El buen maestro - Alfa y Omega

El buen maestro

XXXI Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: CNS

No cabe duda de que la educación es una de las misiones más importantes para la buena marcha de una sociedad, puesto que la influencia de nuestros maestros es vital a la hora de situarnos en el mundo. Actualmente, este papel no lo desarrollan, ni mucho menos, solo quienes trabajan como docentes en centros educativos. Son muchos los factores que, directa o indirectamente, intervienen en la formación. Cuando Jesús habla a la gente y a los discípulos advirtiéndoles contra la hipocresía de los escribas y los fariseos, lo hace siendo consciente de que en esta época ejercían un poder real sobre la sociedad. Jesús les señala que no basta con proponer detalladamente la ley de Dios, sino que ellos mismos deben ser los pioneros en su cumplimiento. Ciertamente, si quien propone algo no lo lleva a cabo, disminuye en gran medida la fuerza de esa sugerencia u obligación, o la convierte simplemente en un ideal cuya realización será irrelevante. Un buen maestro no será quien se contenta con enseñar, sino que ha de vivir lo que quiere hacer aprender a los demás. Si reconocemos a Jesús como al verdadero maestro no lo es solo por la excelencia de su doctrina o por su claridad expositiva, adecuándose a los distintos oyentes o situaciones en las que se encontraba. Jesús no tenía problema en presentarse ante los sacerdotes, ante Pilato o ante unos pescadores o gente muy sencilla. Pero la grandeza de su doctrina nace de ser el primero en cumplir sus propias enseñanzas.

La relación entre discípulo y maestro

A lo largo de los siglos la Iglesia ha buscado siempre ser fiel a este método pedagógico por el que Dios se revela a los hombres. No es ajena a nosotros, por ejemplo, la imagen del discipulado en el monacato o en quienes se preparan para ser clérigos. Desde tiempo inmemorial, el monje es introducido en la vida monástica por un maestro; viviendo junto a él aprende a configurarse con aquel a quien ambos tratan de seguir. Y ello es porque el verdadero maestro es también testigo, y no solo un conocedor teórico de un conjunto de verdades. De esta manera, el maestro no llega a adquirir esta categoría únicamente por el dominio de determinados ámbitos del saber. Su autoridad nacerá de ver puesta su sabiduría al servicio de los demás. Cuando los oyentes de Jesús lo reconocen como «el que enseña con autoridad» están también percibiendo su misión al servicio de los otros. Por el contrario, la actitud de los fariseos y escribas, censurada por el Señor, pone de manifiesto que carecían de prestigio real ante las personas. Muchos de ellos formaban parte de una estructura religioso-legal oficial, pero eran, en última instancia, servidores de sí mismos.

Una llamada a quienes ejercen autoridad

El pasaje del Evangelio de este domingo supone una reflexión sobre tres puntos fundamentales, que son válidos, no solo para quienes ejercen una función de responsabilidad religiosa sobre los demás, sino ante cualquiera que socialmente tenga una posición de mayor influencia sobre los demás (política, económica, docente). En primer lugar, la autoridad hacia los demás debe ejercerse desde el servicio y no desde el rango. Este es el sentido de la frase: «El primero entre vosotros sea vuestro servidor». Si no, la autoridad corre el riesgo de convertirse en arbitrariedad. Al mismo tiempo, la autoridad se consolida con el propio testimonio de vida. En segundo lugar, el ser un referente para los demás nunca ha de estar unido a la imposición de cargas pesadas ni a presentarse como superiores sobre los demás. Por eso también concluye el pasaje con la frase: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». En último lugar, la enseñanza debe estar unida a la verdad y el criterio último de la misma nunca puede ser el aplauso o el beneplácito de la cultura dominante en un momento dado. Una grave responsabilidad, sin duda.

Evangelio / Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbi. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbi, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».