Cisneros, la memoria olvidada - Alfa y Omega

En 1517 moría, en la localidad burgalesa de Roa, Francisco Jiménez de Cisneros, franciscano, confesor de Isabel la Católica, arzobispo de Toledo, cardenal e inquisidor general, gobernador del reino de Castilla en dos ocasiones, reformador antes que Lutero. Hace quinientos años rendía su último viaje un estadista excepcional que hasta los franceses, al ponerlo en paralelo con el cardenal Richelieu, no dudan en admitir la superioridad del eclesiástico español. «Es el mayor hombre de Estado que ha tenido España. Si Cisneros hubiera vivido diez años más, el panorama de España hubiera cambiado radicalmente», afirma Joseph Pérez.

Cisneros llegó al poder cuando tenía más de cincuenta años y detrás de él apenas si quedan noticias biográficas. Sabemos, por el contrario, que 1492 es un año capital en su escalada en Castilla y la Iglesia. La reina Isabel lo elige como confesor y, tres años más tarde, por una decisión personalísima de la soberana, se convierte en arzobispo de Toledo.

Animado por la reina, Cisneros prepara un programa de reforma de su diócesis, poniendo el acento en la promoción moral e intelectual del clero que debía repercutir en la mejora de la educación religiosa de sus fieles. En toda Europa personalidades inquietas buscaban una espiritualidad renovada dentro de la ortodoxia: el arzobispo Cisneros fue uno de ellos, el representante eximio de la prerreforma española. El empuje reformista de Cisneros tiene su manifestación más excelsa en la creación de la Universidad de Alcalá de Henares, convertida pronto en turbina del pensamiento europeo. Tanto la universidad como su obra más querida, la Biblia Políglota Complutense, en la que colaboró el gramático Antonio de Nebrija, fueron sobre todo instrumentos puestos al servicio de la necesaria formación del clero y de la mejor comprensión de las Sagradas Escrituras.

En 1504 muere Isabel la Católica y Cisneros se encuentra en el ojo del huracán de una época especialmente convulsa por la compleja sucesión de la soberana en el trono castellano. Una regencia presidida por el franciscano trata de mantener el orden entre los grupos nobiliarios y acelerar el regreso a Castilla de Fernando el Católico, que se había retirado a Aragón. Este, en recompensa, le agenció el capelo cardenalicio y, después, le hizo inquisidor general. Jamás en la historia de España eclesiástico alguno alcanzó tanto poder.

Regencia

A la hora de morir, en 1516, Fernando el Católico no dudó en encomendar a Cisneros la regencia de su reino hasta la llegada a España de su nieto Carlos de Habsburgo. Había que salvaguardar en su integridad el legado de los Reyes Católicos.

Lamentablemente, el sabio cardenal no pudo transmitir al inexperto Carlos I su idea de la política, tan distinta de la concepción patrimonial en la que se había educado el Habsburgo pues la muerte le vino cuando iba a su encuentro, ocho días después de que Lutero publicase en Wittenberg las proposiciones que originarían la ruptura con la Iglesia.

Con la precaria e insuficiente conmemoración del V Centenario de Cisneros, el Gobierno español ha perdido una ocasión magnifica de alentar un patriotismo cultural, tan necesario en estos tiempos de desconcierto. Así y todo, los que amamos con razón y pasión a esta hermosa y áspera España seguiremos empeñados en festejar a los artífices de nuestra nación, a quienes nos encaminaron hacia una patria común, pronunciada desde todas las ideologías, defendida desde todas las culturas, reconocida desde todas las tradiciones y ello nos exige el recuerdo emocionado de nuestros héroes y la severa advertencia contra quienes parecen haberlos olvidado.

Fernando García de Cortázar / ABC