa como Gala», explica.

La pasión por Rusia de Dalí la compartía su gran amigo Federico García Lorca. Miguel Palacio y el metropolita Hilarión son, curiosamente, dos expertos en el poeta andaluz. Palacio lo define como «una personalidad compleja que siempre estuvo en búsqueda, también de Dios», y recuerda que, en su niñez, Lorca solía jugar a celebrar misas. «Gran parte de sus obras juveniles giran en torno al diálogo con Dios», y nunca abandonó el interés los «asuntos espirituales», añade. «Basta recordar los poemas dedicados a los arcángeles», argumenta. «Cuando en agosto de 1936 los falangistas llegaron a arrestarlo, Federico del Sagrado Corazón de Jesús (este era el nombre completo del poeta) rezó ante la imagen de la Sagrada Familia».

Entrevista completa

«Rusia y América Latina son hoy los dos principales bastiones del cristianismo en el mundo»

Miguel Palacio nació el 17 de noviembre de 1984 en Moscú, tiene origen ruso-colombiano. Es licenciado en historia por la Universidad Estatal Pedagógica de Moscú y licenciado en teología por el Seminario Ortodoxo San Nicolás de Ugresha. Es consejero del Departamento de Relaciones Exteriores Eclesiásticas del Patriarcado de Moscú y jefe del Departamento de Relaciones Públicas y Protocolo del Instituto Teológico de Posgrado y Doctorado Santos Cirilo y Metodio. Participó en la organización del encuentro entre el Patriarca Kiril de Moscú y toda Rusia y el Papa Francisco en La Habana en febrero de 2016

¿Cómo la primera toma de contacto entre el Papa y el Patriarca? ¿Cómo recuerda usted el momento de los saludos?
El momento de los saludos mutuos fue muy emocionante. Los encargados de los servicios del protocolo del Patriarca y del Papa abrieron simultáneamente las puertas de la sala del aeropuerto donde tuvo lugar el encuentro, y los dos primados se dirigieron uno hacia el otro, se abrazaron y se besaron tres veces, según la tradición ortodoxa. El Patriarca Kiril le dijo al Papa Francisco en ruso: «¡Me alegro mucho verlo!». No pude oír bien por el ruido de las cámaras, pero creo que el Papa Francisco le contestó (en español): «¡Hola hermano!». Realmente se entendieron perfectamente mirándose a los ojos. Me imagino que todos los que presenciaron este momento sintieron emociones únicas. En seguida el Papa saludó al Metropolita Hilarión, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, y el Patriarca estrechó la mano del cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Todos los participantes de la reunión, incluso el intérprete del Pontífice y su humilde servidor, se detuvieron en sus sillas para una foto oficial. Después de sentarse, empezaron a conversar. El Patriarca le preguntó al Papa cómo fue su viaje; Su Santidad le contó que durmió la siesta en el avión y así pudo descansar. El Papa, al escuchar las palabras de su interlocutor en ruso, lo miraba con atención, y luego escuchaba atentamente mi traducción al español.

Hubo cierto contraste entre la solemnidad de un momento histórico único y un escenario, por así decir, impersonal, como es una sala de aeropuerto. Y naturalmente cierta ironía histórica en el hecho de tener a un dirigente comunista (al presidente de Cuba) como anfitrión. ¿Qué pensó en ese momento el historiador Miguel Palacio sobre cómo la historia recordará este encuentro en La Habana?
Para ser honesto, este historiador que se ha ocupado mucho de las relaciones entre Rusia y Latinoamérica y de la presencia de la Iglesia ortodoxa rusa en esa región, pensaba ante todo en cómo traducir correctamente las palabras del Patriarca Kiril. Pude reflexionar un poco más tarde, y pensé en los cambios fantásticos de paradigma. En Cuba no hubo represalias contra la Iglesia tan severas como en la Unión Soviética, que había sido ejemplo y socio principal para los Castro, egresados de colegios jesuitas. A pesar del distanciamiento con las autoridades comunistas y la influencia de los cultos sincréticos, la Iglesia católica de Cuba ha tenido la oportunidad de realizar un trabajo pastoral. Sin embargo, es improbable que Raúl Castro haya podido imaginar que un día participaría en la preparación del encuentro de los líderes de dos Iglesias cristianas más grandes e influyentes y que este se realizaría en su país. Pensé también que Fidel Castro, en 2004, propuso al entonces Metropolita Kiril, jefe de Relaciones Internacionales del Patriarcado de Moscú, construir un templo ruso en el centro histórico de La Habana y se declaró «comisario de la obra». El templo, consagrado en 2008 en honor del icono mariano más venerado en la Iglesia rusa, el de la Virgen de Kazan, se convirtió en un punto de interés cultural de La Habana Vieja. Es curioso que en la ceremonia de la inauguración del templo ortodoxo ruso, el presidente Castro y el arzobispo de la Habana, el cardenal Jaime Ortega, intercambiaron saludos por primera vez en muchos años.

¿Por qué Cuba?
La actitud amistosa del gobierno cubano hacia la Iglesia ortodoxa rusa, las relaciones muy abiertas entre Rusia y Cuba durante seis décadas, la tradición católica del pueblo cubano, así como la lejanía de la mayor de los Antillas del Viejo Mundo, relacionado con la división de los cristianos, fueron los factores principales para que Cuba sea escogida lugar de esa histórica reunión.

Ha contado usted que se preparó «moral y espiritualmente» desde tiempo antes para este encuentro. ¿Cuándo le informaron de que usted sería el traductor ¿Qué pensó?
Me dijeron que tendría que cumplir funciones del intérprete pocas semanas antes del inolvidable día del 12 de febrero de 2016. Durante mucho tiempo no quedó claro para nosotros qué idioma utilizaría el Papa, si el español o el italiano. No sé por qué escogió el idioma de Cervantes y García Márquez, tal vez por dominarlo mejor, y en los encuentros tan importantes, cuando se hablan temas delicados, hay que estar seguro de qué estás hablando, y también porque Cuba es el país hispanoparlante.

Pensé inmediatamente en la enorme responsabilidad ante la Iglesia y en las relaciones entre los ortodoxos y los católicos, y al mismo tiempo en la gran confianza que habían puesto en mí el Patriarca Kiril y el Metropolita Hilarión, dado que las negociaciones deberían realizarse a puerta cerrada y en presencia solo de los dos jerarcas. He traducido en varios encuentros de alto nivel, pero nunca en una reunión de tanta importancia y significado simbólico. Es por eso tuve que prepárame «moral y espiritualmente».

Acompañó usted a lo largo de toda su gira latinoamericana al Patriarca Kiril, que dijo haber encontrado en este continente «un potencial espiritual muy fuerte». ¿Puede hablar de vivencias que le marcaran especialmente para llegar a afirmar esto?
El Patriarca Kiril y todos los que lo acompañamos en la peregrinación por Cuba, Paraguay y Brasil vimos un cristianismo vivo y fuerte. Cabe destacar el gran interés de la población de estos países al recibir al Patriarca. Lo saludaban en la calle y trataban de recibir su bendición, aunque no fuesen ortodoxos. La llegada de un líder cristiano se convirtió en acontecimiento nacional, la prensa siguió todos los pasos del Patriarca de Moscú y toda Rusia.

No puedo olvidar cómo decenas y miles de personas en La Habana, Asunción, Brasilia o Sao Paolo asistieron a los oficios divinos celebrados por el Patriarca Kiril y observaban con atención el servicio ortodoxo en el totalmente desconocido para ellos eslavo eclesiástico, y se animaban al escuchar algunos fragmentos de la Misa en español o portugués. Un momento muy emotivo fue la celebración a los pies del Cristo Redentor de Río de Janeiro de una petición por la unión de todas las personas para acabar los conflictos y la persecución a los cristianos en Oriente Medio y en varias regiones de África. En su homilía el Patriarca Kiril subrayó que los ortodoxos y los católicos podrían responder conjuntamente a estos desafíos. Este llamamiento sonó ante uno de los más conocidos monumentos del Salvador, en el país católico más grande del mundo, en presencia del arzobispo de Rio de Janeiro, sacerdotes y laicos de la Iglesia Católica y la multitud de turistas.

Recuerdo también con mucho cariño la visita a Paraguay. En los años 20 del siglo pasado, encontraron allí su segundo hogar muchos rusos obligados a huir de la Revolución de 1917 y de la Guerra Civil. Ellos jugaron un papel muy importante en el desarrollo de la ingeniería, las ciencias técnicas, la economía del Paraguay…, y ayudaron a los paraguayos a combatir a los bolivianos en la guerra del Chaco (1932-1935). El Patriarca Kiril ofició una liturgia en el templo de la Asunción de la Virgen María en la capital paraguaya, que pertenece a la Iglesia ortodoxa rusa en el Exterior (comunidad fundada por los jerarcas rusos que vivieron en el exilio tras la Revolución y que firmó el acta de la comunión canónica con el Patriarcado de Moscú en 2007). Los asistentes –hijos, nietos y bisnietos de los emigrantes rusos, así como los ortodoxos paraguayos– lloraron viendo al Patriarca. Ni siquiera podían soñar que un día en su pequeño templo, privado durante muchos años de sacerdote, tras casi ocho décadas de la separación entre la Iglesia rusa en el Exterior y el Patriarcado de Moscú, celebraría una liturgia el propio Patriarca.

Por lo tanto, la potencia espiritual de la región latinoamericana quedó representada ante nosotros por todos los cristianos, incluso ortodoxos que, a pesar de ser minoría, representan un grupo social visible que no solo conserva lazos con la patria de sus antepasados, sino que también trabaja para el bienestar de su país de acogida.

Usted ya había coincidido con Francisco, durante sus visitas al Vaticano con el Metropolita Hilarión. ¿Cómo describiría el clima de esos encuentros?
Siempre bueno y amistoso. Conocí al Papa en marzo de 2013, tras llegar al Vaticano un día antes de su entronización. Entramos con maletas a la Casa Santa Marta donde reside el Papa Francisco, y el Pontífice salía del comedor. Nos saludó cordialmente y recordó que intercambiaba cartas con el Metropolita Hilarión siendo arzobispo de Buenos Aires. El Metropolita fue el tercero en ser recibido por el Papa tras la Misa, después de la entonces presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y del Patriarca de Constantinopla, Bartolomé. En aquella audiencia, monseñor Hilarión le regaló al Papa uno de sus libros con la dedicatoria: «Con amor por el Señor». En víspera de su segundo encuentro, el vuelo del Metropolita Hilarión a Roma se canceló, y el Papa aceptó amablemente a cambiar su agenda y recibir al jerarca ruso el día siguiente.

¿Cómo llega un colombiano a asumir tareas de gran responsabilidad en el Patriarcado de Moscú?
Mi padre es colombiano y mi madre es rusa, así que soy colombiano moscovita. Estudié la historia en la Universidad Estatal Pedagógica de Moscú, y ciencias políticas en el Instituto de Latinoamérica adjunto a la Academia Rusa de Ciencias. Diferentes revistas y periódicos publicaron mis artículos y ensayos sobre asuntos históricos y culturales, ejercí funciones del vicedirector para relaciones internaciones de la revista Desarrollo de la Personalidad. Trabajé como coordinador de prensa y relaciones públicas del foro público Mundial Dialogo entre las Civilizaciones con sedes en Moscú y Viena, y de allí pasé a la embajada de Colombia en Rusia, donde era asistente del embajador. En aquel momento tenía 24 años, comencé a interesarme por asuntos espirituales. En junio de 2008, fui intérprete en la reunión del vicepresidente de Colombia, Francisco Santos, y el Patriarca Alexís II, de bendita memoria. El mes siguiente acompañé al embajador Diego Tobón en su encuentro con el Metropolita Kiril, futuro Patriarca. Conocer a estas dos grandes figuras me inspiró para estudiar aún más el cristianismo ortodoxo. Además, estuve pasando por un tiempo difícil, por lo cual, como suele ocurrir en tales casos, empecé a asistir a los oficios divinos y a realizar peregrinaciones. Y poco a poco me convertí en miembro de la Iglesia.

En la recepción oficial en honor a la entronización del Patriarca Kiril en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, el 1 de febrero de 2009, había conocido casualmente al obispo Hilarión de Viena y Austria, quien un mes después fue nombrado jefe del Departamento de Relaciones Exteriores Eclesiásticas del Patriarcado. En agosto de 2009, el Metropolita Hilarión me invitó a trabajar en la Iglesia ortodoxa rusa. En octubre del mismo año, empecé a dar clases en el Instituto Teológico de Posgrado y Doctorado Santos Cirilo y Metodio, cuyo rector también es el Metropolita Hilarión.

Es usted es, por así decir, hijo de dos civilizaciones: la latinoamericana de raíz católica y la ruso-ortodoxa. El diálogo para la unidad de los cristianos se ha enriquecido en los últimos años con aportaciones sin la carga de malentendidos y desavenencias históricas que existen en Europa. ¿En qué manera cree que la mirada «del sur» puede ayudar al ecumenismo?
Realmente pertenezco a dos civilizaciones, muy diferentes con respecto a su naturaleza, clima, situación étnica, historia, cultura o mentalidad. Pero al mismo tiempo tienen un detalle común de importancia trascendental: Rusia y Latinoamérica son hoy los dos principales bastiones del cristianismo en nuestro planeta. Mientras que en varias regiones del mundo se observa una descristianización, los templos están vacíos, en Rusia se reconstruyen iglesias y monasterios destruidos o cerrados en la época soviética, se elevan nuevos lugares sagrados, se abren seminarios, universidades y escuelas eclesiásticas, la Iglesia colabora con el Estado en el trabajo caritativo, cultural y educador; en Latinoamérica la gente conserva la fe cristiana, la Iglesia sigue ocupando el lugar que merece en la sociedad (por ejemplo, en Colombia participó en el proceso de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC). No es casual que en esta etapa tan complicada para relaciones internacionales y para el destino del cristianismo, un latinoamericano haya sido elegido Sucesor de Pedro.

El Metropolita Hilarión defendió durante una visita a Madrid la importancia del diálogo cultural entre rusos y españoles, que según dijo, comparten un mismo «sentimiento religioso profundo» y «una visión del mundo muy parecida». ¿Por qué?
En Rusia hay un concepto de que tenemos muchas semejanzas con España. Ambos países están ubicados en dos extremos de Europa; sobrevivieron al yugo extranjero (el tártaro y el árabe); fueron los únicos países europeos que pudieron combatir a las armas de Napoleón; en el siglo XX experimentaron la Guerra Civil, las dictaduras y la transición democrática. Siempre hubo interés mutuo. Salvador Dalí, cuando era adolecente, vio en sus sueños la nieve de Rusia y una muchacha rusa, al finalmente se casó con una rusa, Elena Diákonova, más famosa como Gala. Ya siendo maestro de fama internacional, Dalí quiso visitar Rusia y regalar al Museo de Hermitage en San Petersburgo dos o tres de sus obras, pero las autoridades comunistas no lo autorizaron. Federico García Lorca en su conferencia «El cante jondo: Primitivo canto andaluz», destacó la influencia de la música tradicional andaluza a los célebres compositores rusos del siglo XIX. El gran poeta andaluz planeó ir a Moscú en 1936, pero su asesinato cruel no permitió que esto se hiciera realidad.

Acaban de ser publicados en Moscú dos tomos, «Los rusos en España», que abarcan el periodo desde el siglo XVII hasta principios del siglo XX e incluyen notas, cartas, fragmentos de diarios y memorias de los viajeros, diplomáticos, escritores, artistas y científicos rusos. En general a los rusos les gusta mucho España: el clima, el mar, el idioma, la arquitectura, la comida, el vino… A muchos rusos les gusta ir de vacaciones a su país.

Tanto el Metropolita como usted mismo son expertos en Federico García Lorca. ¿Por qué les interesa este autor?
El Metropolita Hilarión es admirador de García Lorca, conoció sus obras a la edad se ocho años, y como él mismo dice, al abrir por primera vez el libro del autor granadino, quedó cautivado por la belleza de sus versos, la poesía de sus imágenes, la profundidad de su pensamiento, su poder del sentimiento… En el último curso del colegio musical, el futuro obispo escribió el ciclo vocal «Cuatro versos de García Lorca». Treinta años más tarde el Metropolita Hilarión, quien ya era jerarca, reconocido teólogo y compositor, rehízo su obra juvenil y presentó al público «Canciones de la muerte». Cuatro textos de Federico que escogió el Metropolita, hablan de la muerte, el tema que siempre atrajo a Monseñor Hilarión.

Yo descubrí a García Lorca a través de Salvador Dalí. En la época de juventud de Dalí, Lorca había sido el único ser humano quien lo entendió, lo aceptó como era y lo amó como un hermano. Y Lorca fue el único amigo de Dalí a quien Gala le dio su beneplácito. Me interesa García Lorca como una personalidad compleja que siempre estuvo en búsqueda, incluso de Dios. En su niñez se imaginaba sacerdote, se revestía como un cura y realizaba «misas» en el patio de la casa de sus padres, invitando a todos sus parientes a asistir y a escuchar el «sermón». Gran parte de sus obras juveniles tratan del diálogo con Dios, escribió mucho sobre asuntos espirituales y posteriormente no dejó de pensar sobre este tema. Basta recordar los poemas dedicados a tres arcángeles: san Miguel, san Gabriel y san Rafael. Cuando, en agosto de 1936, en Granada, los falangistas llegaron a arrestarlo, Federico del Sagrado Corazón de Jesús (así era el nombre completo del poeta) rezó ante la imagen de la Sagrada Familia. Lorca y el cristianismo es una historia curiosa y larga, espero poder contarla en otra oportunidad…